El mapa de los anhelos

—Yo también.

—?En serio?

—Sí, hasta me he aficionado a la tarta de zanahoria.

Olivia sonríe y, por un instante, si alguien pudiese vernos desde fuera, creería que no ha ocurrido nada entre nosotras, que no hemos estado casi un a?o sin dirigirnos la palabra, que no hay fisuras. El abuelo siempre dice que la amistad de verdad es tan flexible como las relaciones familiares; un día estás discutiendo acaloradamente en el salón y al siguiente te encuentras bajo una mantita en el sofá viendo una de esas películas navide?as que están destinadas a ser presa del olvido.

—?No decías que tu madre había hecho galletas?

—Sí. Iré a por ellas. Deberías venir otro día a ver a mis padres, preguntan a menudo por ti. Hoy están fuera porque iban al cumplea?os de unos amigos.

Aprovecho el rato a solas para contemplar el típico corcho que casi todo el mundo tuvo alguna vez en la habitación durante la adolescencia; en mi caso, pronto me di cuenta de que era insuficiente y lo sustituí por la pared entera. Olivia, en cambio, aún lo conserva. Ahí estamos las dos en casi todas las fotografías, desde peque?as hasta casi la actualidad. En la última fotografía estamos en una heladería junto a Tayler, Sebastien, Nelson, Rick, Mia y un par de amigos más.

Siento que he cambiado. Que soy esa chica, que sigo compartiendo con ella muchos vacíos e interrogantes, pero ahora me noto más sólida, más clara. Hay piezas, piezas tan peque?itas que un experto en joyería tendría que coger con cuidado, que empiezan a encajar entre ellas para formar un mecanismo complejo.

—Toma. —Olivia me ofrece el plato.

Después, cada una con su galleta en la mano, nos sentamos en la cama y la conversación fluye sin esfuerzo. Empieza en el punto exacto donde la dejamos. Es decir, Sebastien. Supe que no era una buena idea que Olivia se liase con él en cuanto vi la manera en la que lo miraba: como si creyese que podría salvarlo y que, tras la fachada frívola, habría algo profundo en su interior. No era el caso. Sebastien siguió tonteando con muchas conocidas y, cuando a ella le llegó la carta de admisión, la vi dudar. Quizá pensó que, si se marchaba, lo que tenían no resistiría. Quizá influyó el hecho de que tan solo hacía unos meses desde que salían y estaba en esa etapa en la que se tiende a idealizar todo. O quizá la cosa no tuviese tanto que ver con él, sino con las dudas sobre sus propias capacidades. La cuestión es que, cuando dijo que no estaba segura de si era una buena idea pedir un préstamo estudiantil para pagar la parte que no cubría la beca, lo tuve claro: tenía que hacer algo. No me siento especialmente orgullosa de ello, pero tras repetirle lo que pensaba a diario y conseguir que me mandase a la mierda por pesada, pasé a la acción. Fue algo casi improvisado. Le envié un mensaje a Sebastien preguntándole la hora a la que habíamos quedado esa noche junto a los demás y él contestó el instante. Después, la conversación continuó durante los siguientes días. Resultó fácil: solo tenía que reírme mucho de sus bromas (que no tenían gracia) y halagarlo a menudo. La charla amistosa se convirtió en un tonteo. Cuando un par de semanas después fuimos a un concierto de un grupo que tocaba en un viejo rancho de las afueras, se emborrachó e intentó besarme. Y magia, Olivia abrió los ojos.

No estuvo demasiado conforme con mi explicación, claro.

Esa noche discutimos como nunca lo habíamos hecho y que las dos hubiésemos bebido no ayudó en absoluto. Ella se marchó en el coche de una compa?era del supermercado en el que trabajaba y yo vi amanecer en la cama de Tayler porque, cuando no quería pensar, sus brazos siempre eran la mejor opción.

Olivia no llamó a la ma?ana siguiente. Yo tampoco.

Yo no llamé una semana después. Ella imitó el gesto.

El silencio se prolongó hasta que supe a través de Mia que Olivia había decidido marcharse a estudiar a Colorado. Y todo eso nos conduce a este momento, aquí, en su antigua cama, comiendo deliciosas galletas con pepitas de chocolate.

—?Cómo se te ocurrió algo tan retorcido?

—Bueno… —Me relamo los restos de los labios—. Es que fue un poco rodado. No te ofendas, pero no resultó difícil captar la atención de Sebastien.

Ella resopló y negó con la cabeza.

—Era un idiota.

—Muy idiota.

—Tenías razón.

—Me alegra oírlo.

—Pero sigo pensando que no deberías haber intervenido de esa manera. En cualquier caso, da igual, no quiero darle más vueltas. Te echaba de menos.

—Perdóname. —La abrazo y luego nos tumbamos en la cama las dos juntas, codo con codo, contemplando el techo liso—. ?Te confieso una cosa? Estaba un poco celosa.

—?De mí? —pregunta.

—Sí, de ti. Es que te ibas a marchar a cumplir tu sue?o y yo seguiría aquí hasta el fin de mis días con toda esa gente que en realidad no me importaba. Puede que una parte de mí quisiese dejar de hablarte, aunque sea horrible decirlo en voz alta. Me dolía que te quedases, no podía consentirlo, pero también me dolió verte partir. ?Tiene sentido?

—Supongo. Pero, si no lo tiene, también está bien.

—Me lo pones demasiado fácil —admití.

Nos quedamos sumidas en un plácido silencio.

—Cuando supe lo de Lucy…

—No. No, por favor.

—Vale —suspira.

—Gracias, Oli.

No quiero hablar con ella de mi hermana porque sé que no será de una manera superficial. Seguro que comenta algún detalle, algo peque?ísimo, pero que sea tan punzante como un alfiler. Y dolerá. Y no, no, no. Puedo enfrentarme con entereza a todas las cosas prácticas y rígidas que rodean a Lucy. ?Murió a los veinticuatro a?os?. O ?Fue por culpa de un fallo hepático, estaba desorientada y confusa, dejó de ser ella?. Pero sabía que Olivia diría algo como ??Recuerdas que a Lucy le encantaban las galletitas saladas??, o ?Hay una nueva papelería en el centro, todo está lleno de cosas brillantes y papel crujiente; Lucy hubiese comprado media tienda?, y eso sí podría destrozarme.

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