—Tu padre no fue el primer hombre del que me enamoré. Salí durante un a?o y medio con otro chico, un inglés al que conocí en la universidad. Fue muy intenso.
—Tampoco hace falta que entres en detalles.
—Lo que intento decirte, Grace, es que incluso los amores que son fugaces, esos que duran meses o a?os, vale la pena vivirlos apasionadamente. A veces parece que solo se valoran los ?para siempre?, pero, en mi opinión, eso es una tontería.
Sé que tiene razón, pero me limito a continuar conduciendo.
Nunca me han gustado los finales. Cuando termino un libro, siempre noto un hormigueo en la punta de los dedos porque deseo seguir pasando unas páginas que no existen. Me pregunto qué ocurrirá después, qué será de esos personajes, y me parece injusto ser testigo tan solo de un peque?o tramo de sus vidas. En las películas, no me muevo mientras aparecen las líneas de crédito y, en ocasiones, la rebobino una y otra vez para disfrutar esa última escena y pienso en que ojalá pudiera hacerlo en la vida real. Y cuando una canción me gusta mucho la escucho tantas veces que termino por aborrecerla, pero incluso entonces me aferro a ella. No, no me gustan los finales.
Dejo el coche delante del garaje sin meterlo porque llegamos un poco tarde y no quiero perder el tiempo. La casa huele a carne recién hecha y a miel y a hierbas aromáticas. Encontramos a papá delante de los fogones de la cocina.
—Hola. Qué bien huele todo —le digo.
Me mira por encima del hombro y sonríe.
—Saltamontes, tienes una sorpresa en el comedor. O dos, mejor dicho. Ve.
Giro sobre mis talones y me dirijo hacia allí. Oigo las voces antes de abrir la puerta y encontrarme a Will sentado en el sofá junto a un hombre de mejillas arrugadas, ojos de un gris que recuerda al acero y cabello de nieve.
—?Abuelo! —Me lanzo hacia él.
41
Will
Tan solo necesito ser testigo de este abrazo para entender que el lazo que une a Grace con Henry va mucho más allá de la sangre. Ella cierra los ojos cuando envuelve su cuerpo porque se siente segura y respira hondo en busca del olor familiar. él se ríe y le da unas palmaditas en la espalda con aparente incomodidad, pero en realidad está emocionado.
—?Qué estás haciendo aquí?
—Ya iba siendo hora de volver y parece ser que lo hice en el momento perfecto, aunque nadie me mandó una invitación para cenar —dice burlón, y luego se?ala la maleta que descansa en la entrada—. Vengo directo del aeropuerto.
—Ya conoces a Will, por lo que veo.
—Sí. Ya lo he interrogado —bromea.
—Solo me ha amenazado con una pistola eléctrica, nada grave —intervengo apretando los labios para evitar echarme a reír—. Aún conservo todos los miembros.
—De momento —a?ade él.
—?Abuelo!
Le dirijo a Grace una mirada tranquilizadora porque, en realidad, la charla ha sido todo lo contrario: reconfortante. Hemos hablado de su viaje a Florida y de su trabajo en el taller, de la cajita que dise?ó para el juego de Lucy y de los días que yo pasé junto a ella en aquella sala de café del hospital.
Pero esa calma se desvanece en cuanto la se?ora Peterson entra en el salón. Primero saluda a su padre y después sus ojos se clavan en mí. En el instante en el que lo hace, sé que me reconoce. Frunce el ce?o, visiblemente confundida.
—?Tú eres Will?
—Sí —contesto.
—Nos hemos visto antes.
—Lo sé.
La se?ora Peterson mira a su hija.
—?Qué está ocurriendo aquí?
El abuelo Henry lanza un suspiro y mira a su nieta dubitativo pero sereno, quizá porque sabe que es el momento y que ya no hay vuelta atrás.
—?Todavía no se lo has contado, Grace?
—No —responde ella bajito.
—?Qué tienes que contarme?
No hace falta nada más para que Henry y yo salgamos del salón y las dejemos a solas. Vamos a la cocina y Jacob nos dirige una mirada interrogante tras apagar el horno.
—?Ocurre algo? —pregunta.
—Rosie está a punto de descubrir que existe ?El mapa de los anhelos? —masculla Henry—. Y yo necesito una copa de vino para sobrellevar mejor esta llegada triunfal.
—Estaba a punto de abrir una botella —dice Jacob. Después la descorcha, sirve dos vasos y me mira—. ?Prefieres beberlo en copa?
—No, gracias. Tomaré agua.
—Buen chico —dice Henry.
La inquietud reina en la cocina. Imagino que Jacob y el abuelo Henry temen que Rosie no encaje bien la existencia del juego, aunque Grace ha dejado caer en varias ocasiones que su madre se muestra más serena. Yo me siento un poco fuera de lugar. Hace mucho tiempo que no asisto a una reunión familiar, ni siquiera cuando se trata de mi propia familia. El último a?o decidí pasar las navidades aquí y, cuando mis padres se rindieron y dejaron de insistir, se marcharon a Canadá para celebrar las fiestas con mis tíos y el resto de la familia. Pero, cuando Grace me invitó, y a pesar de tener que pedirle a Paul que me diese la noche libre, no pude negarme. Sin embargo, no estoy seguro de qué esperan de mí los Peterson, y la idea de tener que cumplir unas expectativas me paraliza un poco porque me recuerda a esa versión de mí mismo que intento dejar atrás.
—Grace me contó que estudiaste Derecho —dice Jacob, imagino que para romper el incómodo silencio y sacar algún tema de conversación.
—Sí. —Bebo agua.
—Pero no ejerces.
—No.
Jacob inspecciona la carne para asegurarse de que está en el punto perfecto de cocción y después se limpia las manos en el delantal que lleva puesto.
—?Has pensado hacerlo? Porque si tienes nociones de Derecho inmobiliario, creo que en la empresa estaban buscando personal…
—Aún no sé bien qué voy a hacer.