Pareció que Jen iba a negar con la cabeza y me encontré a mí mismo suplicando que no lo hiciera. Quería que volviera a mi habitación. Aún sin hacer nada. Quería pasar más tiempo con ella.
—Luego te puedo llevar a la residencia —dije demasiado precipitadamente, así que intenté arreglarlo con una broma—. Estoy empezando a asumir que soy el chico de los recados.
La verdad es que no me esperaba que fuera a decir que sí, pero sus ojos se clavaron en los míos y me pareció que no dudaba un segundo en dedicarme una peque?a sonrisa.
—Bueno... vale.
—?En serio? —Naya se indignó—. ?A mí me dices que no y a él que sí?
—Es que a mí me gusta Tarantino, Naya —le sonreí ampliamente—. Estamos en diferentes puestos sociales.
—Exacto —bromeó Jen, sonriéndole ampliamente.
Para mi sorpresa, cuando me encaminé al coche, ella se colocó a mi lado y enganchó su brazo con el mío. Intenté disimular, pero se me habían tensado todos los músculos del cuerpo sin saber muy bien por qué.
Ya habíamos cenado cuando fui con Jen a mi habitación. Ella eligió una película cualquiera, pero no tardé en darme cuenta de que no le estaba prestando ni un poco de atención... porque estaba pendiente de cada rincón de la maldita habitación.
Contuve una sonrisa.
—?Qué haces? —pregunté.
Ella dio un respingo cuando pausé la película y me miró.
—?Yo? —se le ti?eron las mejillas de rojo—. Nada.
—?Estabas mirando el rincón? —enarqué una ceja, sin poder contener la sonrisa por más tiempo.
—No —mintió rotundamente.
—?Tienes miedo? —la irrité un poco más.
—?No!
Y esta vez no me hizo tanta gracia porque pareció demasiado incómoda con la situación.
Vamos, idiota, compórtate un poco para variar.
—No pasa nada —le aseguré enseguida—. Tener miedo de una película de miedo es... casi obligatorio.
Ella pareció un poco más animada por un momento y tuve el impulso de alargar la mano y apartarle el mechón de pelo de siempre antes de que ella lo hiciera inconscientemente.
—Pues no te veo muy asustado —murmuró.
—Porque ya he visto muchas. Te aseguro que no va a salir ninguna monja asesina de ahí.
Ella asintió con la cabeza, pero vi que algo le rondaba la cabeza.
—?Qué? —pregunté.
—Es de noche...
—Gracias por avisarme. No me había dado cuenta.
Suspiró y sonreí. ?Qué le pasaba?
—Es que está oscuro —insistió, jugueteando con sus dedos.
—Vale —tenía mi atención, pero seguía sin entender qué pasaba—, eso también lo había visto.
Se mordió el labio inferior y se incorporó un poco bajo mi atenta mirada.
—?Puedes... acompa?arme al ba?o?
Vale, no pude evitar ser el idiota que los dos sabíamos que era y me puse a reír. Ella volvió a enrojecer y se incorporó bruscamente, irritada.
—Sabía que no tendría que habértelo pedido.
Oh, no. Mierda. Me puse de pie precipitadamente, siguiéndola.
—No, espera. Yo te cubro las espaldas.
La seguí al cuarto de ba?o admirando las vistas y ella se detuvo en la puerta, se?alándome.
—Espera aquí.
—Como ordenes —hice una reverencia.
Me puso mala cara y se apresuró a entrar en el cuarto de ba?o. Apoyé el hombro en la pared y sonreí un poco, divertido.
—?Sigues vivia?
Escuché su suspiro incluso a través de la puerta.
—Sí, Ross.
—?Y cómo sé que eres tú y no te está obligando a decir eso un espíritu de monja?
Hubo un momento de silencio. Mi sonrisa se ensanchó.
—Porque te lo digo yo.
—Pero, ?cómo sé que eres tú y no...?
Me empecé a reír cuando abrió la puerta, poniéndome mala cara.
—No tiene gracia —me frunció el ce?o—. Estoy asustada.
—Sí que tiene gracia. Admítelo.
—Que te den.
Dejé de reír, sorprendido, cuando me lo dijo con ese enfado. Espera, ?estaba enfadada de verdad? Vi que entraba en mi habitación y me apresuré a seguirla. Sin embargo, mi alivio fue evidente cuando vi que solo estaba irritada por la situación. Esbocé una sonrisa y me dejé caer en la cama. El portátil rebotó y ella lo salvó justo a tiempo, poniéndome mala cara. Otra vez.
—?Nunca has tenido miedo de una película de terror? —preguntó, sentándose a mi lado.
Entrelacé los dedos en mi nuca solo para no tener la tentación de estirarme y arrastrarla justo a mi lado.
—Bueno... —sí, la verdad era que sí—, de peque?o vi un trozo de El exorcista. La escena de las escaleras. Estuve unas cuantas noches asustado.
—?Y te ríes de mí! —me empujó por el hombro, indignada.
—?Yo tenía ocho a?os, tú diecinueve!
—Dieciocho —me corrigió.
La edad perfecta para estar aquí sentadita en mi cama.
Pareció que iba a decir algo, pero se detuvo cuando el ruido de esos dos tortolitos haciéndolo empezó a escucharse en la habitación. Suspiré sonoramente.
—Que empiece la fiesta —murmuré.
—?Siempre son así de...? ?Mhm...?
—?Pesados?
—Iba a decir cari?osos.
La miré de reojo. No era capaz de decir algo malo de ellos ni en una situación así. Esbocé media sonrisa. Era demasiado buena.
—Sí, siempre son unos pesados cari?osos —le aseguré—. Pero no te preocupes, Sue no tardará en cortarles el rollo.
—?Qué quieres decir?
Casi al instante, escuché los pasos de Sue hacia su habitación justo antes de que golpeara su puerta con un pu?o.
—?Tengo que despertarme a las seis! ?Si queréis gritar id a la calle!
Y volvió a su habitación. Todo volvía a estar en silencio.
—Siempre me quejo de Sue —murmuré—, pero la verdad es que ayuda bastante en ese sentido. Además...
Me corté a mí mismo cuando me empezó a sonar el móvil. La cara de Lana apareció en la pantalla y fruncí un poco el ce?o. ?Qué quería? ?Estaba ocupado!
Pero la conocía. Empezaría a agobiarme si no respondía. Suspiré.
—?Te importa...?
—Estás en tu casa —se encogió de hombros.
Respondí a Lana por el camino hacia el salón, justo en el punto del pasillo en que empezaba a haber cobertura.
—?Sí?
—Hola, cari?o —me saludó alegremente.
—?Cari?o? —enarqué una ceja—. ?Qué quieres?