—Yo creo que voy a ponerme tapones.
Volvió rápidamente y yo me pregunté por enésima vez cómo podían quedarle tan bien unos estúpidos vaqueros. En serio, iba a mandar un correo de agradecimiento a donde fuera que los había comprado solo para que me mandaran diez más y poder ponérselos —y quitárselos— una y otra vez.
?Ves? Se te va la olla.
Subimos al coche y apreté un poco los labios cuando no se sentó a mi lado, sino detrás con Naya. Bueno, no todo podía ser perfecto.
—?Dónde íbamos? —con tanto pensar en ella, se me había olvidado.
—Centro comercial. Cine. ?Podemos ir a ver la película esa de guerra? —Naya se asomó entre nuestros asientos con una sonrisa inocente.
—No me apetece llorar —aseguró Jen.
—Me uno a Jenna —dijo Will.
Y yo. En cualquier cosa.
Bueno, iba a necesitar un cigarrillo. A estas alturas, era lo único que podía calmarme un poco. Aceleré y me encendí uno con la mano libre.
—?Y cuál es la alternativa? —preguntó Naya.
—La de miedo —dije enseguida—. La de la monja esa.
Quería que cierta se?orita se aferrara a mí, aunque fuera por estar asustada.
—?Sí, esa! —Will siguió mi plan malvado.
—No sé... —empezó Jen.
—Ni de co?a —dijo Naya.
Oh, no. No iba a quitarme eso también. De eso nada. Quería mi excusa para que Jen se abrazara a mí. Me lo había ganado.
—?De quién es el coche?
—Tuyo, pero...
—Entonces, la de la monja.
—Eso no es justo, Ross.
—Repito, ?de quién es el coche?
Jen se asomó en ese momento entre los asientos.
—Sí, pero el cine no es tuyo.
Dios, voy a casarme con esta chica.
Estuve a punto de esbozar una sonrisa, pero me detuve cuando Will me echó una ojeada divertida. Así que me limité a mirar con mala cara a Jen.
—Yo confiaba en ti.
—?Mira al frente! —me chilló, volviendo a colocarme.
—?Pero si estoy en una carretera recta!
—?Anda que no ha muerto gente en carreteras rectas!
Pasado su momento de reina del drama, aparqué en el centro comercial y los cuatro fuimos a la zona del peque?o cine. Yo ya me comía mis palomitas. Jen iba delante de mí y aproveché la ocasión para mirarla de arriba abajo unas cuantas veces más de las que me gustaría admitir.
Sin embargo, me detuve cuando ella se giró en redondo hacia mí. Por un momento, me dio la sensación de que iba a darme una bofetada —merecida, la verdad— por haberle estado mirando el culo, pero vi que solo se?alaba la pantalla de la sala.
—?Es gigante!
Parpadeé antes de darme cuenta de qué hablaba. Lástima. Solo yo era el pervertido.
Esbocé una peque?a sorisa y negué con la cabeza. Al menos, pude sentarme a su lado. Me acomodé en mi asiento y empecé a engullir.
—?Siempre tienes tanta hambre? —me preguntó Jen en voz baja.
Pese a que solo había publicidad en la pantalla, ella se había inclinado hacia mí para hablarme en voz baja. Definitivamente, podía acostumbrarme a eso.
—Siempre —le aseguré.
—?Y no engordas?
—Nunca.
Puso una mueca.
—Creo que te odio.
Estuve a punto de reír. No, no iba a dejar que me odiara. Aunque teniendo en cuenta mi experiencia con otras chicas era probable que lo hiciera.
—Yo creo que no. Toma, anda.
Metió su peque?a mano en las palomitas y la miré de reojo mientras se las comía lentamente. Cuando vi que empezaban los créditos iniciales, me incliné hacia ella y pude oler su perfume. Ella se giró un poco hacia mí, intrigada.
—Oye —murmuré.
—?Qué pasa?
—?Alguna vez has visto una película de terror?
—La verdad es que no.
Sonreí y ella me entrecerró los ojos.
—?Qué?
—Creo que esta noche te arrepentirás de haber venido.
Pareció confusa, pero no dijo nada.
Sin embargo, no se esperaba que la primera escena fuera de terror puro y duro. Creo que nunca me había alegrado tanto de algo como cuando surgió el primer susto y ella soltó un grito ahogado, rodeándome el brazo con ambas manos. Contuve una peque?a sonrisita divertida mientras seguía comiendo y ella sufría, aferrada a mí.
De pronto, el terror era mi género favorito.
Terminó con ambos brazos literalmente rodeando el mío y la mejilla pegada a mi hombro. Y no recuerdo haber estar tan cómodo con el contacto humano en mucho tiempo. Estaba mirándola de reojo cuando, de repente, sus dedos se apretaron en mi brazo con fuerza. Otro susto.
Benditos sustos.
Jen levantó la cabeza hacia mí.
—?Cómo se mete ahí? —pareció sinceramente irritada.
—Si no lo hiciera, no habría película.
—Lo sé —volvió a apoyar la mejilla en mi brazo—. Pero es estúpida.
Yo sí que soy estúpido.
Estaba disfrutando demasiado de eso. Demasiado. Me incliné un poco hacia ella para que tuviera mejor acceso a mi brazo y, efectivamente, se pegó con más fuerza. Pero una parte de mí sabía que no lo hacía por mí. Sino por el miedo que le causaba la película. Intenté no parecer muy decepcionado mientras ésta terminaba.
Y me soltó. Y yo suspiré. Ella abrió los ojos como platos cuando vio que tenía marcas rojas en el brazo que había estado agarrando. Pero te aseguro que no me dolían. No pude decírselo porque se puso de pie enseguida y siguió a la parejita feliz.
—?Ya nos vamos? —preguntó Naya.
Yo abrí la boca y volví a cerrarla, mirando a Jen de reojo. Ella parecía ocupada asegurándose de que no nos perseguía nadie. Cuando volví a levantar la cabeza, vi que Will me sonreía. Le fruncí un poco el ce?o, pero su sonrisa se amplió.
—Podéis venir a casa —sugirió él, estúpidamente feliz.
Jen dio un respingo cuando vio que todos la mirábamos.
—Yo debería irme a la residencia, la verdad... —murmuró, jugando con sus dedos. Siempre hacía eso cuando se ponía nerviosa, ?no?
—No seas así —le suplicó Naya—. Vamos, por fa, por fa...