—Sí. —Will me mira sin soltar el volante—. ?Por qué?
—Por nada, tan solo he recordado que hace unos a?os teníamos previsto ir allí de vacaciones, pero al final el viaje se canceló. Creo que habría sido divertido. Lucy siempre estaba hablando de ir a un montón de sitios, la idea la obsesionaba un poco. Pero es normal, ?no? Cualquiera querría lo mismo si tuviese que vivir en una habitación de hospital y luchar constantemente por sobrevivir. Debe de ser… claustrofóbico.
—?Y tú nunca has pensado en todo lo que hay ahí fuera?
—A veces prefiero ignorar aquello que me parece lejano.
—?Por qué crees que lo es? Podrías ir a cualquier sitio. Barcelona, por ejemplo; la comida es estupenda y el sol le alegra a uno la vida. O a Bali. O a París, aunque los franceses no sean especialmente simpáticos y la Torre Eiffel esté sobrevalorada.
—?Has estado en esos lugares?
—Sí. —Will me mira y luego fija la vista en la carretera mientras carraspea—. Y en muchos más. En Noruega y en Islandia. En Argentina. En Chipre, que fue un viaje caótico. También hice una ruta en tren que pasaba por varias ciudades europeas…
Lo admiro y lo envidio a partes iguales. También lo odio un poco, porque engloba todas las cosas que no parecen estar a mi alcance y, al vivirlas a través de él, tomo consciencia de que existen y me confirman la mediocridad de mi existencia.
—?Cómo es posible?
—Solía viajar en verano.
—?Por qué?
—?Por qué no?
—Ya. Pero dame tus razones.
—Porque es adictivo. Quizá también tuviese el motivo equivocado de buscar algo que no podría encontrar en ninguno de esos lugares. O de desear dejar la mente en blanco. Pero aun así no me arrepiento. Y cuando vuelves de un sitio tan diferente a lo que conoces, lo haces siendo otra persona, aunque no quiere decir que sea mejor, no, solo… distinto.
—?Te queda algún viaje so?ado por hacer?
—?Solo uno? —Will se muestra contrariado y luego se concentra en adelantar a un camión que transporta comida para ganado—. Hay docenas, cientos…
—Y, sin embargo, pasas tus días en Ink Lake, un sitio que algunas personas rechazarían visitar pese a que les pagasen cincuenta dólares por hacerlo y les diesen un bocadillo y una botellita de agua de regalo.
Will suspira y sacude la cabeza.
—Digamos que estoy en stand by.
—?Como el piloto de un televisor?
—Supongo que sí —admite.
—Pero eso no es posible, Will.
—?Por qué no? —pregunta.
—Porque da igual lo que quieras, el tiempo sigue corriendo y nunca mira atrás para ver quién se queda por el camino. No puedes poner en pausa tu vida.
—?Qué fue lo que dijiste aquella noche sobre las elecciones…?
—Eso es hacer trampas —bromeo, porque sé que acaba de tomar un atajo—. Y la frase era: ?Mientras no elijas, todo sigue siendo posible?.
—Pues eso. ?Y tú? ?Qué sitio quieres ver?
—Ya te lo he dicho: prefiero ignorar aquello que me parece lejano. Es una tortura hablar de cosas que sencillamente no son ni serán.
Contrariado, él frunce el ce?o.
—?Por qué dices eso?
—?Bromeas? Mírame: en breve cumpliré veintitrés a?os, vivo con mis padres, me dedico a pasear perros y no tengo ninguna meta a corto ni a largo plazo. —Y no sé por qué se me forma un nudo en la garganta. Giro la cabeza hacia la ventanilla del coche.
El zumbido del vehículo en marcha se enreda en el silencio.
—Voy a decirte algo, Grace. Eres inteligente de una manera fascinante. Estoy convencido de que estás en el prólogo de tu vida, a punto de decidir qué historia quieres vivir. Y ahora tienes un mapa en tus manos, uno lleno de anhelos y hecho a tu medida.
No contesto. Me niego a admitir en voz alta lo mucho que me reconfortan sus palabras, con esa voz suya un poco áspera y ronca que al principio me parecía fría y, conforme la distancia entre nosotros se ha reducido, me resulta casi íntima.
El camino es largo y solitario.
Contemplo el paisaje e imagino a Will dando vueltas alrededor de la tierra, comiendo sushi en Japón y croissants en Francia, lanzándose en paracaídas o haciendo puenting. Lo más emocionante que ha ocurrido en mi vida en los últimos a?os es precisamente esta peque?a aventura en la que nos encontramos, el juego que mi hermana hizo para mí. Recuerdo la adrenalina y los nervios el día que el abuelo colocó la caja sobre la mesa del salón. Había olvidado esa sensación, la de anhelar algo, y últimamente vuelvo a sentirla a menudo como en oleadas, va y viene. Quizá despertar de un letargo sea como flotar en medio del océano e ir notando la manera en la que los músculos se desentumecen y la sangre vuelve a fluir y los huesos adquieren fuerza y vuelven a ser consistentes en lugar de gelatinosos.
A veces necesitamos que alguien destroce el nido en el que nos hemos acomodado para obligarnos a construir ramita a ramita otro que sea mejor.
Cuando despierto, el azul del cielo se ha oscurecido por culpa de las nubes cargadas que reclaman protagonismo. Tengo la boca seca. Me he quedado dormida sin darme cuenta. Me incorporo un poco y Will, que sigue conduciendo, sonríe.
—Antes de que me lo preguntes, ya casi hemos llegado.
Miro alrededor y veo que acabamos de dejar atrás unos acantilados de pinos y que, frente a nosotros, se extiende una pradera infinita a ambos lados de la carretera sinuosa que dirige hacia la cumbre. No muy lejos, un grupo de bisontes pasta a sus anchas. Los dejamos atrás junto a un cartel en el que se indica que estamos en una propiedad privada, casi en la cima de Nebraska. No tardamos mucho más en llegar hasta nuestro destino.