El mapa de los anhelos



El instinto, al final, se guía por buenas o malas sensaciones. Siempre que he estado delante de esta puerta he experimentado una calidez agradable en el rinconcito que hay entre el pecho y la tripa. Es una puerta más. En apariencia, no tiene nada de especial. Pero, en mi caso, conozco a la gente que vive dentro. Han sido personas especiales en mi vida. Y no tengo muchas personas especiales, la verdad. Así que podría distinguir el pomo y el timbre entre otros pomos y timbres de muchas puertas. Eso es en lo que pienso cuando mi dedo toca el botón y suena un leve ding dong.

Admito que tenía la esperanza de que me abriese la puerta la se?ora o el se?or Morris. Ambos son encantadores, el tipo de matrimonio que sabes que se mantendrá unido hasta el fin de sus días, de esos que van juntos al supermercado, duermen con calcetines y terminan las frases del otro entre sonrisas. De todas las casas que he visitado y cotilleado en los últimos a?os, sin duda la que tengo delante es la más familiar y acogedora.

Pero no.

La chica que abre la puerta tiene mi edad, viste unos vaqueros cortos con peque?as margaritas cosidas a mano, una camiseta en la que pone ?échale kétchup a la vida? y zapatillas con coloridos cordones. Su cabello oscuro tiene ahora las puntas rosas y no es solo eso lo que ha cambiado en ella, también hay algo distinto en su mirada, aunque es posible que sea cosa de mi imaginación o debido al tiempo que llevamos sin vernos.

?Qué se dice cuando te encuentras con tu mejor amiga tras meses sin hablar? No tengo ni idea, así que me quedo ahí callada mirándola y, por un momento, temo que Olivia me cierre la puerta en las narices, pero no, no lo hace porque no es su estilo.

—Hola.

—Hola.

Trago saliva.

—Creo que esto no ha sido una buena idea. —Mirarla es como tener una espina atascada en la garganta—. No debería haber venido. Lo siento.

Luego giro sobre mis talones y doy un paso, dos, tres, por el caminito de baldosas de piedra anaranjada que desemboca en la calle. Me siento estúpida, pero no sé qué otra cosa hacer si no es huir. Quizá podría decir ?lo siento?, sí. Aún más elaborado: ?Lo siento por mensajearme con Sebastien durante semanas y dejar que me besase en esa fiesta tan solo para demostrarte que tu novio era un idiota?. La versión larguísima: ?Lo siento por abrirte los ojos de una manera que te hizo da?o porque la idea de que rechazases aceptar esa beca por no separarte de él me horrorizaba?.

Llevo todo este a?o agarrándome a la certeza de que hice lo mejor para ella. El problema es que, en ocasiones, las buenas intenciones no están por encima de todo.

—?Grace, espera! ?Qué estás haciendo?

—Irme. —La miro por encima del hombro.

—Ya, es bastante evidente, gracias por la aclaración. Me refería a qué hacías llamando a mi puerta para marcharte corriendo después. Esto es ridículo. Somos adultas. Entra en casa y hablemos. Mamá hizo galletas esta ma?ana.

Algo hace clic en mi cabeza. Un recuerdo que se había quedado rezagado al fondo se desbloquea. Las galletas de la se?ora Morris son las mejores que he probado jamás, crujientes pero blanditas, con pepitas de chocolate blanco.

—?Estás segura? —pregunto.

—Sí. Lo estoy. Venga, pasa.

Entro en ese hogar que, de algún modo, también fue un poco mío a?os atrás porque, por ejemplo, sé dónde los Morris guardan la cubertería buena, cuál es el cajón desastre que está lleno de pilas, tickets de aparcamiento, monedas y cosas por el estilo, o qué escalón cruje (el cuarto contando desde abajo). Lo compruebo cuando apoyo el pie encima y se oye un leve y familiar chasquido. Subimos a la habitación de Olivia, que, a diferencia de ella, no ha cambiado nada, pero imagino que es porque, en realidad, ya no vive aquí; aunque me resulte raro, tan solo está de paso.

Olivia apoya el trasero en el borde del escritorio y yo permanezco junto a la puerta, un poco cohibida, como si estuviese preparada para volver a huir en cualquier momento.

—La verdad es que no sé por dónde empezar…

Los orificios de la nariz de Olivia se agrandan cuando resopla, pero no parece especialmente enfadada, tan solo impaciente. Incluso un poco nerviosa.

—Lo que hiciste me dolió —dice con voz clara.

—Quería demostrarte que Sebastien no te merecía.

—?Y no se te ocurrió otro método menos agresivo?

—No, porque estabas ciega y sorda. Ya no sabía de qué otra manera decírtelo, así que fue un plan de contingencia. Pero lo siento, lo siento mucho, debería haber tenido en cuenta lo que tú sentías por él y no pasar por encima de eso…

Permanecemos en silencio durante casi un minuto. En este espacio de tiempo, tengo la sensación de que ambas hacemos balance de todo: lo ganado y lo perdido, las horas infinitas que hemos compartido en el patio del colegio y fuera, nuestras virtudes y defectos, esos que en ocasiones nos unen y nos separan.

??Qué pesa más?? sería la pregunta que todos deberíamos hacernos ante cualquier dilema emocional. Coges lo que sientes, lo colocas encima de una balanza y esperas a ver hacia qué lado se inclina. En ocasiones, la respuesta puede ser sorprendente.

—De todas las ideas estúpidas que has tenido desde que te conozco, incluyendo aquella de asistir disfrazadas de esqueletos al baile de graduación, esta fue la peor.

—Tienes razón. Además, tuve que besarlo. Casi vomito.

Olivia aprieta los labios, pero finalmente no logra contener la risita que se le escapa. Sacude la cabeza y, un instante después, está rodeándome con sus brazos y el aroma de la colonia que siempre usa (una de vainilla que me recuerda a una tienda de golosinas) se me cuela por la nariz y se queda ahí.

—Yo también lo siento mucho, Grace —susurra con la voz llorosa—. Debería haber estado a tu lado cuando ocurrió lo de Lucy. Te llamé, pero como no cogiste el teléfono pensé que no querrías saber nada de mí. Tendría que haber seguido insistiendo.

—No vi la llamada. Esos días no vi nada.

—He pensado mucho en ti estos meses.

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