El mapa de los anhelos

—Sí, es un paseo. No te preocupes.

Salgo del coche y entro en el edificio. No es demasiado grande. Los libros están en la segunda planta y abajo hay varias salas de reuniones. Subo por las escaleras, saludo a la recepcionista y voy directamente a la sección de viajes. Recorro las hileras de guías y libros con el dedo índice, tocando los lomos; es algo que hago siempre cuando veo una estantería abarrotada y me encanta porque es como saludarlos, ?ya estoy aquí —quiero decirles—, ya voy a descubrir qué escondéis entre las páginas?.

Miro, reviso, abro, cierro, saco, meto, leo.

Una hora más tarde, la biblioteca está a punto de cerrar y yo me llevo siete libros que consigo meter en la mochila de milagro. Cuento los escalones cuando los bajo, no sé muy bien la razón, y al llegar al último me detengo de golpe porque escucho una voz familiar.

—Yo también, Allison.

Solo eso, tres palabras que podrían no significar nada y tan solo ser la respuesta a un comentario trivial como ?adoro los guisantes con cebolla?, pero no es el caso. No lo es porque quien lo dice es mi padre, que se encuentra justo delante de una de las salas de reuniones, y su mano, esa mano que me ha sostenido durante toda mi vida, aferra la de Allison con una mezcla de ternura y deseo que me destroza.

Ella es la primera en verme. Sus ojos se agrandan.

Después, él se gira para ver qué le ha llamado la atención y me descubre ahí, paralizada todavía en ese último escalón, contemplándolos como si fuesen un retrato en miniatura de Jean Baptiste Weyler y tuviese que agudizar mucho la vista para distinguir bien la escena que representan. En este caso, es una bastante desagradable. Se me revuelve el estómago.

—?Qué estás haciendo? —Y es mi voz la que grita, pero no tengo la sensación de que sea así, como si hubiese dejado de pertenecerme.

—Grace, te lo puedo explicar. No es lo que…

—Oh, joder. Ni te atrevas a decir esa frase.

Y bajo el maldito escalón. Estoy enfadada. Estoy decepcionada. Estoy contrariada. ?Cómo es posible que esto esté ocurriendo cuando al fin parecía que las piezas encajaban, que todo iba bien, que mis padres estaban acercándose?

—Saltamontes, espera, por favor.

—No me llames así. En serio, no lo hagas.

Abro la puerta de la biblioteca de un tirón y salgo. Ya casi ha anochecido. Camino calle abajo a paso rápido, muy rápido, aunque sé que me está siguiendo. Tomo aire e intento calmarme, pero solo veo esas dos manos unidas y no dejo de pensar en mamá, en lo injusto que es después de todo lo que ha sacrificado por nosotras y por él. Media vida. Media vida y un corazón. ?Y esto es lo que recibe a cambio? Parece una broma del destino.

—?Grace! —me llama—. Para. Hablemos.

Freno de golpe y me doy la vuelta.

—?Sí? ?Quieres que nos tomemos un café para que me cuentes cómo te entretenías con esa mujer mientras nosotras atravesábamos el peor momento de nuestras vidas? ?Quieres convencerme de que no ha significado nada y todo eso?

No contesta. En lugar de negarlo, de luchar o insistir, se queda ahí plantado en mitad de la calle y, al final, me giro y me alejo sin mirar atrás, un paso tras otro. Noto el peso de la mochila en la espalda, me arden los pulmones y me pica la nariz. No es por mí. Es por ella. Es porque me duele tener que contarle esto y me aterra que la haga derrumbarse otra vez después de lo mucho que le ha costado levantarse.

Cuando llego a casa, el coche de mi padre está en el garaje. Ha sido más rápido. Encajo la llave en la cerradura con el corazón latiéndome a mil por hora.

No se oye nada. Eso me sorprende.

Voy al comedor. Mamá está sentada en el sofá con un libro en la mano que cierra en cuanto me ve. él está en el sillón y no deja de frotarse las sienes, aunque levanta la vista al oír mis pisadas. Dejo las llaves en la repisa de la chimenea.

—?Qué está pasando?

—Verás, lo de antes…

—Tu padre y yo vamos a divorciarnos —lo corta ella, y el tono de su voz es seco y contundente—. Empezamos los trámites hace unas semanas.

Estoy confusa. Tan confusa que sigo anclada en el último escalón, en las manos acariciándose y en el tono bajo de su voz diciendo ?yo también, Allison?.

—?Mamá lo sabe todo o eres tan cobarde que ni siquiera has sido capaz de decírselo? —pregunto mirándolo.

—Yo… —murmura él con voz temblorosa.

—?Que hay otra mujer? —Ella se levanta y se acerca hacia mí. Me acaricia la mejilla y en sus ojos veo tanto dolor como alivio—. Sí. Lo sé desde hace tiempo, Grace. Tranquila.

—Pero ?cómo es posible? Después de todo lo que hemos pasado…

Ella sacude la cabeza y dice:

—Ahora… todo está bien.

él se pone en pie. Se muestra perdido y le brillan los ojos como si estuviese reteniendo las lágrimas. De pronto parece más peque?o, más viejo, más débil. O quizá sea solo cosa de mi percepción, porque el hombre que creía conocer, ese que pensaba que estaba regresando poco a poco, acaba de esfumarse de golpe. No estoy segura de quién es en estos momentos y me cuesta mirarlo porque al hacerlo siento un pellizco de desilusión.

—Creo que debería irme esta noche. Volveré ma?ana a primera hora.

—Te lo agradecería, Jacob. —Mamá le dirige una mirada afectuosa que me cuesta encajar y yo sigo ahí sin moverme hasta que escucho la puerta cerrarse.

—No lo entiendo… —susurro.

—Ven, Grace, tomaremos algo.

Mamá me rodea los hombros con un brazo y nos dirigimos a la cocina. Calienta agua en el microondas y luego le a?ade una bolsita de manzanilla. Después me pone la taza delante, se sienta enfrente y remueve la suya con lentitud.

—?Desde cuándo lo sabes?

—Unos meses… —Suspira hondo—. Aunque supongo que lo sospeché casi desde el principio. él no se atrevió a decírmelo entonces, le ha costado tanto aceptar sus sentimientos como encontrar el valor para ser sincero, y quizá a mí no me importaba lo suficiente como para molestarme en indagar más.

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