El mapa de los anhelos

Grace me deja observar su mundo a mis anchas, sin restricciones. Me fijo en cada detalle insignificante como solo puede ocurrir cuando estás tan deslumbrado por una persona que todo lo que la rodea te parece trascendental.

—Ha sido raro, ?sabes? Lo de invitarte a cenar. Es la primera vez que pasa. También es la primera vez que un chico sube a mi habitación.

—?Lo dices en serio? —Me acerco a ella.

—?Por qué te sorprende tanto?

—Tienes un lado rebelde. Imaginaba que fuiste de las que en la adolescencia acababan sacando a algún chico por la ventana de la habitación y obligándolo a saltar desde el tejado.

—Es más probable que eso te ocurriese a ti.

—Culpable. —Sonrío y le rozo la mejilla.

—Aunque admito que he estado en el otro lado.

—?Saltando por una ventana?

—Sí. En bragas. Nada que quieras saber.

—Oh, créeme, sí quiero saberlo.

—Pues será otro día. La cuestión, Will, es que este es mi reino. Y me cuesta dejar que cualquiera entre en mi territorio, ya te lo dije.

—Pero no soy cualquiera.

—Exacto. Así que no rompas nada.

—No lo haré. Caminaré de puntillas si hace falta.

Grace curva los labios despacio y yo le robo la sonrisa con un beso lento y suave que no consigue borrar lo que sea que la inquieta durante esta noche.

—?Vas a contarme qué es lo que te pasa?

—Es que no sé… —Se aparta y suspira mientras abre la ventana—. A veces ni siquiera me entiendo a mí misma, así que ?cómo podrías hacerlo tú?

—Déjame intentarlo.

Pone un pie en el alféizar de la ventana y me mira por encima del hombro. A pesar de la oscuridad de la noche, el aire que penetra en la habitación es cálido.

—?Sales conmigo?

—Claro.

La sigo. La seguiría donde fuese. Hay un hueco entre la ventana y las tejas que se inclinan hacia abajo. Nos sentamos muy juntos porque el espacio es tan reducido que no sobra ni un centímetro. Cojo su mano derecha y le acaricio los dedos despacio, me fijo en sus u?as rectas y cortas, en el anillo con una piedrecita morada que lleva en el dedo anular y en la forma del hueso de su mu?eca. Nunca había sentido la necesidad de estudiar así a alguien. Creo que lo hacemos mutuamente. Cualquiera pensaría que somos los primeros seres humanos recién llegados a la Tierra y que estamos reconociéndonos como iguales.

—?Algún problema con tu madre?

—No, qué va. Se lo ha tomado genial. Ha dicho: ?Mi Lucy, siempre brillando hasta el final? y me ha abrazado. Ni siquiera ha preguntado como papá si le había dejado alguna carta.

—?Y entonces?

—Cuando hablaba con ella, le he dicho que tan solo quedan dos casillas…

—Ya. —Tomo aire.

—No quiero que se acabe.

—Lo sé, Grace.

—Cuando termine…

—Ella ya no estará. No de esa manera, al menos. Pero sí de otras.

—Lucy tenía razón, la necesito. ?Qué haré sin ella?

—Yo creo que te ha abierto el camino.

—Sí.

—Y que sabrás seguir andando…

—Es posible. Aunque me encantaría que ?El mapa de los anhelos? durase para siempre, hasta el fin de mis días, que nunca acabase y que la vida fuese un juego. ?Te he hablado alguna vez de lo poco que me gustan los finales?

—Creo que no.

—Pues los odio, pero solo cuando algo me gusta mucho, muchísimo. Y cuando no es así, me ocurre todo lo contrario, casi que ni me acuerdo de lo que sea que pasó por mi vida. Tienes delante de ti al ser humano más contradictorio del mundo.

—Ven aquí. —La abrazo y pego mi mejilla a la suya antes de suspirar—. Te irá bien, Grace. Lo sé.

Estoy completamente seguro de ello y no deja de ser irónico que pueda darle consejos que no me aplico, creer en ellos a pies juntillas y ver su futuro tan claro.

En fin, ?quién no es contradictorio?





42


Grace


—Coge un ba?ador, una toalla y ya compraremos algo para comer durante el camino. —Esas fueron las palabras exactas de Will cuando apareció el sábado por la ma?ana de improviso delante de la puerta de casa.

—?De camino adónde? —pregunté.

—Eso es lo de menos. Venga, vamos.

Y después de más de dos horas de trayecto, ahora estamos delante de un río de agua cristalina bajo el resplandeciente cielo azul y rodeados de naturaleza.

—Tú primero —repito.

—No me convence la idea.

—Elegiste el sitio. Es lo justo.

Will lanza un suspiro resignado. Resulta que el agua está helada, lo sé porque hemos metido dentro los pies y, en lugar de seguir adelante, ambos hemos dado un paso atrás. Y ahí seguimos, teniendo una charla de lo más estúpida sobre quién debería lanzarse en primer lugar.

—De acuerdo —accede él.

—Me encanta cuando te muestras razonable.

—Pero…

—?Sí?

—Odio sentirme solo.

—?Qué demonios…? —Y no termino la frase porque me coge y me carga sobre su hombro izquierdo—. ?Will! ?WILL! ?NO!

Pero es demasiado tarde. Salta. Y volamos, casi parece que nos quedamos suspendidos en el aire unos segundos, y luego caemos. El frío me deja sin respiración. Es agudo e intenso. Me aferro a su cuerpo cuando salimos a la superficie del agua gélida. Quiero golpearlo y besarlo, todo a la vez. Al decírselo, Will tose mientras intenta en vano no reírse. Lo suelto y doy un par de brazadas a contracorriente.

—?Qué pretendes hacer?

—Entrar en calor —digo.

él sonríe mientras me sigue.

—Se me ocurren formas más divertidas de conseguirlo.

Me giro hacia él con los brazos extendidos y el agua se escurre a mi alrededor siguiendo la trayectoria del río, siempre abajo. A diferencia de nosotros y del resto del mundo, tiene una dirección fija. Me muerdo el labio y sonrío.

—Hablas mucho, Will, pero…

Me alcanza por detrás y me abraza contra su pecho. Besa mi hombro derecho y sube hacia la nuca hasta rozar mi oído y detenerse justo ahí: —?Ibas a decir que hablo mucho y demuestro poco?

—Es posible. —Tengo los ojos cerrados.

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