El mapa de los anhelos

Le regalé la prenda tres cumplea?os atrás.


—No la tires —le pido a papá—. Dámela.

—?Estás segura?

—Sí.

Me llevo la chaqueta a la nariz y huelo el suavizante. Luego la froto contra mi mejilla. Es muy suave. Tanto como lo era la voz de Lucy cuando me metía en su cama y nos quedábamos hablando en susurros hasta bien entrada la madrugada.

Tengo un nudo en la garganta.

—?Estás bien, Grace?

—No.

—Tómate un descanso.

Me levanto con la chaqueta en las manos y me alejo hasta la ventana desde donde se ve la calle en la que hemos crecido. De vez en cuando me giro y contemplo a papá guardando con mimo cada una de las prendas: las coge con mucha delicadeza, revisa las costuras, aplana algunas arrugas con los dedos, las dobla como si fuesen a formar parte de un desfile de moda. Está tan absorto en ello que no parece ser consciente de que sigo allí hasta que se levanta para buscar precinto en los cajones del escritorio.

—El tercero —le digo.

Lucy era ordenada hasta el extremo; ?metódica, precisa e inteligente como para crear un juego?. Y aunque mis cajones contienen un batiburrillo de cosas y es imposible encontrar nada en ellos, conozco perfectamente el contenido de los suyos: en el primero están las libretas, en el segundo aquello relacionado con el dibujo, en el tercero los materiales adicionales como pegamento, celo, tijeras, clips o chinchetas.

Cuando mi padre termina de cerrar las cajas, lanza un suspiro y mira a su alrededor como si se preguntase de dónde sacará el valor si en algún momento debe retirar todo lo demás, porque cada peque?o objeto que ella decidió poseer parece contener pedacitos del alma de Lucy.

—?Y ahora qué? —pregunto.

—Dejaremos aquí las cajas. Vamos a darle un tiempo de margen a tu madre para que lo asimile, ?te parece bien?

—Sí.

—Vale.

—Gracias, papá. Por esto.

—No me las des. —Antes de salir de la habitación, apoya una mano en mi hombro y me mira a los ojos—. Si en algún momento aparezco en ese juego que Lucy te dejó, me lo dirás, ?verdad? Porque me gustaría saber… si quería algo de mí… —Toma aliento—. No hablamos mucho durante los últimos días antes de…

—Te lo diré. No te preocupes.

En su asentimiento aún permanece ese aire de derrota que arrastra desde hace tanto tiempo. Ya casi no recuerdo cómo era antes, cuando bromeaba y nos hacía reír a las tres con su famoso encanto natural. Lo veo marchar escaleras abajo hasta que desaparece.



Esa misma noche, unas horas después de empezar a desprenderme del rastro material que Lucy dejó en el mundo, me encuentro en el porche de una casa con jardín. El verano ha dado comienzo y la temperatura es más suave. No conozco a la mayoría de la gente que me rodea, pero Tayler está a mi lado y de vez en cuando me acaricia la rodilla derecha y me rellena el vaso que sostengo en la mano.

Unos amigos habían quedado para ver un combate de boxeo decisivo, o eso dijo uno de ellos, y cuando terminó empezó a unirse mucha más gente. Ahora que ya ha anochecido, probablemente nadie recuerde cuál fue el detonante de la fiesta. A mí tampoco me importa, la verdad. No tenía pensado salir, pero cuando Tayler me propuso recogerme estaba sentada en mi peque?o refugio de la ventana, pensando y pensando y pensando sin cesar, así que le dije que sí para poder apagar el cerebro de una vez por todas.

?Alguna vez has deseado poner en pausa tu mente? Solo unos instantes de calma antes de retomar el hilo de lo que sea que tuvieses dentro. A veces me canso de mí misma. Me canso de mi cabeza. Me canso de darle vueltas a todo y de imaginar cosas y de vivir dentro de un laberinto infinito lleno de ideas enredadas del que no sé salir.

—Ese tío está loco. —Mia se?ala a un tipo que compite con otro por ver quién consigue beber más cervezas casi sin respirar. Lleva mucha ventaja.

—Los dos lo están —responde Sebastien, y yo aparto la vista de él para evitar vomitar. De todas las personas que hay en esta fiesta, él es sin duda al que más detesto.

Los invitados jalean a los chicos y los graban con los móviles.

De forma inconsciente saco mi teléfono para ver si tengo alguna notificación, pero no hay nada. Siento que hace una eternidad que no tengo noticias de Will. No nos vemos desde el día que entramos en aquella granja abandonada que ahora me parece tan lejano. Ya han pasado más de dos semanas. Le escribí para contarle que había aprobado el examen de conducir y tan solo contestó con un impersonal ?Enhorabuena, Grace?.

No debería, pero mis dedos se mueven sobre las teclas conforme aumenta el ruido a mi alrededor; pienso en la ropa de Lucy dentro de esas cajas, en lo ajena que me siento a todos los que me rodean…, y noto la soledad, una soledad insondable.

Grace: ?Alguna vez te has sentido como si estuvieses ardiendo en llamas en una habitación llena de gente, pero nadie se molestase en mirarte y siguiesen a lo suyo?

La respuesta llega en apenas dos o tres minutos.

Will: No.

Bebo otro trago y cierro los ojos.

El teléfono vuelve a vibrar.

Will: Pero sí me he sentido como si estuviese ardiendo en llamas en una habitación llena de gente que me se?ala y me mira hasta que me consumo en cenizas.

Dejo salir el aire contenido. No contesto. No quiero alterar este instante perfecto de complicidad. No quiero tocar nada por miedo a romperlo. Pero siento algo cálido en el pecho, una peque?a cerilla prendiendo.

—?Quieres un cigarrillo?

—No. —Guardo el móvil.

Tayler me mira de reojo, luego se enciende uno y lanza el humo hacia arriba. Se inclina y me roza la oreja con la boca antes de susurrar: —?Hoy también te aburre la fiesta?

Con algunas personas la sinceridad no funciona, así que tomo una bifurcación.

—?Te importa, acaso?

—Claro. Eres mi chica, ?no?

—Esto sí que es una novedad.

—?No es lo que en realidad deseas? —Me roza el lóbulo con el pulgar y se pega más a mí—. Pues vale. Hagámoslo. Seamos Grace y Tayler, la pareja del a?o.

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