Tres meses (Meses a tu lado #3)

—Oye, que soy inofensivo —dije enseguida—. No te haré nada.

—Me lo imaginaba —murmuró, aunque vi que su pulso latía a toda velocidad en su cuello.

Eso me gustó más de lo que me hubiera imaginado. Y no pude contenerme.

—A no ser que me lo pidas, claro.

Su mirada fue casi desafiante.

—No te lo pediré.

Acepto el reto.

—Eso está por ver.

Me miró durante unos segundos más de la cuenta y casi sentí que se formaba una atmósfera completamente paralela a los demás a nuestro alrededor. Sin embargo, el idiota de Chris tuvo que interrumpir en ese momento.

—Ejem. Todavía tienes que firmar, Jennifer.

Mientras ella firmaba, noté que me miraba de reojo y le fruncí el ce?o. El peque?o Chrissy quería hablar conmigo. Era tan obvio como su hermana.

Pero tendría que esperar, porque yo tenía que transportar a cierta se?orita a mi casa.

Y pasamos un rato más en recepción antes de que la convenciera de ir a por sus cosas. Me sorprendió un poco que se creyera que la casa de Will. Si ella supiera... pero tampoco le di mucha importancia. Al contrario. En ese momento era difícil cabrearme.

Sentarme en su cama y ver cómo iba de un lado a otro tirando sus cosas en la maleta que tenía delante me gustó bastante más de lo que debería. Además, cada vez que se agachaba el jersey le caía un poco por el hombro y veía los peque?os lunares que tenía en él, justo antes de que volviera a colocarlo, resoplando.

Había querido ayudarla varias veces, pero todas ellas se había puesto nerviosa. Así que solo disfrutaba de las vistas.

—?Por qué tienes tantas cosas? —pregunté, intentando picarla un poco—. Si siempre vas con lo mismo.

Tuvo el efecto deseado. Clavó los ojos en mí a través del espejo. Luego se repasó a sí misma. Yo hice lo mismo.

—Eso no es cierto —me dijo, ofendida.

—No me malinterpretes, me encanta lo que llevas siempre. Ojalá ni siquiera lo llevaras.

Se puso roja instantáneamente y me lanzó lo que tenía en la mano. Esos pantalones tan perfectos. Casi los abracé, riendo, cuando me puso mala cara y siguió colocando cosas.

—Hoy te has levantado inspirado, ?no?

—Yo siempre estoy inspirado —murmuré, mirándole el culo de nuevo cuando se dio la vuelta. ?Cómo podía ser tan perfecto?—. Pero lo disimulo.

Si supiera lo cierto que era eso, se asustaría.

Ella me miró de nuevo con mala cara y yo coloqué mejor lo que había lanzado de malas maneras.

—?Y cómo es que no tienes dinero? —pregunté, mirándola.

Ella suspiró, doblando una camiseta y dándome la espalda. No quería incomodarla, pero a la vez tenía demasiada curiosidad.

—Mis padres se lo han dejado todo a mis hermanos mayores. Creen que es mejor invertir en un taller de coches que en mis estudios.

Yo te dejaría todo mi dinero si me lo pidieras.

Me imaginé la cara de horror del imbécil de mi padre si pudiera escuchar mis pensamientos y esbocé una sonrisa divertida.

—?Cuántos hermanos tienes?

—Cuatro.

Levanté las cejas, sorprendido, y ella me dedicó una sonrisa alegre que me guardé en la retina.

—Todos mayores que yo —aclaró.

Me habló de sus hermanos y yo solo pude mirarla fijamente mientras lo hacía. Me estaba idiotizando por esa chica y seguía sin entender muy bien el por qué.

—A mí me parece interesante —murmuré cuando me dijo que no lo era.

—Sí, es fascinante...

—Lo es.

Entonces, capté algo por el rabillo del ojo. Unas bragas viejas que tenía tiradas por la maleta. Las levanté, curioso.

—Preciosas.

Ella se apresuró a arrancármelas y tirarlas a la maleta, abochornada. Sonreí ampliamente.

—No toques mi ropa interior —me se?aló.

—Vale, sargento.

Seguro que incluso esas bragas le quedaban geniales. Y ella avergonzándose. Puse los ojos en blanco.

Estaba demasiado contento para disimularlo. Iba a dormir con ella. Joder, por fin. ?Un mes entero esperando!

En el coche no podía dejar de parlotear como un idiota.

—Will estará muy contento cuando te vea. Y Naya también.

—Naya va a estar sola en su habitación. No creo que eso la haga muy contenta.

—Prácticamente vive con nosotros. Os veréis más así.

Noté que me miraba fijamente y me esforcé en ocultar mi sonrisa de imbécil.

—?Por qué estás tan contento con la situación, Ross? —preguntó, curiosa.

Mierda, disimula.

—No lo sé.

—Sí lo sabes.

Por ti. En mi cama.

—?Escuchamos música? —subí el volumen sin esperar respuesta.

No podía más. En el ascensor, ella parecía un poco nerviosa, pero me miró y me dedicó una sonrisa peque?a que me llegó más hondo de lo que quise admitir en ese momento. No pude contenerme al llegar y le pasé por delante, entrando al salón.

—?Me he ido con las manos vacías y vuelvo con una nueva inquilina!

Y ya es mi favorita.

—Hola —murmuró Jen a mi lado.

Will, Sue y Naya nos miraban fijamente, sin saber qué decir.

—?Qué está pasando? —preguntó Will, mirándome fijamente.

Entendí la pregunta no formulada enseguida, pero fue Jen quien respondió. Y, para mi sorpresa, con más emoción de la que había mostrado hasta ahora.

—Vengo a vivir aquí.

Vi cómo la mandíbula de Naya casi rozó el suelo.

—??Qué?!

Le pasé un brazo por encima de los hombros a Jen, que sonrió, divertida.

—Hemos decidido llevar nuestra relación un paso más allá. Os pedimos un poco de privacidad y respeto en estos momentos de felicidad.

—??QUé?!

—Que no es verdad, Naya —Jen me empujó para deshacerse de mi abrazo mientras yo me reía abiertamente—. Voy a pasar una temporada aquí si no os importa.

Miré a Sue al instante mientras Will respondía. Ella suspiró, como si me estuviera haciendo el favor de la vida.

—?Sabes cocinar? —le preguntó a Jen.

—Un poco, sí.

—?Por fin alguien que sabe cocinar! —exclamó Will.

Eso me ofendió. Mucho. ?Y yo qué?

—?Mi chili es perfecto!

—Si supieras hacer algo más, ya sería genial —me dijo Naya.

Joana Marcús Sastre's books