Es casi imposible predecir esos momentos decisivos que marcan un antes y un después, y también ser consciente de que estás viviendo uno de ellos justo cuando ocurre. Pero aquella tarde de octubre, a la tierna edad de trece a?os, lo supe.
Me puse los patines y entré en la solitaria pista. En las últimas semanas, se había convertido en una obsesión ver vídeos en los que una patinadora hacía piruetas imposibles rotando sin cesar. Y me había propuesto imitarla, aunque sabía que aún estaba muy lejos de conseguirlo a corto plazo.
Me deslicé por la pista para dirigirme hacia el centro. Después, intenté girar sobre mí misma y me caí al suelo. Miré a mi alrededor: no había nadie cerca, tan solo la chica de la taquilla, que leía una revista con aire distraído y mascaba chicle. Volví a levantarme para emular una vez más el movimiento, con el mismo resultado desastroso. Y así una y otra y otra vez. Tenía las rodillas doloridas por culpa de los golpes contra el hielo. Pero la testarudez ganaba la batalla. Me incorporé, cogí impulso para apoyarme en la parte anterior de la cuchilla del patín, detrás de la serreta, y después caí al suelo de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve intentándolo, pero al abandonar la pista de hielo me temblaban las piernas y sentía los músculos entumecidos. El resultado no había sido mucho mejor al terminar la sesión, así que podría haberlo considerado un fiasco, pero, cuando salí y me sacudió el viento de oto?o, tuve esa revelación que marcaría un antes y un después en mi vida, porque comprendí que el éxito está formado de peque?os y múltiples fracasos. Y cuando perder el equilibrio y caerte deja de darte miedo, todo cambia.
16
?Alguna vez te has sentido así?
Debería estar celebrando que he aprobado el examen para obtener el carné de conducir, pero, en cambio, estoy parada en mitad de mi habitación respirando profundamente una y otra vez. Abro los ojos. Contemplo mi pared llena de retazos que no tienen sentido para nadie más y fijo la vista en la última notita que he a?adido.
?Un faro en medio de la tormenta?.
Fue la frase que dijo papá durante la conversación que tuvimos en la hamburguesería y no dejo de pensar en ella desde entonces. En si así debe de ser el amor: luz, seguridad, certezas. Y en qué ocurre si en algún momento una de las lentes se rompe o el mar se rebela con especial virulencia. ?Es ese el instante preciso en el que uno debe abandonar el faro antes de que las paredes se derrumben, los cimientos cedan y el océano lo engulla todo?
Los escucho discutir en el comedor.
Cuando no puedo soportarlo más, bajo las escaleras e interrumpo la escena. Cambio de cámara, entra en acción la hija que queda. La mirada desesperada de mi madre es tan intensa que, por un instante, me alegro, porque al menos eso significa que todavía es capaz de sentir algo. Aún quedan restos de la mujer que fue.
—?Lo sabe ella? —pregunta alzando la voz—. ?Le has contado a Grace que quieres deshacerte de toda la ropa de Lucy? ?Cómo puedes planteártelo siquiera?
Mi padre se mantiene sereno junto a la estantería de madera del salón, pero sé que está nervioso por cómo encoge los dedos de la mano derecha.
—Algo me comentó, sí —contesto.
—?Y no le dijiste que era una idea estúpida?
—Mamá… —Trago saliva—. En realidad…
—En realidad se ha ofrecido voluntaria para echarme una mano. Llevaremos al centro social lo que decidamos donar y el resto lo guardaremos en el desván.
Ella nos mira a los dos con los ojos vidriosos.
—?Por qué estáis haciendo esto?
—Porque es lo correcto, Rosie. Alguien podrá… hacer uso de sus cosas. —A papá se le quiebra la voz, pero ella está tan centrada en su propio dolor que ni siquiera lo percibe—. Y debemos seguir adelante, debemos volver a…
—No digas ni una sola palabra más, Jacob.
Ni siquiera me mira antes de salir del comedor.
Cuando papá y yo nos quedamos a solas, dejo escapar el aire contenido y siento que me desinflo. Si fuese un globo de helio, ahora mismo caería en picado y me quedaría enredada entre las ramas de algún árbol.
—Te dije que no sería fácil.
—?Por qué no se lo has contado?
—?Lo del juego de Lucy? —él niega con la cabeza—. En estos momentos, la destrozaría. Además, creo que esa decisión te pertenece a ti.
Entramos en la habitación de mi hermana esa misma tarde. La puerta ha permanecido cerrada todos los días durante estos casi seis meses y los otros tantos que pasó en el hospital antes de morir. Nos recibe una cama con una colcha rosa con diminutas florecitas amarillas, mu?ecas y peluches sobre las baldas que parecen aguardar con tristeza el regreso de su due?a, un escritorio pulcro y ordenado, con un bote lleno de bolígrafos de colores, como si Lucy fuese a usarlos alguna vez más y, apiladas, varias de esas novelas románticas que tanto le gustaba leer.
Giro sobre mí misma y lanzo un suspiro.
—No sé por dónde empezar.
—El armario. Es lo que dijo, ?no? Que donases la ropa. —Papá se dirige decidido hasta el mueble de dos puertas, toma aire y las abre de par en par.
Las cajas que hemos traído del trastero se van llenando con la ropa de Lucy. Es una sensación indescriptible la de coger cada vestido, sacarlo de su percha como quien despoja a alguien de su hogar, doblarlo y decirle adiós. Muchas prendas me traen recuerdos. Lucy comiéndose un helado que goteó hasta dejar un reguero de fresa sobre una sudadera azulada. Lucy dando vueltas con una falda de vuelo plisada. Lucy saltando los charcos conmigo con sus botas de agua. Lucy eligiendo un vestido de gasa granate porque logró asistir al baile de fin de curso junto a su mejor amiga. Lucy y lo mucho que le gustaban los zapatos estrafalarios y llamativos.
Lucy, Lucy, Lucy…
—?Tú crees que está bien lo que hacemos?
—No lo sé. —Papá me mira—. Pero como ninguno de nosotros parece tener las respuestas adecuadas… cumpliremos los deseos de Lucy.
Y acto seguido mete en una bolsa una chaqueta de lana rojiza con distintas tonalidades: un tono vino en las mangas que se va aclarando hasta alcanzar el rosado en la zona del ombligo. Así era el aura de mi hermana: pasional, dulce y decidida.