El mapa de los anhelos

—Vale. Deja agua caliente.

Desaparece en el interior del ba?o y me termino el pastel mientras escucho el ruido de las ca?erías e imagino a Will bajo el chorro del agua. ?Será de los que cierran los ojos en la ducha para concentrarse en todas las sensaciones o de los que se enjabonan a toda prisa porque no soportan perder el tiempo? Me resulta irritante no saber la respuesta. Y sentir que las pulsaciones se me aceleran al pensar que está completamente desnudo apenas a unos metros de distancia. Recuerdo verlo sin camiseta y comprobar que las líneas de su cuerpo eran tan firmes como su expresión cuando se cierra en banda, pero no dejo de fantasear con la estúpida idea de cómo sería dibujar en su piel un sendero con la punta del dedo índice y hacerlo despacio, muy muy despacio.

Will tiene el pelo húmedo cuando sale del ba?o y siento un latigazo en la tripa que desciende hasta colarse entre mis piernas. ?Deseo —pienso—. Esto es el deseo?.

Presa de la turbación, cojo un pantalón de chándal que me deja y tardo menos de cinco minutos en enjabonarme, secarme con una toalla y regresar a la habitación. Tan solo está encendida la luz de la lamparita de noche y el ambiente me parece demasiado íntimo, sobre todo cuando me meto en la cama y él hace lo mismo.

Deslizo un brazo bajo la almohada y apoyo mi cabeza encima. Lo miro. él también se gira hacia mí y tengo la sensación de que somos dos polillas dirigiéndonos hacia la luz.

—Quiero preguntarte algo —dice Will pasados unos segundos—. Comentaste que mi aura era de color morado y llevo desde entonces investigando sobre el asunto.

—?Bromeas?

—No. Resulta que hay muchas formas de percibirlo.

—A ver, dime alguna que recuerdes.

Will se mueve un poco para acomodarse más.

—Pues, por ejemplo, en el arte chino, el color púrpura representa la armonía en el universo porque es una combinación de rojo y azul, el yin y el yang, respectivamente.

—Casi nada, Will.

él esboza una sonrisa torcida.

—Pero en Tailandia o en Brasil simboliza el luto.

—Vaya.

—Y en países del este es el color de la riqueza y el lujo. También simboliza la sexualidad, lo misterioso o excéntrico… —Hace una pausa antes de a?adir—: Pero en otros sitios va asociado a la tristeza.

—Qué versátil.

Cuando ve que no digo nada más, Will suspira, se gira y alarga el brazo para apagar la luz de la lamparita. Nos quedamos a oscuras. La lluvia cae incesante, como una rítmica melodía, y golpea el ventanal de nuestra habitación. Distingo el rostro de Will entre las sombras gracias al fulgor de la farola de la calle, que está encendida.

—Pero ?qué simboliza para ti, Grace?

—Sensibilidad y melancolía —logro susurrar a media voz porque, en realidad, había dado la conversación por concluida. Contemplo en la penumbra el contorno de su obstinada nariz y su cabello revuelto—. También un poco de soberbia. Y magia.

Nos quedamos callados. Tengo un nudo en la garganta y el corazón me late rápido, como si pudiese adivinar la relevancia de este instante, aunque en realidad no está ocurriendo nada porque ninguno de los dos nos movemos ni un centímetro. Sin embargo, la cama parece estrecharse y hace calor y de pronto soy muy consciente de todo: el delicioso olor a jabón que desprende Will, el peso de su cuerpo sobre el colchón, la manera en la que sus ojos continúan clavados en los míos como brasas encendidas.

—?Y si te pidiese que olvidases el asunto de los colores y me dijeses qué es lo que ves ahora mismo delante de ti? Sin pensar, solo por instinto.

Trago saliva porque distingo algo vulnerable en su voz, es como si la cuerda de un violín estuviese a punto de romperse. Y comprendo que, si él teme que lo juzgue, entonces será porque tiene un pu?ado de razones en el bolsillo, aunque las desconozca.

—Creo que la memoria es bidireccional.

—?Qué quieres decir? —Will toma aire.

—Nos rescata del pasado, pero también nos muestra lo que ocurrirá en el futuro; es la función más primitiva de los recuerdos. Si te has quemado con una sartén que estaba al fuego, puedes predecir lo que ocurrirá cuando te vuelvas a acercar demasiado a otra.

—?Y qué te dice eso sobre mí?

—Eres una sartén caliente, Will.

—Ya.

—Debería alejarme.

—Estoy de acuerdo.

—Pero adivinas que no lo haré, porque existe un vínculo entre nosotros; los dos lo sabemos, es así, aunque tú no quieras hacer nada al respecto.

Su voz se vuelve peligrosamente grave.

—?Qué te gustaría que hiciera?

—No lo sé. Las posibilidades son infinitas.

—Grace…

?Cuántos centímetros hay entre sus labios y los míos? ?Siete? ?Ocho, quizá? Diez, a lo sumo. Puedo ver su rostro anguloso entre las sombras. Puedo sentir el calor que emana su cuerpo. Puedo oír su respiración algo irregular. Y podría adivinar el sabor de su boca si tan solo me estirase un poco hacia él y acabase con este deseo que crepita entre los dos, aunque Will parezca esforzarse cada segundo por contenerlo.

—No te acerques más —me ruega.

—?Por qué? —La pregunta de mi vida.

Por un momento, creo que va a dar marcha atrás y a desoír su propio consejo. El aire entre nosotros parece condensarse, el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado coge fuerza y siento que me pesan los párpados; quiero cerrar los ojos y dejarme llevar.

Pero su voz aniquila el instante:

—Recuerda la sartén caliente.

Las palabras son como un empujón que me obliga a apartarme de él. Tiro con fuerza del edredón y me cubro hasta el cuello. Me doy la vuelta en la cama. Y así es como acaba la historia. Hundo el rostro en la almohada e intento olvidar todas las fantasías que zigzaguean constantemente por mi cabeza recordándome que no sé andar en línea recta.

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