—?Eres consciente de que el instituto acabó hace mucho?
—?Por qué siempre tienes que joder todos los momentos?
—Tayler, las cosas están bien así. —Me pongo en pie como puedo mientras los invitados estallan en aplausos porque alguien ha batido un récord estúpido que probablemente consista en beber cerveza por la nariz o comer una cantidad ingente de nachos—. Tengo que ir al servicio.
Percibo los efectos del alcohol en toda su magnitud cuando doy el primer paso. El suelo se inclina peligrosamente y la gente que me rodea se distorsiona como si estuviesen hechos de algún material blando y gelatinoso. Tengo un programa de centrifugado en la cabeza. Avanzo hasta entrar en la casa. No encuentro el cuarto de ba?o que debería estar en la planta inferior. Me entran náuseas. La primera arcada me sacude cuando alcanzo el tercer escalón. Sigo hacia arriba como puedo, sujetándome con fuerza de la barandilla. Encuentro el servicio y me precipito hacia la taza del váter.
Lo echo todo.
Echo las copas, la tristeza y la dignidad.
Salgo de allí un rato más tarde, pero me siento incapaz de regresar a la fiesta del jardín y tampoco quiero pedirle a Tayler que me lleve a casa. Así que me quedo sentada en medio de las escaleras y cuando miro arriba y abajo pienso que casi parece una metáfora de mi vida: bajar me da vértigo, pero subir resulta agotador.
No sé cuánto tiempo permanezco allí, podrían haber sido diez minutos, una hora o tres. Pienso en la palabra ?petricor? y en lo encantador que resulta un nombre tan sonoro para referirse al olor de la lluvia. Siempre me ha gustado ese aroma porque evoca la sensación de limpieza, un cambio y un comienzo, algo tan auténtico que no puede capturarse en un frasco de perfume y venderse en cualquier supermercado.
Sigo sentada en la escalera cuando jugueteo con el móvil.
Escribo. Borro. Vuelvo a escribir. Me tiemblan los dedos.
Grace: ?Qué estás haciendo ahora mismo?
Will: Nada. ?Por qué?
Las voces del exterior se difuminan y me siento dentro de una espiral infinita, pero de pronto puedo visualizar a Will en el centro de ese círculo en movimiento.
Grace: ?Podrías venir a por mí? Estoy en una fiesta en la que no quiero estar, sentada en una escalera, incapaz de decidir si debo bajar o subir.
Will: Mándame la ubicación y espérame.
Lo hago. Luego evoco ese ?espérame? como sonaría si estuviese dentro de una película de época, quizá ambientada en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, y me entra la risa tonta. Aunque sé que el tono real, el de Will, sería muy diferente: seco, casi punzante y sin florituras, una forma dulcificada de decir ?quédate quieta, Grace?.
Por una vez, sigo las reglas al pie de la letra y me arrepiento de hacerlo en cuanto veo a Sebastien al pie de la escalera. Desliza el dedo índice por el pasamanos siguiendo la curva que traza la madera y sube un escalón tras otro hasta quedar a mi altura.
—Mira quién está aquí…
—?No tienes nada mejor que hacer? Piérdete.
Me recuerda a una serpiente venenosa. La diferencia entre los tipos como Tayler y los tipos como Sebastien es que a los primeros los ves venir de lejos y puedes preparar una estrategia y alzar un escudo, pero a los segundos… los descubres cuando te clavan la daga por la espalda y entonces ya es demasiado tarde.
—?Otro verano más por aquí? Pobrecita Grace.
Me pongo en pie y decido que asumir el vértigo es mejor que permanecer un segundo más a su lado. Bajo un escalón tras otro y salgo al jardín. Veo llegar a más invitados a la fiesta, pero ninguno es Will. No me doy cuenta de que Sebastien me ha seguido hasta que lo tengo al lado, tan cerca que noto su aliento cálido en la oreja.
—?Qué tal está tu hermana? —sisea burlón.
—?Qué has dicho? —Me giro hacia él con brusquedad y el corazón latiéndome con tanta fuerza contra las costillas que lo siento por encima del volumen de la música.
—?Ahora eres una calientapollas sorda?
No veo nada cuando me lanzo hacia él. Tengo la mente en blanco, blanco, blanco; es una sábana, un lienzo, la clara de un huevo. Quiero hacerle da?o, un da?o físico que penetre en su cabeza y más allá.
Unos brazos me sujetan con fuerza y tiran de mí hacia atrás para separarme de Sebastien, que me mira con una sonrisa de satisfacción.
—Cálmate, Grace. —La voz de Will es un susurro.
Parpadeo para no llorar, hace mucho que no me permito hacerlo. Me esfuerzo por no bajar la vista al suelo cuando compruebo que la gente me mira porque al parecer esto es más interesante que lo de las competiciones de cerveza.
—?Qué demonios ha pasado? —pregunta Tayler.
—Siempre he sabido que estaba medio tarada. —Sebastien hace una mueca y tras él se elevan algunas risitas que afianzan sus palabras.
—Cállate —le dice secamente Will a mi espalda.
—?Y este qué hace aquí? —Tayler le dirige una mirada de desprecio y luego clava la vista en mí como si esperase algún tipo de explicación al respecto.
—Venga, vámonos. —Will es todo tensión y rigidez.
Me coge de la mano y nos alejamos juntos.
Apenas soy consciente de que estoy caminando, porque mi atención está puesta en el roce de su piel y la mía, la manera en la que mis dedos fríos parecen cobijarse en la calidez que desprenden los suyos. él no lo sabe, pero memorizo cada detalle de su mano, como los tendones extendiéndose hacia el dorso o los nudillos formando peque?as colinas. También pienso en lo que sé que está ahí, aunque no pueda verlo: huesos, articulaciones, ligamentos, vasos sanguíneos, nervios y membranas. Porque todo ello nos conecta en estos momentos. Y es una conexión física pero emocional. Un puente alzándose lentamente sobre los cimientos construidos en las últimas semanas. Y siento que, por una vez en mi vida, no está hecho de papel ni de cartón, sino de piedra.
17
Mientras no elijas, todo sigue
siendo posible
Will arranca el coche y atravesamos la noche en silencio.
—?Adónde vamos? —pregunto.