?Cómo podía quedarle tan bien una maldita prenda de ropa? La sangre ya se me estaba calentando y solo la había visto. El día en que me dejara tocarla, iba a darme un infarto. Bueno, si es que ese día llegaba, porque cada vez parecía menos probable.
Si la cosa ya era complicada de por sí, empeoró notoriamente cuando decidió que lo mejor era sentarse delante conmigo en el coche. Tenía las rodillas desnudas y pegadas a menos de veinte centímetros de mi mano y juro que casi sentía que un imán me guiaba a tocarlas. Cerré los ojos por un breve instante y me obligué a mí mismo a centrarme solo en conducir.
?Por qué me comportaba como un maldito crío? Tenía que calmarme un poco. Solo eran unas rodillas. Unas rodillas muy perfectas, sí, pero solo unas rodillas, al fin y al cabo.
La tensión entre nosotros fue horrible cuando Sue y Will fueron a buscar a Naya a la residencia y nos dejaron solos. Ni siquiera había podido escuchar lo que decían al marcharse, solo podía ser consciente de que la tenía justo al lado, en silencio. Y probablemente enfadada. ?Qué podía decirle sin que las cosas se volvieran todavía más incómodas?
La miré de reojo y me volví a tensar cuando vi que repiqueteaba los dedos en sus rodillas. Mirarla era una especie de tortura, así que clavé la mirada en la carretera oscura, suplicando porque los demás vinieran pronto. Su perfume inundaba el coche. Y su presencia. Toda ella. Maldita tensión sexual no resulta.
Bueno, esa tensión solo emanaba de mi parte, porque ella solo parecía incómoda.
—Parece que tardan —me dijo en voz baja.
—Eso parece.
Me giré hacia Jen y recorrí cada centímetro de su cuello, incluidos los dos peque?os lunares que tenía bajo la oreja mientras ella miraba fijamente la puerta de la residencia. Ya no pude más. Necesitaba hablar con ella.
—Nunca te había visto con vestido.
Volvió a mirarme y casi perdí la compostura cuando se ruborizó.
—Bueno... el invierno no es la mejor época del a?o para llevar vestidos —sonrió, apartando la mirada por un momento—. A no ser que tengas una fiesta, claro.
—Ya podrían invitarnos a más fiestas.
Lo dije en broma, pero no era tan broma.
Bueeeeno, vale. No era nada broma.
—Nunca lo había usado —a?adió—. Es un regalo de Mo... mamá.
Había intentado decir el nombre de su novio y no lo había hecho, ?verdad?
Interesante. Muy interesante.
Se me formó una sonrisita orgullosa en los labios, pero la borré en cuanto me miró.
—Yo nunca te había visto con una chaqueta de cuero —murmuró, recorriéndome con la mirada.
Oh, mierda, que no me mirara así.
Espera, me había dicho algo. ?El qué? Maldita sea, ?por qué me resultaba tan difícil centrarme?
Ah, sí, la chaqueta que me había regalado Lana.
—La usaba mucho cuando iba al instituto —le dije, divertido—. Intentaba parecer un chico malo.
Y funcionaba bastante bien con las chicas. Esperemos que funcione contigo.
De hecho, todavía recordaba el día exacto en que me la había dado. Por aquel entonces, yo ni siquiera sabía que Lana sentía algo por mí, y la verdad es que me sorprendió que me diera algo. Especialmente porque eligió un día de San Valentín para hacerme ese regalo.
La cosa fue que... bueno, yo ni siquiera sabía que era San Valentín. Y aunque lo hubiera sabido, tampoco le habría comprado nada. ?Ni siquiera éramos pareja! Pero Lana se puso a llorar de todas formas y Naya se pasó una hora gritándome. Al final, no me quedó otra que comprarle algo a Lana para compensar. Ni siquiera recordaba qué le había dado, pero se había quedado satisfecha y me habían dejado en paz.
Bueno, al menos había conseguido una chaqueta, así que el balance final había sido positivo.
—El clásico chico malo, ?eh? —sonrió Jen, devolviéndome a la realidad.
—Sí. Muy clásico. Pero nunca pasa de moda.
—?Y lo eras?
—?El qué?
—Un chico malo.
Pensé en todas las peleas, las chicas, las veces en las que había terminado en comisaría, borracho o herido... habían sido tantas que ni siquiera podía recordarlas.
Y, sin embargo, cuando la miraba a ella, no era capaz de decírselo. Si se lo decía, la imagen que tenía de mí cambiaría. Y no me gustaba esa perspectiva. Ya... se lo diría. O no. Ahora era un buen chico. Había cambiado. Igual no tenía por qué saberlo. Igual solo tenía que conocer la parte buena de mí.
—No quiero que te lleves una mala impresión de mí —le dije finalmente.
—Me has dejado entrar en tu casa y en tu cama siendo prácticamente una desconocida. No tengo una gran impresión de ti.
?Sí! Por fin volvía esa sonrisa malvada. No pude evitar inclinarme un poco hacia ella.
—Cuánta gratitud.
—Vamos, cuéntame lo del instituto —se giró hacia mí y apoyó la cabeza en el asiento, dejando su cuello al descubierto de nuevo—. ?Hablabas mal a los profesores? ?Salías con muchas chicas? ?Te metías en problemas? ?En peleas?
Tuve que contenerme para no reír. Joder, las hacía todas menos una.
—No hablaba mal a los profesores —sonreí.
—Así que eras un chico malo que salía con muchas chicas, se metía en problemas y en peleas. No te pega nada.
Me sorprendió un poco eso último. ?No? Era lo que había estado haciendo toda mi vida. Ser un puto desastre. Lo que veía todo el mundo que me conocía cuando me veía. ?Cómo es que ella no lo hacía?
—?Por qué no?
—No lo sé. Pareces tan... tranquilo.
—?Tranquilo? —no pude evitar reírme.
?Tranquilo! Jamás me habían calificado como tranquilo. Me imaginé las carcajdas que habría soltado Will de haber estado presente y me alegré enormemente de que se hubiera ido en busca de su novia.
—?Cuál fue tu peor castigo? —preguntó Jen de repente.
Como si quisiera responder por mí, noté que la cicatriz en mi espalda me mandaba un escalofrío por la columna vertebral. Los recuerdos de los gritos de mi madre y los insultos de mi padre vinieron a mi mente y me apresuré a alejarlos. No, es no. Jen no tenía por qué saber esa mierda.