—Afortunada, aturdida, asombrada. Soy la elegida.
La risa de Paul se me contagia. A su lado, Will pone los ojos en blanco, pero no parece molestarle que bromeemos sobre él y permanece callado mientras me sirve el refresco y su compa?ero se aleja para seguir ocupándose de las mesas.
Le sonrío sin dejar de remover el líquido naranja.
—Así que soy tu única amiga. Qué exclusividad.
—Soy selectivo —dice encogiéndose de hombros.
Will deja a un lado la botella que tenía en la mano, alza la vista hacia mí y sonríe antes de seguir trabajando. Es un gesto minúsculo, casi imperceptible, pero logra que me invada una sensación cálida y reconfortante. Empiezo a darme cuenta de que con él los silencios y los detalles valen más que las palabras.
Sigo observándolo: se dedica a preparar bebidas y atiende a unos clientes que acaban de entrar. Paul va y viene mientras se ocupa de las mesas. Cuando ve que me he terminado el refresco, Will me sirve otro sin decir nada. Le ha puesto hielo, una rodaja de fruta y una pajita de color rosa por la que bebo mientras él me mira.
—Así que fue bien con tu madre durante la sesión de ayer…
—Sí. Al menos está dispuesta a intentarlo. Es un progreso.
—Me alegro por ti. Y por ella.
—Gracias.
La mirada de Will permanece suspendida en mis labios cuando suelto la pajita. Sonrío, y él carraspea incómodo y llena otro chupito de licor.
—Imagino que encontraste lo que buscabas.
—?De qué estamos hablando?
—De la belleza —aclara él.
—Sí, descubrí dónde se escondía.
Sus ojos me atraviesan y hay algo tan intenso en ellos que, por un instante, pienso que puede verme de verdad y que en cualquier momento dirá: ?Claro, Grace, la belleza estaba en ti, con todas tus heridas e imperfecciones, con todos los descosidos y las dudas flotantes, las inseguridades y los temores que aún no has logrado dominar?. Pero no lo hace. Aparta la mirada y sirve otra ronda de chupitos.
—?Brindamos con uno de esos? —propongo—. Por nuestra exclusiva amistad. O por lo que quieras, en realidad no necesitamos una razón.
—No bebo.
Paul aparece a mi lado y, tras pasarle el siguiente pedido, se lleva la bandeja llena de los chupitos que Will ha estado preparando.
—En cuanto a la siguiente casilla…
—Tengo el sobre en el bolsillo del pantalón —dice mientras se seca las manos en un trapo—. Cuando tenga un momento libre lo abrimos si quieres.
—Vale. No me importa esperar.
Antes de que pueda volver a sorber por la pajita, la puerta se abre y entran en el establecimiento Tayler, Nelson, Rick y otros dos amigos más.
Tayler me lanza una sonrisa burlona que no augura nada bueno. Ha pasado más de un mes desde la última vez que acabamos la noche juntos y creo que los dos sabemos que en esta ocasión no se trata de un episodio en el que nos tomamos un respiro para estar con otras personas y después volver al punto de partida. Y no es porque mi corazón se salte algún latido cuando Will me mira de esa manera suya tan particular, sino porque la noche que me vi delante del espejo me di cuenta de lo que poseía y de que el valor que le había dado hasta entonces era directamente proporcional a mi tendencia a establecer relaciones vacías, de esas que tan solo suman decepciones.
—Mira quién está aquí. —Tayler coge un taburete y se sienta—. Vi tu bicicleta fuera. ?Cómo va eso, Grace? ?Pasando el rato con tu nuevo amigo?
Will presiona los labios y se gira para coger hielo.
—Sí. Y tomando un refresco gratis —contesto.
A Tayler no parece hacerle gracia mi fingido buen humor. Como no se le ocurre nada más que decir, mira a Will y espeta con un tono condescendiente: —Camarero, sírvenos cinco cervezas. Y rapidito.
Will lo taladra con la mirada, pero no cae en su juego, porque es evidente que Tayler intenta provocarlo. Coge las cervezas y va quitándoles las chapas una a una con el abridor. Luego las deja sobre la barra delante de cada integrante del grupo.
—Serán doce dólares.
Nelson coge su botellín, pero, antes de que pueda llevárselo a los labios para beber, Tayler le sujeta el brazo con firmeza. Gira el rostro hacia Will y sonríe.
—No hemos pedido cervezas, sino cinco tequilas.
La expresión de Will se crispa y hay cierta rigidez en su cuerpo, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo por mantener el control de la situación. De primeras, nunca hubiese pensado que Will es el tipo de persona que se dejaría llevar por un impulso, pero, ahora, al ver el reflejo de Tayler en su mirada, tengo mis dudas. Hay algo contenido en sus ojos. Una emoción oscura que me hace contener el aliento.
—No es cierto. Lo siento, serán doce dólares.
—No vamos a pagarte tan solo porque estés sordo, camarero. —Tayler sonríe y las risitas de sus colegas se alzan alrededor—. Saca la botella de tequila, tenemos prisa.
Intervengo porque mi paciencia es bastante limitada. Por eso y porque, detrás del enfado y la frialdad de Will, también percibo algo vulnerable.
—?Eres imbécil, Tayler? —espeto con impaciencia.
—Esto no va contigo, Grace —responde burlón.
Will se mantiene firme sin apartar la mirada.
—Te lo repito: me debes cinco cervezas.
Tayler se inclina hacia la barra, que es lo único que los separa. Hay algo desagradable en su mirada: una mezcla de rabia y frustración. No es por mí, no es porque le importe que lo nuestro esté acabado, sino porque no soporta perder.
—?Me estás llamando mentiroso? Porque si tienes el valor de insinuar algo así, supongo que también lo tendrás para vértelas conmigo ahí fuera.
—Está bien. Vamos. —Will se?ala la puerta.
Estoy a punto de intervenir para detener la estúpida situación cuando aparece Paul con cara de pocos amigos y pone orden en menos de un minuto.
—?Qué está ocurriendo? —pregunta secamente.
—He pedido tequila y me ha servido cerveza —protesta Tayler.