El mapa de los anhelos

Me levanto. Entre las pilas de libros, busco Aullido, de Allen Ginsberg, lo abro y saco la foto amarillenta que encontré al fondo de uno de los armarios. Vuelvo a la cama junto a Grace y dejo que la contemple.

—Esta era mi abuela, aunque la recuerdo mucho mayor. Mis padres también han envejecido, pero, en cierto modo, a pesar de todo lo que ha cambiado en sus vidas, siguen siendo los mismos. Todavía se quieren. Ella colecciona dedales y él le regala uno especial cada San Valentín. Nunca se le olvida.

—Qué bonito. ?Y este eres tú?

—El mismo, un poco más rollizo.

—Igual de adorable —dice ella.

Se queda mirándola un rato más, los dos lo hacemos; luego, coge el libro y lo abre para volver a guardarla. Le agradezco que la trate con delicadeza. En realidad, en casa de mis padres hay varios álbumes de fotografías y muchos de ellos contienen instantáneas de la época que vivimos en la granja, pero esta la conservo con especial mimo porque últimamente me siento lejos de ellos, porque no esperaba encontrarla allí después de décadas y porque me resulta simbólico que todavía quedasen restos materiales, algo palpable, de la persona que fui en ese lugar.

—?Vas a menudo a la granja?

—No. La primera y la última vez fue contigo.

—No lo entiendo… —Frunce el ce?o y me clava una de esas miradas persistentes que parecen querer bucear en las profundidades.

—Fue un poco casual. Conocía ese camino, sabía que por allí apenas pasaban coches. Pero no esperaba que llegásemos tan lejos; después, bueno…, tú siempre consigues distraerme y fue como si apareciese de la nada.

—Así que decidiste entrar.

—Y tú me acompa?aste.

—?Y si no hubiese ido?

—Probablemente no lo habría hecho —confieso, y la abrazo con más fuerza mientras tomo aire—. De todas formas, no pasó nada. No tuve una revelación. No encontré lo que estaba buscando. Allí tan solo había escombros y nostalgia.

—?Qué era lo que buscabas?

—Quién soy —susurro—. ?No es de lo que se trata todo al final, Grace? ?No te das cuenta de que ?El mapa de los anhelos? tiene esa misma meta?

—Es posible, pero…

—Es la clave. Lo es.

Grace se remueve un poco y se incorpora. Me gusta que no se moleste en coger la sábana ni se sonroje con facilidad. Quiero volver a hundirme en ella, pero después de varios asaltos durante la noche noto el cuerpo laxo, tan relajado que no recuerdo la última vez que me sentí así. La luz del amanecer ya empieza a colarse en la caravana.

—?Tienes algo para comer? Me muero de hambre.

Me incorporo y encuentro una caja de barritas de cereales que Grace acepta encantada. Me pongo la ropa interior y coloco la cafetera al fuego. Ella observa todos y cada uno de mis movimientos como lo haría un ave rapaz.

—Tengo más preguntas, Will.

Sonrío porque los dos sabíamos que esto pasaría. Me apoyo al lado del hornillo con los brazos cruzados. Es lo justo. Es lo que haría en su lugar.

—Adelante.

—?Por qué Tayler no te ha reconocido?

—?De verdad te sorprende? Han pasado muchos a?os desde que me marché y por aquel entonces era un ni?o y tenía un aspecto muy diferente. Además, la persona que recibe el da?o suele mantener el recuerdo muy nítido, pero la que lo inflige…

—No tanto —concluye ella.

—Exacto. —Apago el café.

—?Lo sabes por experiencia?

—Un poco —admito, e intento no pensar en esos rostros borrosos que han quedado desdibujados en mi memoria.

—La noche que Tayler fue al pub y quiso incordiarte con lo de las cervezas, recuerdo lo que me dijiste en aquel callejón.

—Mmm. —Finjo estar distraído.

—?No soy así. No soy como él?.

—?Eso dije? —Cojo una taza.

—Sí. Y ahora lo entiendo. Es eso lo que te da miedo, ?verdad? Y necesitas saber quién eres para poder respirar.

Tiene un arco en la mano y va lanzando una flecha tras otra, todas directas al centro de la diana, aunque no sé ni cómo lo consigue porque lo hace con los ojos cerrados.

—No voy a discutirte eso, pero después de pasar la noche en vela no me apetece reflexionar sobre la vida y sus profundidades. ?Quieres leche en el café?

—Sí, por favor.

Se acomoda en la cama con la taza caliente en las manos y los dos permanecemos en silencio: Grace contemplando el día que se abre paso a través de la ventana y yo mirándola a ella. Mientras lo hago, no dejo de pensar en los baches que he puesto en el camino para que no existiera un ?nosotros? y también en todos los que he esquivado. No creo ser la persona idónea para alguien que está ordenando su vida y que tiene el mundo a sus pies, esperándola. Sé lo que su hermana deseaba, el potencial que veía en ella y que ahora conozco, y me pregunto si no terminaré siendo un lastre.

—Ya casi no quedan casillas —le digo.

—Sería bonito que el final del juego coincidiese con el final del verano —comenta Grace, y se abraza las rodillas—. Todavía queda tiempo.

—Sí. ?De quién era la dirección donde te llevé?

—Ah, eso. —Se relame los labios pensativa y luego sonríe—. Una amiga. Una de verdad. Se llama Olivia, nos conocemos desde que éramos peque?as, pero tuvimos un malentendido… ?Recuerdas lo que ocurrió con Sebastien?

—Sí.

—Pues estaba relacionado.

—No sé si quiero saberlo.

—Probablemente no.

Me termino el café, limpio la taza y la seco con un trapo antes de guardarla. Siento los ojos de Grace clavados en mí y, después, sus manos me rodean la cintura.

—Me gusta eso que haces —dice.

—?El qué?

—Ser tan metódico, tan puntilloso. Yo jamás he limpiado una taza al terminar de beber. Siempre pienso que puede hacerse ?después?, todo para después.

—?Y qué piensas cuando llega ?después??

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