Y lo decía en serio. Tan en serio que daba miedo.
Bueno, quizá lo había expresado mal.
Lo que me encantaba era que viviera conmigo. Que durmiera conmigo. Que me dejara llevarla y traerla a la facultad. Me encantaba todo lo que la relacionaba conmigo.
Y no solo eso. También me encantaban los peque?os detalles que había ido descubriendo sobre ella durante el tiempo que había pasado en el piso.
Hablaba en sue?os. Bueno, más bien solo murmuraba cosas sin sentido la mayor parte del tiempo. Pero en algunos momentos decía cosas que podía entender. Y te aseguro que eran interesantes.
No soportaba meterse en la cama con el armario abierto. No podía entenderlo y casi me había matado cuando me había burlado de ella, así que yo también había cogido el vicio de asegurarme de que el armario estaba cerrado cada vez que iba a la cama. Ella me sonreía ampliamente cuando lo veía, así que tampoco era muy molesto.
Algo que no me gustaba tanto era que me obligara a hacer la cama. No recordaba haberla hecho en mi vida —algunas veces Sue se encargaba por mí—. Yo prefería simplemente lanzar sábanas limpias e irme a dormir. Pero no. Jen necesitaba que estuviera hecha, y me tocaba ocuparme de eso día sí y día no.
Está claro que Will se burlaba de mí cada vez que me veía resoplando e intentando quitar todas las arrugas molestas.
También me había fijado —y eso me encantaba— en que le gustaba que la tocara. No de forma pervertida —ya me gustaría a mí—, sino de forma casual. Siempre que le tocaba el hombro, la espalda... y todo lo que pudiera sin parecer un acosador, me dedicaba una sonrisita malvada y se marchaba, a lo que yo, claro, le miraba el culo y soltaba un suspiro.
En esas ocasiones, solía ser Sue la que se burlaba de mí y me decía algo como límpiate las babas.
Había otros detalles. Como que le encantaba la asquerosa pizza barbacoa, que la comida tailandesa no le gustaba demasiado, que las películas de Naya le parecían aburridas, que no soportaba que le remarcara lo mucho que me encantaban sus gafas —ella las odiaba—, que le encantaba que le dejara ropa para dormir —y te aseguro que yo estaba encantado con ello— y que cada noche me pedía que fuéramos a ver películas a la habitación Y, claro, yo estaba encantado. Me colocaba con el portátil en el regazo y ella se acercaba, apoyando su cabeza en mi hombro. Solo eso me gustaba más de lo que querría admitir.
Pero todo tuvo que cambiar... con la maldita llegada de Lana.
Hacía días que me evitaba y yo quería matar a alguien. Además, una noche ni siquiera había cenado en casa y me había dicho que había estado con un amigo. No dije nada, claro, pero por dentro ya había hecho tres perfiles psicológicos a ese "amigo" idiota y lo estaba rastreando para poder ver cómo era. Y romperle la nariz, ya de paso.
Los celos eran algo nuevo para mí, pero ya sabía que los odiaba. Profundamente. Me entraban ganas de darme con la cabeza en una pared cada vez que me la imaginaba cenando y riendo con otro. Con el imbécil de su novio, por ejemplo. Pobre chico. No lo había visto en mi vida, pero lo odiaba.
Todo eso fue medianamente sostenible hasta el día en que abrí la puerta de casa y escuché su risa. La risa de Jen. Estuve a punto de sonreír, pero me detuve al darme cuenta de que era... diferente. Fruncí el ce?o y entré en el salón.
Por un momento, me quedé pasmado al ver que Mike y Sue se reían a carcajadas en el sofá, mientras que Jen estaba sentada al revés con la cabeza colgando en uno de los sillones.
?Qué demonios?
—?Qué está pasando aquí?
Mi mirada fue directa a Mike y a sus malditos ojos rojos. él contuvo una risotada mientras hacía lo que podía por abrir una cerveza. Iba a tragársela entera si había hecho algo a Jen.
—No sé... de... eh... qué... estás hablando.
Hizo una pausa cada vez que intentó abrir la cerveza y eso solo empeoró mi poca paciencia, así que se la quité de un manotazo y la dejé en la mesita.
No quería esa mierda. Drogas no. No aquí. Me traía demasiados malos recuerdos. Y no quería que Jen se enterara de esa parte de mí. Jamás.
—?Quién te crees que eres para entrar droga en mi casa?
—?Droga? ?Qué droga?
Escuché risitas y vi que Jen y Sue se reían disimuladamente. O eso creían, porque eran bastante obvias.
—?Te crees que no sé a qué huele la marihuana? —le espeté a Mike.
—También es mi casa —me recordó Sue, se?alándome—. Y la de Jenna.
—Eso, eso —dijo la aludida.
Y solo por su voz ya supe lo fumada que estaba. Me entraron ganas de matar a Mike que se pasaron un poco cuando me quedé mirándola y a ella se le encendieron las mejillas.
—?Has drogado a Jenna? —le pregunté al idiota de mi hermano, acercándome a ella.
—Lo hemos hecho juntos —dijo Sue entre dientes—. Somos un equipo de la droga.
Durante el breve momento en que le dediqué una mirada asesina, escuché un estruendo a mi lado y vi, alarmado, que Jen estaba desparramada en el suelo con el jersey lleno de cerveza. Se estaba riendo a carcajadas, igual que los otros dos idiotas.
Malhumorado, le quité la cerveza y la aparté de ella.
—Mierda, mira cómo te has puesto —mascullé, ofreciéndole la mano.
Ella intentó agarrármela y no pudo, así que le sujeté el brazo para ayudarla a sentarse. Estaba despeinada, roja y le brillaban los ojos. Incluso así era la chica más perfecta que había visto en mi vida.
Pero ahora no podía pensar en eso. Miré a Mike.
—Y tú ya puedes dejar de reírte. Cuando se te pase el subidón, ya hablaremos.
Jen me dedicó una sonrisita parecida a las que me dedicaba cuando la rozaba "sin querer", así que tuve que poner mucho empe?o para ignorarla cuando me ofreció ambas manos. La sujeté de los brazos y la puse de pie. Olía a cerveza.
—Vamos, no seas tan amargado —me dijo, divertida, cuando estuvo justo delante de mí.