—Bien. Averigüémoslo. Y si al final tengo razón, me ayudarás con el proyecto. ?Quién sabe? Quizá hasta te apetezca volver a formar parte de la plantilla. Estoy segura de que te recibirían con los brazos abiertos si quisieses regresar.
Por primera vez en mucho tiempo veo la duda aflorando en la mirada de mi madre. Es un segundo, solo uno, pero está lleno de esperanza. Y la entiendo. La entiendo porque sé lo que es que una parte de ti quiera hacer algo, lo desee con fuerza, pero que la otra no se atreva a dar el paso. Cuando uno se encuentra indeciso en una intersección junto a las vías del tren, en ocasiones necesita que una mano amiga le dé un empujoncito suave que le recuerde que debe decidir, que no puede quedarse ahí eternamente. Y en este momento sé que en eso consiste el juego de ?El mapa de los anhelos?, casi puedo sentir el aliento de mi hermana en la nuca. Es lo que me impulsa a decir: —Deberías intentarlo, mamá.
—?Tú crees? —Me mira nerviosa.
—Sí. Sí lo creo. No pierdes nada.
O nada que valga la pena, por lo menos. Puede perder a la sombra de ella que quiere quedarse para siempre en esa intersección donde solo hay un sofá frente a un televisor, pero seguro que no la echará de menos dentro de un tiempo.
—De acuerdo. Lo haré.
—Qué alegría. —Anne posa su mano sobre la de mi madre y le da un apretón suave. Es cuando me doy cuenta de lo mucho que ella necesitaba una amiga, de lo mucho que lo necesita todo el mundo, de lo mucho que lo necesito yo.
Las dejo a solas y salgo a pasear a Mr. Flu.
Damos una vuelta por el barrio y me siento en un banco cuando llegamos al parque. Cojo un palo y se lo lanzo un par de veces al perro, que lo olisquea todo aquí y allá. Se está bien en este lugar. El cielo continúa gris y los árboles parecen hablar cuando el viento sacude sus ramas. ?Qué intentarán decir? Aún más intrigante: ?qué se sentirá siendo una hoja? Parecen tan frágiles ahí balanceándose a la espera de la caída…
Mi móvil emite un pitido. Y es él. Sé que es él.
Will: Siguiente casilla. Te recogeré ma?ana a las cinco.
Pero no contesto antes de guardar el teléfono. En este momento no me importa nada excepto la efímera vida de las hojas que penden sobre mi cabeza.
36
Will
Sé que es una mala idea en cuanto salgo del coche, igual que sabía lo que ocurriría cuando le contase a Grace quién soy. Pero el juego es más importante. El juego no debería verse afectado por lo que sea que ocurra entre ella y yo.
Por eso estoy aquí, delante de la puerta de su casa.
He esperado enfrente durante veinte largos minutos. No ha contestado a los mensajes. Es evidente que no tiene intención de seguir adelante con el plan y, en cualquier otra situación, me apartaría a un lado y se acabó. Pero tengo una carta en el bolsillo con una dirección y debemos ir hasta allí. Imagino a Lucy planeando cada casilla, pensando en los detalles, hablándolo con su abuelo, creando aquello para su hermana, y no puedo consentir que por mi culpa todo lo que ella hizo se quede a medias.
Así que llamo al timbre y contengo el aliento.
Me abre un hombre de cabello plateado y unos ojos que me recuerdan a Grace y al océano: son profundos y esconden enigmas. Se lo ve cansado. Parece una de esas personas que deslumbró en el pasado y ha ido perdiendo brillo. Pero también hay algo más en él, una determinación férrea.
—?Puedo ayudarte en algo?
—Me llamo Will. Estoy buscando a su hija.
No deja de mirarme mientras me estrecha la mano.
—Jacob Peterson, encantado. —Se aparta a un lado para invitarme a pasar y, cuando lo hago, cierra la puerta—. Espera en el salón. Avisaré a Grace.
Lo que haría en cualquier otra situación sería pasear por la estancia para poder fijarme mejor en los detalles; sobre todo, en las fotografías que hay expuestas, pero, dadas las circunstancias, me siento como un intruso, así que me limito a permanecer quieto en el centro del salón a la espera de que ella aparezca.
Lo hace al cabo de unos minutos.
—?Qué estás haciendo aquí?
Si las miradas pudiesen matar, ya estaría hecho un gui?apo sobre la moqueta de los Peterson. No me siento cómodo ahí dentro. Es asfixiante, como ser un ratón en un laboratorio. Me meto las manos en los bolsillos y digo: —?Podemos hablar? Fuera, si no te importa.
Asiente con la cabeza y se encamina hacia la puerta sin decir nada más. Agradezco la claridad del día. Ella avanza hasta la valla de madera que rodea la casa y se apoya en el borde. Tengo una mara?a de ideas en la cabeza, todas desordenadas excepto una: que Grace es fascinante. Incluso ahora, mientras está ahí plantada con el ce?o arrugado y esa mirada suya que lo traspasa a uno sin esfuerzo. No sabría decir qué me atrae tanto de ella y eso parece engrandecer la sensación. Puede que sea su aspecto físico, tan singular y distinto, uno de esos rostros que tienen ?algo? que se aleja de los típicos rasgos clásicos o la evidencia de sus gestos, que no dejan nada a la imaginación y la hacen transparente y directa como un dardo que no se desvía de su trayectoria.
—Entiendo que estés… molesta.
—?Molesta? es un adjetivo tibio que te aseguro que no representa cómo me siento.
Me encanta oírla hablar, su manera de elegir cada palabra con cuidado y de respetar los matices del lenguaje. Pero, en general, lo disfruto más cuando lo que dice no es un golpe contra mí. Intento fingir que no duele y mostrarme indiferente.
—??Enfadada? te encaja más?
—Desencantada —puntualiza.
—Ya te dije que lo siento, pero no puedo cambiar el pasado.
—?Sabes lo que no dijiste? Que conocías a Tayler. Que naciste en este lugar. Que ibas a clase con mi hermana. Que lo de la fidelidad no es lo tuyo. Que…
—Lo omití —la corto.
—Mentiste —replica ella.
—No te conocía. No quería contarte mi historia, tampoco tenía por qué hacerlo. Y luego todo se complicó, joder. Tú te convertiste en esa complicación y, egoístamente, me gustó que intentases conocerme sin prejuicios, desde cero.