—No —murmuró, avergonzada.
—Oh, no —sonreí—. ?Qué le hiciste a ese pobre hombre?
—?Por qué asumes que le hice algo? A lo mejor solo... mhm... abandoné gimnasia.
—No se puede abandonar —la cosa mejoraba por momentos—. ?Qué le hiciste?
Su cara se volvió roja al recordarlo.
—?Fue sin querer! —me aseguró.
—Necesito oír esa historia.
—?No fue nada importante! Solo... eh... se me resbaló la pelota y... mhm... fue a parar a su cara.
Empecé a reírme a carcajadas sin poder evitarlo.
—Dios, ?por qué no fui a tu instituto? —pregunté, divertido—. Me perdí tantas cosas maravillosas...
Jen me dio la pelota, enfurru?ada.
—Porque eres asquerosamente rico. Y, ahora, ?podemos volver? Estoy sudando y me da mucho asco.
Empecé a seguirla hacia el coche, sonriente, y me incliné hacia ella para hablarle en voz baja junto a la oreja.
—A mí me gustas así, sudadita —le aseguré—. No me importaría ser yo la razón por la que sudes un poco más.
Me sacó un dedo corazón, pero conocía esa cara. A Jen en el fondo le gustaba que le dijera esas cosas. Y a mí me encantaba decírselas. Era la combinación perfecta.
Me rezagué un poco y suspiré cuando vi como aceleraba el paso delante de mí y su culo se movía un poco más al caminar.
—?Cómo es que nunca te había visto en esos pantalones ajustados, Jennifer Michelle?
Estaban empezando a ser una competencia muy dura para esos vaqueros perfectos que tenía.
Jack Ross: presidente del club de fans del culo de dimensiones insuficientemente perfectas de Jennifer Michelle Brown.
—Porque solo me los pongo para hacer ejercicio y nunca lo hago —murmuró, mirándome por encima del hombro y sacándome de mi enso?ación—. Para salir a correr, estos son incómodos.
—Tomo nota. Tenemos que hacer más ejercicio. No quiero que esos pantalones salgan de mi vida. Las vistas de tu culo son demasiado perfectas.
—?Qué...? —Jen se giró hacia mí, completamente roja, y yo ya no pude evitarlo y le di una palmada en el culo—. ?Jack!
—?Qué? —sonreí como un angelito.
Mi humor mejoró un poco en los días siguientes, pero no lo suficiente como para que dejara de sentirme lleno de energía que necesitaba descargar de alguna forma. Y no sabía cuál.
Estaba haciendo flexiones en el suelo cuando Jen entró en la habitación. Ya llevaba el pijama y se había lavado los dientes. Me miró con una mueca un poco preocupada.
—Necesitas descansar —me dijo suavemente.
Me puse de pie y estiré el cuello, pero seguía notando mi cuerpo inquieto.
—No puedo —le aseguré.
—?Quieres escuchar música? —sugirió.
Negué con la cabeza casi al instante.
—?Película?
?Ahora? Uf, no. Volví a negar.
—?Quieres que vayamos con...?
—No —prefería estar a solas con ella.
—?Puedes tumbarte conmigo, al menos?
Oh, eso podía hacerlo sin problemas.
Jen se tumbó en medio de nuestra cama y yo me dejé caer suavemente sobre ella, acomodando la cabeza en su pecho. Cerré los ojos cuando empezó a acariciarme el pelo con los dedos con esa suavidad que siempre usaba al hacerlo. Su corazón latía suavemente bajo mi oreja.
Oh... era tan relajante.
Pero no lo suficiente.
De hecho, de alguna forma, noté que esa caricia inocente empezaba a hacer que mi cuerpo se calentara. Giré un poco la cabeza y hundí la nariz en el hueco de su clavícula, inspirando hondo. Adoraba el olor a Jen. Ella se encogió un poco cuando la rocé con la punta de la nariz.
Y ese simple gesto empezó a hacer que me hirviera la sangre.
Subí las manos por sus costillas y su camiseta me acompa?ó hacia arriba, hasta que quedó justo debajo de sus pechos.
Jen había dejado de acariciarme. Me apoyé sobre una mano para mirarla, dudando en si seguir. No lo habíamos hecho en todo este tiempo.
Cuando me devolvió la mirada, mi respiración se agitó. Y su pecho empezó a subir y bajar rápidamente. Cuando bajó la mirada a mis labios, ya no pude aguantarlo más y me acerqué bruscamente a ella, pegando mi boca a la suya.
Apenas unos segundos más tarde, me separé solo para arrancarle la camiseta. Jen soltó una bocanada de aire contra mi boca cuando empecé a acariciarla con tanta suavidad como pude reunir. De pronto, estaba ansioso. La necesitaba. Ya.
Y... bueno, la verdad es que resultó ser un método de calmarme bastante efectivo.
Y bastante gustoso, también.
Y... vale, sí, lo admito. Puede que el aumento dramático y repentino de mi buen humor tuviera... ejem... algo que ver con eso.
Después de eso, algunas ma?anas salí a correr con Jen. Me gustaba ver cómo se agotaba antes que yo y se enfadaba consigo misma por ello, así que terminé fingiendo que me cansaba mucho antes de que ella para que me dedicara esa sonrisita que tanto me gustaba.
También volví a cenar con los demás cada día, cosa que no gustó mucho a Sue porque significaba que había un día más en que ella no elegía qué comer —volvía a tocarme a mí— pero me dio bastante igual, porque la verdad es que iba a volverme loco como siguiera en esa habitación por mucho más tiempo.
Una de esas noches, mientras esperaba a que Jen terminara de cepillarse los dientes, apoyado en la encimera del cuarto de ba?o, no pude evitar poner una mueca.
—Hace unos cuantos días que no siento... nada malo —murmuré.
Jen escupió la pasta de dientes y me miró, confusa.
—?Qué?
Sonreí y le quité el resto de pasta de dientes de la comisura de la boca con el pulgar.
—Que hace unos cuantos días que no me siento acelerado, ni me duele nada... es como si estuviera volviendo a la normalidad.
—?En serio? —pareció ilusionada.
Asentí.
—?Cuánto tiempo ha pasado desde que empecé todo esto? —murmuré.
Jen lo pensó un momento.
—Unos... tres meses.
Oh, venga ya.
Apenas una semana más tarde, confirmé que ya no sentía nada parecido a lo que había sentido esas semanas. Estaba... bien. Extra?amente bien.