El mapa de los anhelos

—Sois muy previsores —bromea ella.

—Yo me estoy dejando llevar. —Will sonríe.

Nos quedamos un rato más hablando. Olivia dice que, con independencia de las ciudades que decida visitar, debería ir a la biblioteca y coger algunas guías de viaje. ?A la antigua usanza, nada de mirarlo todo en la red?. Y, en realidad, me gusta el plan, poder abrir uno de esos libritos y sumergirme en otro lugar saboreando cada página. Así que le digo que es probable que lo haga cuando tome una decisión sobre a qué sitios ir.

Después del café, me despido rápido de los dos para ir a pasear a Mr. Flu. Como de costumbre, Anne me recibe con una sonrisa amable y me invita a entrar.

—Acabo de tomar café —digo cuando me ofrece.

—Perfecto. Pues no te entretengo más.

Engancho la correa en el collar del perro y, antes de salir por la puerta, me giro hacia ella, que permanece ahí parada tan elegante como siempre, con unos zapatos de tacón de terciopelo verde, vestido negro de cuello ovalado y medias, a pesar de estar en verano. Me maravilla su capacidad para estar siempre impecable.

—Se?ora Rogers…

—Llámame Anne.

—Anne, te agradezco lo que has hecho por mi madre.

—Oh, bobadas, yo no he hecho nada…

—Lo digo en serio —la corto, porque no quiero andarme con rodeos ni sutilidades y las dos sabemos la verdad—. Creo que necesitaba una amiga que le tendiese la mano, alguien que no fuésemos el abuelo, mi padre o yo. Y casi todo el mundo se había olvidado ya de ella, pero tú…, bueno, le diste la oportunidad de escoger.

Anne aprieta los labios. Está visiblemente emocionada.

—Ha sido un placer, Grace.

Entonces sí, le sonrío y luego bajo los escalones con Mr. Flu tirando de la correa. Nos dirigimos hacia el parque de siempre y nos sentamos en el banco de siempre y miramos las hojas de siempre. Hace unos meses me sentía entumecida entre una monotonía semejante, pero todo ha cambiado, aunque me resulte difícil se?alar el qué con precisión. Quizá sea yo. Puede que en las respuestas más sencillas resida la verdad.

Al caer la noche, me acerco a casa del abuelo para cenar.

—?Qué has preparado? —Le quito la tapa a la olla.

—Un guiso. Tenía que aprovechar lo que había en la nevera.

—Huele muy bien —comento, y cojo un plato para servirme.

Nos sentamos a la mesa y compartimos unos minutos de silencio mientras nos llevamos a la boca una cucharada tras otra. La comida caliente siempre me reconforta y me hace sentir bien, sobre todo si ha sido cocinada por él. Me lo termino todo y suspiro.

—Podría irme rodando de aquí. —Dejo el plato en el fregadero y vuelvo a ocupar mi sitio frente a él, que pela una manzana con parsimonia—. ?No piensas decir nada?

—?Sobre qué? —Arruga la frente.

—?Sobre qué va a ser? Will.

—Mmmmm. —Para ser exactos, es una mezcla entre murmullo y gru?ido que usa a menudo y que su interlocutor debe traducir, cosa que ahora mismo no me apetece hacer.

—Abuelo… —protesto.

—Me gustó. —Sin embargo, por su manera de decirlo, sé que a continuación viene algo más, aunque no parece dispuesto a dejarlo ir con facilidad.

—?Cuál es el ?pero?? —insisto.

El abuelo me mira y suspira hondo.

—Buen corazón. Cabeza enredada.

—?Y a quién no le ocurre lo mismo?

—Sí. —Asiente y deja caer en la mesa la piel de la manzana con forma de espiral—. Siempre hay astillas en la madera.

No indago más sobre el tema, quizá porque, aunque estoy de acuerdo con el abuelo, lo que le he dicho es cierto: a veces la vida se le enreda a uno de tal manera que parece imposible encontrar el principio y el final del hilo. Lo sé mejor que nadie. Sigo sintiéndome hecha un lío la mayor parte del tiempo, lo que ocurre es que le estoy pillando el punto a esto de observar mis propios nudos e intentar deshacerlos con un poco de ma?a y paciencia, pero sin prisa, paso a paso.

Lo único que me inquieta respecto a Will es si él es capaz no ya de deshacer sus propios nudos, sino de atreverse a mirarlos de cerca y sin miedo.

—?Tenéis claro el viaje?

—No. —Cojo el trozo de manzana pelada que me ofrece como si siguiese siendo una ni?a a la que le dan la fruta preparada—. Pero creo que ámsterdam debería ser el punto de partida.

Asiente con la cabeza y ya no decimos nada más. Sin embargo, estamos bien así, callados, haciéndonos compa?ía.

Cuando salgo de casa del abuelo, me dirijo al centro de Ink Lake. Lo hago en bicicleta y disfruto del placer de sentir el aire templado en la cara y de que me ardan los pulmones y de pedalear con todas mis fuerzas hasta notar las piernas temblorosas. Siento que, después de mucho tiempo, mi cuerpo y mi cabeza están en sintonía. Y es justo en este instante de liberación cuando una idea parece colarse en mi interior al tomar una bocanada de aire y se me queda dentro, atascada detrás de las costillas. Ya sé que no voy a poder sacarla de ahí.

Ato la bicicleta a la farola que hay junto al local donde Will trabaja y empujo la puerta. Hay bastantes clientes. Paul pasa por mi lado con una bandeja en la mano llena de vasitos de licor.

—?Grace! ?Cómo estás?

—Menos ocupada que tú —bromeo.

Paul se ríe y niega con la cabeza mientras sigue su camino hacia una de las mesas. Me acerco a Will, que está tras la barra, y ocupo uno de los taburetes libres.

—No sabía que vendrías.

—Yo tampoco —admito—. Se me ha ocurrido una idea de camino hacia aquí.

Alza las cejas y coge una botella.

—?Debería preocuparme?

—No, no. Al revés. Es sobre el viaje.

—Si es importante, quiero prestarte atención. Espera un momento, termino con este pedido y el siguiente y luego…

—Tranquilo. Tú sírveme un refresco con mucho hielo y más tarde hablamos.

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