—Che diavolo stai facendo?
Tragué saliva sin entender la agresividad que rezumaba en su postura, en su voz. Me miraba de un modo que me hacía sentir incómoda. Desprotegida. Casi no lo reconocía.
—Perdona, pero si hablas tan rápido no te entiendo.
—Veo cómo lo miras desde que sei arrivata. Cómo lo observas todo el tiempo. Il modo en que te brillan los ojos cuando sei con lui.
—?Cómo miro a Lucas? —inquirí sorprendida. No entendía nada. ?Qué le importaba eso a él?
—No te burles de mí.
Una voz de alarma sonó en mi cabeza y la comprensión se abrió paso en mi mente como una potente luz.
—?Te refieres a Giulio?
—Ti sei innamorata di mio marito.
—??Qué?! Te estás confundiendo.
—?Confundido? No, non sono io il confuso. Aléjate de él —gritó, rezumando veneno en la voz.
—Dante, escucha...
—?Qué crees que va a pasar? —De repente, su espa?ol parecía haber mejorado, porque lo escupía bastante bien—. ?Que se va a fijar en ti entre piruetas y abrazos?
Me ardía el pecho y mi garganta se cerraba como si una mano la estuviera apretujando.
—?No!
—?Dejará de ser gay per te?
—Dante, por favor —le supliqué con lágrimas en los ojos.
—Patetico e triste. Y él no se da cuenta...
Sacudí la cabeza, impotente. Nunca antes había sido testigo de lo que los celos podían hacerle a una persona. La sinrazón de esa emoción que podía anular cualquier rastro de cordura.
—Porque no hay nada de lo que insinúas.
—Estoy harto de esto. Di te...
No me escuchaba. Solo me miraba y escupía palabras hirientes. Entró en la habitación y vino hacia mí con amenazas que casi no entendía y mucho despecho.
—Lascialo in pace.
Me sentía acorralada en todos los sentidos. Como si estuviera encerrada en un edificio a punto de derrumbarse y hubieran tapiado todas las salidas. Aquella situación era una locura. Un mal sue?o.
—No ocurrirá, capisci? —masculló burlón.
Me derrumbé. Me rompí. Exploté.
—No, eres tú quien no lo entiende. Y lo que insinúas es asqueroso. ?Porque creo que es mi padre, joder! ?Mi padre!
A veces, las verdades más grandes se revelan en un instante, por un descuido, y ya nadie las detiene. Es imposible. Una vez quedan libres, ya no hay forma de atraparlas y volver a esconderlas.
—?Qué has dicho?
Mis ojos volaron hasta la puerta del cuarto y vi a Giulio en medio del salón. Nos miraba con los ojos muy abiertos y palidecía por momentos. Dante dio un paso atrás. Me miró y luego lo miró a él.
—è tua figlia?
—Pero ?qué dices? —saltó Giulio.
—Adesso capisco, tu non vuoi figli perché ne avete già una!
—Dante, per favore...
La expresión rota de Giulio me hizo sentir pena por él.
—él no sabe nada —intervine. Con manos temblorosas, abrí el cajón de la cómoda y saqué las fotos. Se las ofrecí con el brazo estirado—. Ten.
Giulio las tomó sin apartar sus ojos de los míos. No parpadeaba, no se movía. Solo un ligero tic en su mandíbula le daba vida. Poco a poco, bajó la vista y las contempló.
—?Te acuerdas de ella? —susurré insegura. Asintió con un gesto tan leve que casi no lo percibí—. Daria es mi madre. Se quedó embarazada el mismo verano que tú estuviste en Madrid.
Vi cómo sus párpados se abrían, sus pupilas se dilataban y el poco color que quedaba en su cara se desvanecía. Tragó saliva.
—Giulio, ?quién es Daria? —lo interrogó Dante.
él ignoró la pregunta y se humedeció los labios mientras una miríada de emociones cruzaba por su semblante.
—?Ella te ha dicho que soy tu padre?
—No, siempre ha mantenido que no sabe quién es.
Soltó una risa que parecía más un lamento.
—Entonces, ?qué te hace creer que puedo serlo?
—Tenía las fotos escondidas, las fechas coinciden y... nos parecemos —dije casi sin voz. Me se?alé el lunar de la ceja—. ?Lo ves? Es idéntico.
Pronunciar esas palabras en voz alta me hizo sentir muy estúpida. De repente, nada tenía sentido. Todo parecía un despropósito y empecé a ahogarme. Un castillo en el aire, eso había levantado, con cimientos hechos de sue?os y paredes repletas de carencias. Una fantasía que había ido construyendo día a día, hasta convertirla en una certeza. Ahora se desmoronaba, veía las grietas a mi alrededor, cada vez más grandes, dejando pasar la luz.
—Es imposible —susurró.
Dante se llevó las manos a la cabeza.
—Vuoi dirmi che succede?
—?Piensas que yo lo sé? —replicó Giulio.
—Dice que es tu hija, è possibile?
—No. —Gimió como si algo le doliera—. No... No lo sé.
—Non lo sai, davvero? ?Te acostaste con su madre, sí o no?
Giulio alzó las manos con un gesto suplicante. Eran tantas las emociones que inundaban sus ojos que no podía identificarlas.
—Dante, cállate.
—?Lo hiciste?
—?Tenía dieciocho a?os y pensé que quizá hacerlo me arreglaría! —gritó Giulio para los dos.
—Nunca has estado roto —susurró Dante en tono compasivo.
—Pero ?no lo sabía entonces! —Se volvió hacia mí—. Mira, no sé qué te ha hecho pensar que yo podría ser tu... —No era capaz de decirlo. Resopló y apretó los párpados muy fuerte—. No es posible. No. Yo no tengo hijos, tampoco los quiero. Eso no va conmigo.
Las dudas se me clavaban como garras heladas.
—?Y las fotos?
—Te has equivocado. —Su expresión se volvió muy dura e hizo que el trocito de corazón que aún me latía se parase—. Un lunar no te convierte en mi hija. Ni hablar.
Una emoción dolorosa inundó mi pecho tan rápido, tan de repente, que apenas podía dominar el llanto que me estremecía por dentro. Su mirada fría me atravesó como si yo fuese una extra?a para él.
En realidad, lo era.
—Llegaste aquí con esa historia en la cabeza, ?verdad? ?Qué idiota he sido! Demasiadas casualidades para que fuese algo fortuito. Llevas semanas fingiendo conmigo y con mi familia...
Yo no podía dejar de temblar.