Nosotros, por nuestra parte, hacía ya cuatro meses que vivíamos en la casa del lago. Y básicamente nos habíamos dedicado —o más bien Jen, porque yo era horrible en ese aspecto— a convertirla en un sitio que pareciera un hogar y no un lugar de vacaciones.
Lo primero había sido quitar las cosas de mi padre, cosa que había sido idea de Jen y que yo había agradecido inmensamente. Dejamos, eso sí, las pinturas de mi madre. E incluso algunas pocas cosas que mi abuela se había dejado por aquí.
Lo segundo había sido deshacernos de uno de los salones porque, según Jen, ?quién demonios necesita dos salones?
Y había surgido mi oportunidad de oro para convertirlo en... ?mi sala de cine!
Sí, básicamente tenía dos sofás y una pantalla gigante para ver películas.
Y no, no me arrepentía de nada.
Como yo había decidido usar una de las salas para algo mío, Jen había decidido hacer lo mismo y eligió la última habitación del pasillo de la planta baja, la que antes solía ser un despacho bastante vacío, y la había convertido en su propio estudio para pintar. Tenía un montón de lienzos, pinturas, caballetes y pinceles por todos lados. Y siempre olía a pintura, por mucho que abriera las ventanas.
Bueno, ahora no, porque por el embarazo le habían recomendado no usar del tipo con la que pudiera inhalar solventes de pintura, pero usaba lápices de colores igual.
No habíamos hecho gran cosa en el piso de arriba, aunque Jen había sugerido que igual deberíamos empezar a escoger una habitación para el peque?o monstruíto que le crecía en las entra?as y que ya había hecho que su vientre creciera bastante.
—?Cuál te gusta más? —me había preguntado hacía un mes.
Yo, que me paseaba con ella por el piso de arriba, me quedé mirando las tres habitaciones restantes. Nosotros nos habíamos quedado con la grande.
—Esa tiene dos ventanas que dan al patio trasero —comenté—. Y esa de ahí tiene un cuarto de ba?o propio, no tendría que compartirlo con nadie.
—?Y la del fondo?
—La del fondo... —puse una mueca—. Es la que solía usar yo.
—?No quieres compartirla? —bromeó, divertida.
—Sí, pero está muy lejos. ?Y si se pone a llorar? ?Y si...?
—Entonces, esta es la elegida —se?aló la que había justo al lado de la nuestra—. Así podremos escuchar sus llantos en estéreo.
En conclusión, que habíamos quitado casi todos los muebles que había ahí —seamos sinceros, eran horribles— y habíamos decidido comprar otros nuevos un poco más modernos. Y una cuna. Y juguetes. Y...
Bueno, los bebés conllevaban muchas cosas, sí.
Menos mal que Naya y Will me echaban una mano cuando Jen no miraba. Me daban mil consejos y luego podía hacerme el listo delante de ella.
Por sus sonrisitas divertidas, yo diría que sabía que los consejos no eran míos, pero al menos no decía nada para que no me sintiera mal.
—Bueno —Jen, que seguía asomada en su estudio—, ?qué has hecho?
Ah, sí. Vuelta a la realidad.
Agité el papelito que tenía en la mano y lo dejé en la mesa del salón alegremente, haciendo que Jen se acercara y lo mirara con curiosidad.
—?Debería estar asustada? —preguntó, enarcando una ceja mientras lo recogía.
—No lo creo, no.
Ella leyó rápidamente y Mike asomó la mirada por encima de su móvil, escuchando a escondidas.
—?Qué...? —empezó Jen, medio pasmada, mirándome—. ?Será una broma!
—?Claro que no lo es!
—P-pero... ?Jack!
—?Te dije que lo haría!
—?El qué? —preguntó Mike, que ya no disimulaba y escuchaba atentamente.
—?Ha comprado una sala de cine! —chilló Jen, se?alándome.
Sonreí ampliamente, esperando mis aclamados vítores, pero ambos se limitaron a mirarme fijamente.
—?Qué? —puse una mueca, decepcionado.
—Ni siquiera sabía que se podía hacer eso —murmuró Jen, releyendo el papel como si fuera a descubrir algo nuevo en él.
—Bueno, admito que quería comprarle el cine, como te dije que haría —le hice una reverencia, a lo que sonrió—, pero el due?o prácticamente me ha mandado a la mierda. Era más fácil lo de la sala.
—?Y ya nadie puede ir ahí... solo por ti? —Mike entrecerró los ojos.
—?Claro que pueden ir! —sonreí—. Solo le he puesto un nombre a la sala. Y, si quiero, puedo reservarla para ver películas nosotros solos.
Jen había levantado la cabeza a medida que iba hablando, y vi que su mirada se volvía afilada y desconfiada.
—Espera... ?le has puesto nombre a la sala?
Ajá, por fin llegábamos a la mejor parte.
—Sí —sonreí como un ni?o bueno.
—Jack —dijo lentamente, se?alándome—, como le hayas puesto Mushu...
Dejó que la frase flotara entre nosotros, esperando que yo lo negara, y vi que su cara entera se volvía roja cuando se dio cuenta de que no iba a hacerlo.
—?JACK!
—?Es un buen nombre! —me defendí.
—?No lo es!
—?Es mi sala, le pongo el nombre que quiero!
—?Y no podía ser otro? ?Creo que habría preferido incluso Michelle!
—Si quieres, puedo ir a cambiarlo por Mich...
—?No! —me detuvo enseguida, suspirando—. Déjalo. Maldito apodo. ?Por qué demonios te conté que me llamaban así?
—Porque el destino quería que yo te llamara así.
Me entrecerró los ojos y pasó por mi lado para sentarse en el sofá junto a Mike. últimamente, se sentaba continuamente porque decía que estaba muy cansada y no dejaba de protestar porque se le habían hinchado los tobillos.
Yo no veía tanta diferencia, pero cuando intenté decírselo no me hizo mucho caso.
—Bueno —murmuró Mike, escondiendo su móvil y mirando a Jen—, al menos, sabes que durante vuestro maravilloso matrimonio no os aburriréis.
Sí, esa era otra cosa. Todavía teníamos la boda pendiente.
Aunque la verdad es que ese tema había quedado bastante aparcado con lo del bebé y la casa. Y ya teníamos bastante claro cómo sería, así que era un dolor de cabeza menos.
—Eso seguro —Jen sonrió—. A ver si el de aquí dentro tiene un sentido de humor mejor que el de su querido papi.
—?Qué insinúas? —me ofendí.
—Que espero que sea más gracioso que tú —me provocó.
Oye, ?yo era gracioso! ?No podía negarme eso!
Ejem...
?Tu opinión no cuenta, eres una conciencia estúpida!