Tres meses (Meses a tu lado #3)

Pero no sirvió de nada. Y mi enfado estaba empezando a crecer. Mucho.

—Era solo curiosidad —replicó él tranquilamente—. ?Pagas un alquiler, Jennifer?



—Yo... —ella agachó la cabeza— no.



Verla así y saber que era por mi culpa, porque yo la había traído aquí, estaba haciendo que tuviera ganas de estamparle algo en la cara a mi padre. Lo miré fijamente y él me devolvió la mirada, dedicándome una peque?a sonrisa condescendiente que conocía muy bien.

—William —miró a Will con esa misma sonrisa—. Tú vives con mi hijo, ?no?



Will estaba echándome una ojeada, tenso. Asintió una vez con la cabeza.

—?Y pagas el alquiler de la habitación?



él no dijo nada, claro, pero mi padre ya sabía que lo hacía. Sonrió todavía más, mirando a Jen.

—Ya veo.



—Te recuerdo que es mi piso —espeté—. Por lo tanto, lo que haga o no con él, es mi problema. No tuyo.



—Creo que tengo derecho a saber lo que pasa en la vida de mi hijo para poder aconsejarle. ?Y por qué no pagas el alquiler, Jennifer?



Oh, que dejara de mirarla así o esto iba a acabar muy mal.

—Yo... eh... —Jen seguía con la cabeza agachada—. Es temporal, solo son...



—Los alquileres suelen ser temporales. Por eso se llaman así.



Hice un ademán de levantarme y mamá me detuvo al instante.

—Jack, ya basta —insistió, mirándolo.



—Solo quiero saber por qué esta chica —se?aló a Jen de una forma que no me gustó nada— puede vivir gratis en casa de mi hijo mientras que los demás tienen que pagar su alquiler.



—No es tu problema —le dije, casi gritando.



—?Qué haces exactamente para mi hijo para poder vivir gratis, Jennifer?



Jen levantó la cabeza de golpe, enrojeciendo. Y eso fue todo lo que aguanté.

—Se acabó —necesitaba salir de ahí o iba a matarlo. Y prefería centrarme en consolar a Jen que en él—. Vámonos, Jen.



Will también se levantó, al igual que Naya.

—No seas infantil —masculló mi padre.



Cerré los ojos un breve instante y miré a Will, que me entendió al instante. él y Naya se acercaron a Jen y los tres se marcharon. En cuanto escuché que empezaban a recorrer el pasillo, no pude evitarlo y me giré en redondo hacia mi padre.

—Eres un imbécil —le espeté—. No se merecía que la humillaras de esa forma solo para sentirte mejor contigo mismo.



—?Mejor conmigo mismo? —soltó una risa irónica—. Por favor, solo intento ayudarte.



—?Tú no me has ayudado en tu maldita vida, no finjas que lo haces ahora!



—?Es que no ves cómo es esa chica?



—?Lo veo perfectamente, por eso sé que no se merecía que le presentara a un imbécil como tú!



—Ten cuidado, hijo. A mí no me insultes.



—Pues ya lo he hecho dos veces. ?Qué vas a hacer? ?Darme un pu?etazo o empujarme contra una mesa de cristal?



él hizo una pausa, borrando por fin su sonrisa condescendiente y adoptando la expresión que más le representaba; la amargura. Mamá y Mike no decían absolutamente nada, como de costumbre.

—Solo intento ayudarte —repitió papá, esta vez muy serio—. ?No lo ves? Familia pobre, sin trabajo, sin expectativas... lo que quiere esa chica es tu dinero.



—?Ahora te preocupa mi dinero? ?O el tuyo?



—Cuando yo me muera, será tuyo.



—?Te crees que quiero algo tuyo? Te recomiendo que lo dones a alguien que no sea yo, porque me desharé de todo lo que me des.



—Eres un desagradecido.



—Prefiero ser un desagradecido que un maltratador de mierda.



Me di la vuelta y salí de la cocina, hecho una furia. Ni siquiera miré a nadie cuando me senté bruscamente en el asiento del conductor. Dios, solo quería irme de ahí. Maldita sea. ?Por qué había decidido venir? ?Cuándo me había pasado algo bueno en esa casa?

Ya casi había arrancado cuando Mike apareció y terminó en la parte de atrás. Me daba igual. Apreté la palanca de cambios y salí del garaje, maldiciendo mentalmente tanto a mi padre a mi madre. Al primero por ser un imbécil. Y a la segunda por dejarle serlo.

Y, de pronto, noté una mano peque?a sobre la mía. Me giré, confuso, y vi que Jen me estaba mirando, algo preocupada. ?Qué pasaba? Miré hacia delante y me tensé al ver que iba a toda velocidad. Mierda. Quité el pie del acelerador al instante y noté que se me relajaban un poco los hombros. Ella volvió a quitar la mano.

Al llegar, fui directo a mi habitación. Solo quería que acabara ese maldito día. Jen no tardó en seguirme. Escuché que se ponía su extra?o pijama mientras yo estaba sentado en la cama, mirándome las manos. Escuché la televisión y me acordé de que Mike estaba en el sofá. Suspiré.

—No sé si debería dejar que se quedara —murmuré.



Jen se aclaró la garganta tras unos segundos.

—?No tiene casa? —preguntó suavemente.

—Sí. Pero lo han echado.



Ya era la cuarta casa de la que lo echaban. ?Es que no aprendía, el muy idiota?

—?Por qué?



—No lo sé. Siempre son cosas distintas. Prefiero no preguntar. Antes se quedaba en casa de mis padres, pero ahora... quiere pasar ahí el menor tiempo posible. Y lo entiendo.



Lo entendía perfectamente. Ni siquiera Mike, que era feliz con cualquier tontería, era capaz de vivir ahí.

—Si no hubieras dejado que se quedara, quizá ahora estaría en la calle.



Puse los ojos en blanco y me metí en la cama con ella.

—Igual debería dormir alguna vez en la calle. Eso haría que viera la realidad de una vez.



Me quedé mirando el techo mientras ella se quitaba las lentillas y se acomodaba. Y solo con la forma en que lo hizo, supe que algo no iba bien.

Como fuera lo que creía que era...

—No sé en qué estás pensando —murmuré—. Pero ya puedes olvidarlo.



—No estaba pensando nada —mintió descaradamente.



Oh, vamos, Jen. Aprende a mentir.

—No tiene derecho a opinar sobre esta casa —la miré—. Es mía. No suya. Ni siquiera la ha pisado en su vida.



Ella pareció algo incómoda mientras se miraba las manos.

—No es eso, Ross...

—?Y qué es?

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