El mapa de los anhelos

—Que ojalá lo hubiese hecho antes.

Se ríe y siento en el pecho un cosquilleo que solo puede ser felicidad. La manera en la que se relaja cuando deja que una carcajada le suba por la garganta es perfecta y suena como un instrumento musical que se agita sin control. Debería hacerlo sin parar. Yo también termino riéndome cuando trepa hasta colgarse de mis caderas y nos damos un beso que sabe al café del desayuno. Caemos en la cama. Grace me acaricia la línea de la mandíbula, sube por la barbilla, baja por la barbilla…, lleva toda la noche analizando cada centímetro de mi cuerpo como si estuviese en clase de Anatomía.

—Quiero contarte algo —susurra, y yo la miro y espero—. Cuando regresé a casa la otra noche después de la feria estaba… confusa.

—Confusa. —Me sorprende la palabra porque a estas alturas sé que Grace suele ser bastante precisa a la hora de elegir cada una de ellas.

—Sí. Quizá fue porque acababa de cumplir veintitrés a?os y en las fechas significativas es fácil caer en la tontería de hacer un balance de vida o porque el día fue un cúmulo de emociones después de verte del todo…

—O por mis besos —bromeo.

Grace entrecierra los ojos y se ríe.

—Sigues siendo un arrogante.

—Eso ha dolido —bromeo.

—La cuestión, Will, es que sí, estaba confusa. Así que, cuando llegué a casa, cogí papel y boli y empecé a escribir una solicitud para entrar en la universidad.

—?Cómo has dicho?

—Es una locura, ?verdad? Además, la carta no tenía sentido. Siempre he oído que es algo que tienes que aprovechar para exponer tus dotes, pero en mi caso fui sincera, dije la verdad: que la mayoría del tiempo me siento perdida y que ni siquiera ser consciente de que me estoy muriendo, de que todos lo hacemos conforme pasa el tiempo, es capaz de hacer que me levante y decida hacer algo útil o interesante con mi vida. Y escribí sobre mi hermana. Conté que había nacido para salvarla, pero que ahora ella ya no estaba y yo… en ocasiones siento que en cualquier momento me diluiré en la nada hasta desaparecer.

Demasiada información. Cuando Grace habla desde el corazón, cuando escupe las palabras una detrás de otra con esa sinceridad apabullante, siempre siento que me desbordo y me preocupa no estar a la altura.

—No vas a diluirte. Créeme. Te tengo justo entre mis manos y eres la persona más sólida que conozco. En cuanto a lo otro… —Le aparto el pelo de la cara porque quiero verla—. Creo que es la prueba de que algo ha empezado a cambiar en ti.

—Lo sé.

—Bien.

—Pero…

—Dime.

—Es la peor solicitud que se ha escrito jamás.

—Seguro que no. ?Para qué era?

—Historia del Arte.

—Debería haberlo imaginado.

—?Por qué?

—Has hablado de ello en alguna ocasión; pero, además, te pega el hecho de estudiar algo del pasado que perdure en la actualidad. No me mires así, es más bien un concepto, ?entiendes? Como la gente que dedica su vida a aprender latín o griego, hay personas que no lo comprenden porque lo consideran poco provechoso. Y el arte es un poco así, algo estático, algo que otro ser humano pudo crear hace cientos de a?os y que todavía hoy, tanto tiempo después, nos resulte…

—Bello —concluye ella.

—Sí. Es una forma de conservarlo.

—En cualquier caso… —Traza espirales en mi brazo—. No importa, porque es evidente que nadie en su sano juicio me admitiría basándose en esa carta y no tengo nada más. Mi media del instituto no era demasiado brillante.

Trago saliva y después cojo aire.

—?Dónde está la universidad?

—En San Francisco.

—?Y por qué allí?

—No lo sé. Quizá por el clima más agradable o porque fue la ciudad a la que iba a viajar con mi familia antes de que se cancelasen los planes. No lo pensé mucho.

Cuando me besa, creo que los dos somos conscientes de que esa ciudad, San Francisco, acaba de convertirse en un paréntesis, no por la distancia que nos separaría si se marchase, sino por el hecho de que Grace está empezando a trazar su camino, aunque en ocasiones dé dos pasos adelante y retroceda otro, pero yo…, yo estoy mucho más atrás.





40


Grace


La razón por la que ahora mismo estoy con mi padre en un supermercado tiene que ver con lo que ocurrió hace cuatro días cuando aparecí en casa por la ma?ana y me encontré a los dos en la cocina esperándome. Mi madre tenía una taza humeante de café en las manos y había preocupación en su semblante cuando me preguntó: —?Se puede saber dónde has pasado la noche?

—Mmm, ?por ahí? —No estoy acostumbrada a dar explicaciones, tampoco es que tenga edad para estar haciéndolo, pero supongo que es una de las consecuencias de vivir todavía en casa de mis padres—. Fui a ver a Will.

—Y te marchas en mitad de la noche…

—Sí. Fue una urgencia —puntualicé.

Mamá no se mostró especialmente satisfecha. Me dirigió una larga mirada que me hizo pensar que, a pesar de todo, de esa distancia que en ocasiones ha existido entre nosotras, las madres tienen el superpoder de intuir cosas que el resto ignoran.

Después, giró la cabeza hacia mi padre.

—?Tú qué opinas, Jacob?

él lanzó un suspiro y sacó la leche de la nevera.

—Opino que quizá deberías invitarlo a cenar.

—?A Will? —pregunté aún perpleja.

—?Acaso hay más? —Mamá alzó una ceja.

—No.

—Entonces sí, nos referimos a Will.

—?Sales con ese chico? —intervino papá.

—Supongo —logré decir.

—?Lo supones o lo sabes? —insistió ella.

—Lo sé. —Puse los ojos en blanco.

—Nos gustaría conocerlo, ?verdad, Rosie?

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