El mapa de los anhelos

Pasan varios minutos. Y entonces me estremezco al notar los dedos de Will deslizándose despacio por mi brazo como si fuese un tobogán. Es un contacto ligero, casi etéreo, dura apenas unos segundos y la sudadera se interpone entre ambos, pero la delicadeza del gesto consigue hundirse más allá y se me marca en la piel.

—Es por tu bien —susurra.

—Odio que decidan por mí.

Will suspira y después a?ade:

—También es por mi bien.

El sonido de la lluvia nos envuelve. El tiempo parece detenerse y me pregunto si será posible que todo esté en movimiento menos nosotros, atrapados en esta habitación. No puedo dormir y sé que él tampoco porque, aunque le doy la espalda, noto que se mueve y que el ritmo de su respiración no ha variado en lo más mínimo. Es una tortura. Tan cerca. Tan lejos. En este lugar no hay ninguna pared llena de peque?as cosas bellas que tapen los agujeros del alma. Tan solo hay una caricia reprimida, Will y yo.

Ya debe de ser bastante tarde cuando digo:

—?Recuerdas que esta ma?ana me preguntaste a qué lugar me gustaría ir y te respondí que prefiero ignorar aquello que me parece lejano?

—Sí. —La voz de Will suena ronca.

—Pues te mentí. Me he imaginado muchas veces en Viena, dentro de la Galería Belvedere, delante de El beso de Gustav Klimt, como si el instante íntimo que encierra ese lienzo hubiese sido creado para mí y solo para mí hace más de cien a?os. Llámalo como quieras: exceso de ego o simple fantasía sin sentido.

Y no sé, quizá a veces las palabras sean tan solo lastres que nos empe?amos en empujar por el suelo embarrado, porque después de dejar ir aquello me quedo dormida.





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Las grietas de Lucy Peterson


Lucy tenía la nariz y los ojos enrojecidos, el pelo claro recogido en un mo?o maltrecho y llevaba en la mano un pa?uelo arrugado que no dejaba de toquetear. Al entrar en la habitación y verla así, lo primero que pensé fue que los resultados de la última prueba que le habían hecho eran catastróficos o que, sencillamente, estaba cansada de ir y venir del hospital a la espera de que el azar hablase a su favor o en contra. Pero no. A Lucy solo le ocurría que era tan humana y corriente como cualquiera, le preocupaban las mismas cosas banales y había dejado que le rompiesen el corazón.

—Todo ha terminado —balbuceó.

—?El qué? —Me senté a su lado.

—Da igual, olvídalo —farfulló.

—No, quiero saberlo. Estoy preocupada por ti.

Cuando le acaricié la espalda, ella dejó escapar una bocanada de aire y se desinfló como un globo. Empezó a romper el pa?uelo que llevaba en la mano en cachitos muy peque?os que caían sobre la cama simulando diminutos copos de nieve.

—Me ha dejado. Pensaba que lo nuestro era profundo y especial, pero he sido una estúpida. Está claro que ese tipo de amor que nos venden como manzanas o peras por el que dos personas son capaces de superar todas las dificultades que se les presentan no existe. Ahora todo es… insustancial. Dejemos de ver películas, Grace. Sería más útil invertir ese tiempo en hacer ganchillo o en algún curso de repostería creativa…

Las hermanas Peterson siempre hemos tenido tendencia a irnos por las ramas y perdernos entre bifurcaciones, así que la interrumpí para decir: —Ni siquiera sé de quién estamos hablando.

—Se llama Kevin. Lo conocí jugando al ajedrez online, hablando por el chat durante una de las partidas. —Sorbió por la nariz y negó con la cabeza—. Conectamos de inmediato y enseguida empezamos a hablar de otras cosas. Nos mandábamos mensajes a todas horas, sobre todo por las noches. Llevábamos así un par de meses.

—No lo entiendo. ?Por qué no me dijiste que tenías novio?

Entonces, cuando alzó la barbilla, vi algo en su semblante que me descolocó: una especie de crispación contenida, un mar agitado, una emoción oculta.

—Grace, ?puedes dejar de mirarte el ombligo por un instante y focalizar en lo importante? Ya sé que te sorprende que no te lo cuente absolutamente todo, pero ?sabes qué?, estoy cansada. Estoy cansada de que cada detalle de mi vida sea público, hasta el punto de que en un dichoso papel se especifique cuántas defecaciones he hecho al día. ?Tanto te sorprende que quiera proteger algo, quedármelo solo para mí?

Era Lucy, la Lucy que conocía, pero también otra, con el pelo revuelto, los ojos hinchados y el labio inferior temblándole. Supongo que todos tenemos dos caras, anhelos velados, desenga?os que guardamos bajo llave. ?Es posible conocer completamente a alguien? Yo no lo creo. Las heridas son propias, compartidas pero propias. Las grietas del corazón tienen la medida exacta para que tan solo el que conoce cómo se han abierto pueda colarse dentro. Y las emociones son meandros infinitos.

—Lo entiendo —le aseguré.

Ella cogió otro pa?uelo y suspiró.

—En cualquier caso, ya no importa.

—?Qué es lo que ha ocurrido?

—Hablábamos mucho, pero no le conté nada sobre mi enfermedad. Lo omití porque quería estar segura de que lo que había entre nosotros era real y creo… —Fijó la vista en algún punto indeterminado—. Creo que por una vez me apetecía ser normal, solo una chica conociendo a un chico. Pero conforme fue pasando el tiempo me convencí de que tenía que explicarle mi… condición. Así que se lo dije. Le conté las complicaciones de los últimos a?os y que entro y salgo del hospital cada dos por tres…

—?Y? —pregunté, pero el corazón me empezó a doler antes de escuchar la respuesta. Mentalmente grité: ?No, no, no, estúpido Kevin, seas quien seas, no puedes hacerle esto a mi hermana. No puedes. Arréglalo cuanto antes?.

—Ya no ha vuelto a escribirme.





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Feliz cumplea?os

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