Cuando no queden más estrellas que contar

Quizá ni siquiera necesitaba superarlo, solo haber seguido como hasta ahora, a salvo de esa familia que le había hecho tanto da?o.

Quizá solo había pensado en mí. En lo que yo necesitaba. La excusa para huir sin que lo pareciera. Y en el fondo de mi alma supe que esa era la razón, pero me hacía sentir tan miserable que de forma instintiva la ignoré.





46




—?Estarás bien? —me preguntó por tercera vez.

Lo miré a los ojos, esos que me estaban revelando su lado más vulnerable y puro, y asentí con una sonrisa. Alcé la mano y le acaricié la mejilla.

—Eres tú el que va a pasar la noche en el hospital.

Ladeó la cabeza y dejó un besito en mi mu?eca. Fue un gesto tierno que me encogió el corazón.

—No sé cuánto tiempo durará esta situación, pero tendremos que hablar de lo que vamos a hacer después.

Sabía que se refería a un posible regreso a Sorrento. Donde, al fin y al cabo, estaban sus cosas. Su casa. Su vida. La mía. Esa que había construido casi sin darme cuenta y que había perdido del mismo modo.

Volver ya no era una opción para mí. No podía.

Perder a Lucas tampoco lo era.

Le sostuve la mirada y todo lo llenó un sentimiento egoísta que no pude, y tampoco quise, reprimir. La posibilidad de encontrar otras alternativas. Otros caminos. Comenzar uno nuevo los dos juntos, en cualquier otra parte. Porque si algo bueno tiene el mundo, es su inmensidad.

—Ya lo hablaremos —susurré.

Lucas movió la cabeza y me dedicó una peque?a sonrisa.

—No te encierres aquí sola, sal a dar una vuelta.

—?Y adónde quieres que vaya?

—Puedes quedar con tu amigo Matías. Llámalo y dile que has vuelto.

—?Cómo sabes que no lo he llamado?

—Porque empiezo a conocerte, Maya.

Lo dijo de un modo que me hizo sentir expuesta, desnuda, pero no como si me faltara la ropa. Lo que no sentía era la piel. Esa capa viva tras la que solía ocultarme y fingir que todo iba bien. Sin ella solo era un conjunto de sentimientos y emociones que giraban dentro de un remolino descontrolado, que engullía unas partes de mí y escupía otras. Un caos que ahora Lucas comenzaba a ver.

—No sé si eso es bueno.

—?Por qué?

Bajé la vista y me concentré en el dibujo de su camiseta: un símbolo oriental.

—Puede que deje de gustarte cuando termines de conocerme. Tengo más cosas malas que buenas, y un millón de defectos —le confesé.

—?Crees que yo no?

—Tú eres perfecto.

Cogió mi barbilla con su mano y me obligó a mirarlo.

—?Sabes qué fue lo primero que vi de ti? —Negué con la cabeza—. No fueron estos ojos preciosos. Ni estos labios que me vuelven loco. Ni estas dos... —Sus manos se posaron en mis pechos y yo solté una carcajada. Me abrazó por la cintura—. Fueron tus grietas, Maya. Las heridas que intentabas disimular y que yo quería lamer hasta curarlas. Lo quise desde que abriste la boca para pedir aquella pizza.

—?Lamer? —Se me escapó una risa rota—. ?Como un gato?

Se inclinó y dibujó con la lengua la línea que unía mis labios.

—Me encantan los gatos.

—A mí empiezan a gustarme —susurré.

—Pues deberíamos tener uno y ponerle un nombre con personalidad, como Ares, Odín, Thor...

—?Y si es una gata?

—Galleta —dijo sin dudar.

—??Qué clase de nombre es ese?!

Me besó y se llevó con él el eco de mi risa.

Se me aflojaron un poco las rodillas.

Ese efecto tenía en mí.

Me quedé en la puerta mientras él entraba en el ascensor. Y continué allí después de verlo desaparecer. Suspiré y pensé en Matías. No había dejado de hacerlo desde mi llegada a Madrid. Me moría de ganas de verlo y, al mismo tiempo, no estaba preparada para oír su ?Te lo dije?. Porque con Lucas me había obligado a mostrarme entera y fuerte, pero con Matías...

Con él podía derrumbarme y tenía miedo de que eso pasara.

Apreté los párpados con fuerza y me dije que me estaba comportando como una idiota. Si algo necesitaba más que nunca en ese momento era a ese chico un poco introvertido y un tanto rebelde que había estado a mi lado desde ni?os.




Quería sorprenderlo, así que me la jugué. Me senté en la parada de autobús que había frente a su casa y aguardé con la esperanza de que aún mantuviera sus horarios y rutinas. Unas costumbres que lo convertían en un tipo predecible, pero Matías era así, poco dado a improvisar.

Lo vi nada más doblar la esquina, con ropa de deporte y una bolsa de lona que colgaba de su hombro. Pasó muy cerca de mí, tan despistado como siempre, y no se percató de mi presencia. Lo seguí muerta de risa, hasta que se detuvo en su portal y comenzó a rebuscar las llaves.

—Sabes que tú y yo seríamos la pareja perfecta, ?verdad?

Se quedó inmóvil y su pecho se llenó con una brusca inspiración. Se dio la vuelta muy despacio y sus ojos se encontraron con los míos.

—?No me jodas! Pero ?qué haces tú aquí?

—?Sorpresa!

Vino hacia mí y me abrazó tan fuerte que me crujieron las costillas mientras me levantaba del suelo sin apenas hacer ningún esfuerzo.

—No me puedo creer que estés aquí —dijo emocionado.

Le rodeé el cuello con los brazos y sorbí por la nariz. Había tardado treinta segundos en ponerme a llorar, todo un récord.

—Estás genial.

—Tú sí que estás genial. Mírate, te fuiste de aquí hecha un saco de ojeras y huesos y ahora...

Le di un manotazo en el pecho.

—?Un saco de ojeras y huesos?

—Estás preciosa. Te ha sentado bien ese sitio. —Se puso serio y sus ojos estudiaron los míos con preocupación—. ?Qué haces aquí? ?Ha pasado algo?

—El padre de Lucas está enfermo, lo han operado y no saben si se recuperará. No quiero que pase solo por todo eso, la relación que tiene con su familia es bastante complicada.

—Pues me alegro muchísimo. ?No de que su padre esté jodido, por supuesto! —se apresuró a aclarar—. Me alegro de que estés aquí.

—Yo también. Tenía muchas ganas de verte. ?Te apetece que vayamos a tomar algo y así nos ponemos al día?

—Claro. Solo necesito cinco minutos para dejar la bolsa y cambiarme.

María Martínez's books