Así que esquivamos el tema, lo dejamos atrás.
Le hablo de mis padres, de que tengo la sensación de que ella está mejor y creo que él va abriendo los ojos poco a poco. ?Quién sabe? Quizá no esté todo perdido.
—Llegué a pensar que mi padre tenía una amante —confieso.
—?Por qué? —Olivia se incorpora y se recoge el pelo.
—No lo sé, llegaba siempre muy tarde a casa.
—?Y tú?
—?Yo?
—?Sigues con Tayler? ?Estáis en tiempo de descanso?
—No, ya no. Definitivamente —puntualizo.
Olivia me habla entonces de un chico llamado Dylan al que conoció en una cafetería. Es divertido y piensa que ella terminará triunfando a lo grande porque le encanta lo que hace. También me cuenta que le han pedido que confeccione algunas prendas para una obra que se estrena el próximo oto?o en un peque?o teatro de la ciudad.
—Es estupendo —le digo.
—Sí. Y en cuanto a ti, te noto cambiada. No sabría decir qué es, llevas el mismo corte de pelo de siempre, pero… —Se muerde el labio—. Es algo más profundo. Así que ?piensas contármelo o tendré que insistir hasta que lo hagas?
Vacilo unos segundos, pero al final termino hablándole del juego de mi hermana y de Will, dos cosas que siempre han ido de la mano. Le cuento en qué consistían algunas casillas y que también es la razón por la que he llamado a su puerta: necesitaba un empujón para tener valor. Cuando acabo de relatar todo lo ocurrido con Will durante los últimos meses, lanza un suspiro y chasquea la lengua.
—?Te das cuenta de que las dos estamos poniéndonos al día ahora mismo porque en su momento nos equivocamos? Todos lo hacemos, Grace. Y existe el derecho a cambiar, ?acaso no lo has oído nunca? Es justo, si lo piensas detenidamente.
—Ya. —Tiro de un hilito de mis vaqueros.
—Quizá sí esté siendo sincero contigo.
—Es una probabilidad entre tantas otras.
Cuando vuelvo a tirar del dichoso hilo, la raja de los vaqueros termina convirtiéndose en un agujero del tama?o de una moneda. La vida es un poco así: un día tienes una fisura diminuta y, al siguiente, el boquete en el corazón es tan grande que ya no hay manera de arreglarlo. O, al menos, eso pienso hasta que Olivia se percata del desastre, abre un cajón de su escritorio y saca un parche, hilo y aguja.
—Quítatelos. Te arreglaré eso en un periquete.
38
Grace
Son las dos y media de la madrugada cuando llego al parque de caravanas. Intento no hacer ruido al caminar, pero el suelo está cubierto de gravilla y cruje con cada pisada. No sé qué hago aquí. O sí lo sé, pero es una estupidez tan grande que prefiero convencerme de que no soy consciente de mis actos y tan solo me dejo llevar por un impulso. Mientras conducía hacia aquí, pensaba en la palabra ?locura? y me preguntaba por qué a menudo se asocia con el amor. Quizá porque ambas cosas son un poco imprudentes e irreflexivas; el amor no puedes pensarlo y masticarlo, no sirve de nada. Y esconde cierta insensatez, la razón apenas entra en juego. Al final, en realidad, tanto la locura como el amor pueden ser una temeridad y por eso resulta llamativo que el ser humano se sienta tan atraído por la idea de enamorarse locamente.
Yo no sé… Ya no sé qué siento. Y necesito averiguarlo.
Así que llamo a su puerta y luego alzo la vista hacia el cielo estrellado pensando ?no abras, no abras, abre, abre, abre?. Luchar contra una misma es agotador, cabeza frente a corazón, por eso tengo que ver a Will ahora. ?Abre?.
Cuando lo hace, es evidente que lo he despertado. Me gustaría no sentir un vuelco en el corazón al verlo, pero eso es justo lo que ocurre, como si mi cuerpo se empe?ase en sabotear y aplastar cualquier atisbo de lógica.
—Siento venir a estas horas. Tenía que verte.
—Grace… —Tiene la voz ronca—. Entra.
Me meto en su diminuto reino. Will enciende una vela. Lleva un pantalón corto de pijama y una camiseta blanca y ajustada. Todo él desprende una sencillez que en estos momentos comprendo que le ha supuesto un esfuerzo, cerrar una parte de su vida. Por primera vez, mientras observo el interior de la caravana, intento imaginar lo que debió implicar para él ese cambio de vida, canjear el lujoso apartamento de Nueva York por la caja de zapatos en la que ahora nos encontramos, el despacho de abogados por un pub peque?o a media jornada, sus amigos y su familia por la soledad…
—?Estás bien? —pregunta con preocupación.
—Sí, es solo que no dejo de darle vueltas al asunto… —Niego con la cabeza y resoplo—. ?Cuántas versiones pueden existir de una misma persona?
—Muchas. Todos, en cierto modo, somos versiones.
—?Y cómo puedo saber que este Will al que tengo delante es real?
—Porque estoy demasiado cansado para seguir fingiendo, Grace.
La llama lo ba?a todo con su resplandor anaranjado y ondea suavemente como si pudiese percibir la tensión y no quisiese perturbar el momento.
—No podía dormir porque me sentía culpable.
—?Por qué ibas a sentirte así?
—Porque he sido cruel contigo.
—No es verdad. Lo entiendo. Te entiendo.
—?Deja de mostrarte tan complaciente!
Will se sienta en la cama, suspira y se frota la barba de uno o dos días. Nos miramos en silencio cada uno desde un extremo opuesto, lo que en realidad apenas será un metro y medio o dos, no estoy segura. Decido ser sincera porque he llamado a su puerta en mitad de la madrugada y es lo mínimo que merece.
—Quizá esté intentando hacerte da?o.
—Se te da bastante bien —susurra él.
—Puede que necesite ver que sientes algo y que eres humano. Pero no estoy orgullosa de ello, más bien todo lo contrario.
—?Por qué lo haces?
—Porque tengo miedo y ya me conoces, nada como una buena defensa. La vida también es un juego, Will, todo lo es. Hay que anticiparse.
—?Qué es lo que te da miedo?
—No ser importante para ti.
—?De verdad piensas eso?