Me daba igual lo que dijeran. Creo que nunca me había dado tan igual nada.
La acompa?é a la habitación y fui a por pizzas con la felicidad de un ni?o peque?o.
Justo estaba subiendo cuando noté que me vibraba el móvil. Era el peque?o Chrissy.
—?Chrissy! —lo saludé, de buen humor.
—Vale, ?qué estás tramando?
Me detuve antes de abrir la puerta, sorprendido.
—?Yo?
—Sí, tú. Le he dicho a Jenna que me pagara los dos meses de habitación para que pudiera quedarse en ella y no venir a tu casa.
—Bueno, pero ahora está en mi casita, ?qué más da?
—Pero podría quedarse aquí.
—Peeeeero... ella no ha pensado en eso.
—?No ves que no tiene sentido? Pagará dos meses para nada.
—Oh, vamos, Chrissy. Los dos sabemos que hay más habitaciones libres en la residencia. Si no le cobras nada a Jen no tienen por qué ocupar la suya. Y todos seremos felices en nuestra triste realidad.
Hubo un momento de silencio.
—?A qué viene tanta insistencia en que venga a tu casa, Ross? Creo que tiene novio.
Sonreí ampliamente.
—?Por qué lo diced como si tuviera intenciones ocultas?
—Porque las tien...
—Buenas noches, Chrissy. Sue?a con los angelitos. O conmigo. Es lo mismo.
—?Oye, espe...!
Y colgué. Adiós, Chrissy.
Will se reía disimuladamente de mí mientras cenábamos y yo no podía dejar de mirar el pijama de Jen, que eran unos pantalones cortos de algodón, mi sudadera de Pulp Fiction, unas gafas grandes y esos calcetines de colores junto con las pantuflas de perrito.
Admito que quizá lo que más miré fueron esos pantaloncitos cortos. ?Cómo podían sentarle tan bien? ?Podía ponérselos cada día? ?Sería raro pedírselo?
La oportunidad perfecta llegó cuando Will y Naya se fueron a dormir. Miré a Jen de reojo. Ella parecía nerviosa y sonreí disimuladamente. Me gustaba que se pusiera nerviosa por mí. Me sentía como si el juego estuviera más igualado.
Ella se encerró en el cuarto de ba?o y yo me puse el pijama, impaciente. Quería que viniera ya. Quería volver a ver esos pantaloncitos cortos y esa sonrisa avergonzada.
Y, de pronto, volvió. Parecía un poco más calmada, pero le temblaban las manos. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y ya no pude aguantarme callado más tiempo.
—?Qué lado prefieres? —pregunté.
—?Eh?
—En la cama, Jen. ?Derecha? ?Izquierda? ?Debajo?
O encima. Por favor, que sea encima.
—Me da igual —murmuró, avergonzada.
Vale, eso no iba a ser tan fácil como creía.
—Pues me pido la derecha.
Me tiré en la cama y la miré fijamente mientras daba la vuelta para quedarse en el lado opuesto. Observé cada movimiento cuando se desató el pelo y cayó por encima de sus hombros y parte de su espalda, cómo se lo colocó con los dedos, cómo se quitó las gafas y cómo se pasó las manos por los ojos.
Estaba medio embobado cuando me miró.
—Si quieres hacer algo ilegal, este es tu momento. No veo nada.
Sonreí.
—Lo tendré en cuenta para el futuro.
Joder si lo tendría en cuenta.
Estiré el brazo para apagar la luz y me observó un momento más antes de girarse hasta quedar boca arriba. Vi que tragaba saliva mirando el techo y llegué a la conclusión de que eso sería todo lo que haríamos esa noche.
Y estaba extra?amente satisfecho con ello.
—Buenas noches, Jen.
—Buenas noches, Ross.
***
Por mucho que intenté dormirme, era incapaz porque era demasiado consciente de que la tenía a menos de un metro de distancia.
Me pasé las manos por la cara, frustrado, y la miré por enésima vez en la noche.
En sue?os, había girado la cabeza hacía mí, aunque seguía estando boca arriba y podía ver su pecho subiendo y bajando pausadamente. Tenía el pelo desparramado por su almohada y los labios entreabiertos. Y, curiosamente, me dio la sensación de que podría estar mirándola dormir por toda mi maldita vida. Vale, ?cuándo me había vuelto yo tan cursi?
Pero tenía que hacer algo. No podía, simplemente, no dormir.
Tras evaluar mis opciones, decidí que lo mejor era irme al sofá. Al menos por una noche. Ya volvería a la cama antes de que ella se despertara para que no sospechara nada. Esto era demasiado para mí. No podía seguir así de tranquilo.
Hice un ademán de quitarme la sábana de encima y fue entonces cuando escuché su voz.
—Ross...
Mierda, ya la había despertado.
Me giré hacia ella, pero fruncí el ce?o cuando vi que... no, seguía dormida.
Pero había dicho mi nombre.
?O lo había imaginad...?
Corté el hilo de mis pensamientos cuando estiró el brazo y me agarró la mu?eca con fuerza. Parpadeé, sorprendido, cuando tiró de mí hacia ella. La tentación de hacerlo fue grande. Muy grande. Demasiado grande. Pero me contuve porque estaba dormida. No era tan cerdo.
Solo tenía que esperar a que lo hiciera estando despierta. Entonces ya me dejaría llevar, encantado.
Ella murmuró algo que no comprendí y sus dedos se apretaron en mi mu?eca, así que volví a tumbarme, mirándola. Estaba teniendo un sue?o, eso seguro. La única pregunta era sobre qué era ese sue?o.
Quizá era una pesadilla. Ella frunció el ce?o y volvió a tirar de mí, entreabriendo los labios. Yo me quedé mirando su boca por un momento, olvidando completamente el mundo que me rodeaba.
Y, entonces, pese a que lo dijo en voz muy baja, volvió a decir mi nombre.
Y esta vez estaba seguro.
No me siento orgulloso de cómo me aleteó el pecho nada más oírlo. Esbocé una sonrisita malvada y me arrastré un poco más cerca con tal de adivinar de qué era el sue?o, pero ella murmuraba cosas sin sentido y me apretaba el brazo y la mu?eca, acariciándome.
Bueno, no era desagradable.
Ya casi me estaba acostumbrando cuando, de repente, soltó mi brazo y se dio la vuelta, dándome la espalda y suspirando antes de seguir durmiendo.
Puse una mueca disgustada.
Supuse que nunca sabría qué había so?ado y por qué me incluía. Pero, al menos, después de eso conseguí dormirme.
***
Me encantaba que viviera en el piso.