El mapa de los anhelos

—Ah, comprendo. ?Estás en uno de esos a?os sabáticos? Yo lo viví cuando terminé la universidad. Menuda época. Estuvo genial, no me arrepiento.

Jacob empieza a machacar unas almendras y Henry me mira tras darle un sorbo a su copa de vino. Creo que el abuelo es capaz de percibir que no, no estamos hablando exactamente de lo mismo, pero no saco de su error al padre de Grace. Tampoco parece muy prometedor admitir delante de ellos que no tengo ni idea de qué voy a hacer con mi vida y que siento un nudo en la garganta tan solo al pensar que en algún momento deberé tomar una dirección, porque me aterra volver a equivocarme.

Esperamos otros quince minutos hablando de trivialidades. En realidad, Jacob se empe?a en romper el silencio y a Henry, por el contrario, no parece molestarle en absoluto. Está ahí tranquilo y pensativo con el vaso de vino en la mano cuando Grace aparece en la cocina con los ojos brillantes y el rostro pálido.

—?Cómo ha ido? —pregunto.

—Bien, muy bien. Ya está sentada a la mesa esperando que se sirva la cena.

Grace esquiva a su abuelo y coge un manojo de servilletas y los cubiertos. Me adelanto para ayudarla y hacerme cargo de vasos y platos. No sé por qué parece tan afectada si se supone que todo ha ido bien, algo que confirmo en cuanto entro en el salón y veo a la se?ora Peterson. No hay signos de debilidad en su rostro.

Cuando todos nos acomodamos, me mira fijamente.

—Gracias por los momentos que pasaste junto a Lucy en el hospital. Por lo poco que mi hija me contaba sobre ese chico con el que jugaba, sé que eras importante para ella. Valoraba mucho tu amistad.

—Yo también la suya —le aseguro.

—Bien. Pues brindemos todos. —Alza la copa que Jacob acaba de llenar y sonríe mirándonos—. Por Lucy. Brindemos por ella.

El suave tintineo llena el salón antes de que empecemos a cenar. La comida está deliciosa, eso o me sabe así de bien porque hacía mucho que no comía un plato caliente elaborado, con la carne tan suave que se deshace en la boca y la salsa y la guarnición perfectas. Pero, mientras los platos se van vaciando, mientras Rosie intenta arrancarle palabras a su padre sobre el viaje y mientras Jacob se rellena demasiado a menudo la copa de vino, me inquieta la actitud de Grace, que permanece callada.

—Entonces, ?no piensas contarnos nada más sobre tu estancia en Florida? ?Vas a ser tan escueto como durante las llamadas telefónicas?

—Mmm. —Henry mastica y traga—. Los mosquitos eran un incordio.

—?Y eso es todo? —Su hija alza las cejas—. Espero que lo pongan en los programas turísticos de Florida. ?Algo que destacar: los mosquitos?.

—Rosie, ?qué quieres saber? Tan solo me levantaba, iba a pescar, comía, paseaba y dormía. Unas vacaciones reales, de esas que la gente hacía antiguamente, cuando no había que ver y probar todo lo imaginable en el menor espacio de tiempo posible.

—Suena reparador —opina Jacob.

Y Grace no interviene en la conversación, algo raro en ella. La miro. Está removiendo las verduritas asadas de su plato, pero cuando nota que la observo me sonríe y pincha una zanahoria.

Al contrario de lo que esperaba, al final la cena resulta amena. Jacob se esfuerza por hacerme sentir cómodo, a pesar de que debido a ello pregunta demasiado, y Rosie es muy amable. Los silencios del abuelo Henry, lejos de molestarme, son de agradecer. Les cuento que nací allí y que luego mi familia se mudó a Lincoln, pero no recuerdan haber tenido relación con ningunos Tucker que tuviesen una granja a las afueras. Vuelven a preguntarme por mis estudios y yo salvo la situación sin entrar en demasiados detalles. Cuando termino de comerme el postre, siento que la tensión del acontecimiento da paso al cansancio. A eso y a una nostalgia inesperada, porque estar ahí con esa familia me recuerda a la mía, a las veces que mamá preparaba una desorbitada cantidad de comida y nos reuníamos a la mesa y nos poníamos al día. Recuerdo las miradas orgullosas de mis padres cuando les contaba qué estaba haciendo o qué planes tenía, unas miradas que fueron espaciándose cada vez más, ya antes del accidente, conforme empezaron a intuir que el hijo que creían conocer no existía.

El final de la velada lo marca Henry cuando se despide para irse a casa a descansar. Entonces, los padres de Grace aseguran que se ocuparán de recoger los restos de la cena y yo me inclino y le digo al oído que me encantaría ver su habitación, porque es cierto, quiero saber cómo es ese rincón tan suyo, pero también disponer de un poco de intimidad.

Subo las escaleras tras ella.

Cierra la puerta a mi espalda cuando entramos. Ahí está, un lugar bastante parecido a lo que había imaginado. La cama con la colcha de un lila claro, la lamparita con la base de madera que parece hecha por manos artesanas, probablemente las de su abuelo, el escritorio caótico lleno de trastos, libros apilados aquí y allá, ropa encima de la silla y, más allá, una pared abarrotada de peque?os papeles, postales con fotografías y obras de arte, un rincón repleto de belleza y enigmas en el que destaca un papel donde pone ??POR QUé?? en letras mayúsculas. Tengo la sensación de que cada pieza es una parada en el camino para llegar hasta el alma de Grace. Tomo aire y desvío la vista hacia su mesilla de noche. Veo la postal con la obra de Klimt, ese beso que duerme en Viena, y también, junto a algunos anillos y caramelos mentolados, descansa el libro que está leyendo.

Lo cojo y lo levanto hacia ella.

—Expiación —digo.

—Deberías leerlo, Will.

—?Es una indirecta?

La veo sonreír despacio.

—?Quién sabe?

—Para tu información, ya lo hice. —Lo dejo en su sitio—. No estuvo mal, pero me resultó un poco pretencioso y aburrido.

—?No! ?Cómo puedes pensar eso? Es una de mis novelas favoritas. Es la segunda vez que la leo, de hecho. Hay algo profundamente vulnerable entre sus páginas.

—Si tú lo dices…

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