—Ya... Bueno... Puedo llamar a Mónica y preguntarle.
El dedo de Lucas rozó mi ropa interior. Le di un pisotón en el pie. él ahogó una queja, mientras se encogía con un gesto de dolor que trató de disimular. Lola lo miró preocupada.
—?Te encuentras bien?
Lucas le dedicó su mejor sonrisa.
—Tengo un juanete que me está matando.
Un ruidito estrangulado escapó de mi garganta, mientras hacía todo lo posible para no reír a carcajadas.
—Pues te recomiendo que te operes. Yo lo hice de los dos pies, y me cambió la vida —dijo ella. Después me miró a mí con una sonrisa amable—. Ponme también el conservante, aunque creo que voy a probar con la aspirina.
Le cobré el importe de la compra y le entregué el tique. Después corrí a la puerta para ayudarla a salir.
—Adiós —se despidió.
Me di la vuelta y fulminé a Lucas con la mirada.
—?Eres un crío!
Se echó a reír y arrugó la nariz con una disculpa que no sentía. Vino a mi encuentro. Me tomó por las mu?ecas y se rodeó la cintura con mis brazos.
—?No te aburres aquí? El tiempo no pasa.
—No soy un culo inquieto como tú y me gusta lo que hago. Además, nadie te obliga a quedarte —repliqué.
Hizo una mueca.
—Eso ha dolido.
Miré el reloj, era hora de cerrar. Me deshice de su abrazo y comencé a recoger. él se sentó en el taburete, sin quitarme los ojos de encima.
—?Por qué nunca dices adiós? —preguntó de repente.
—?Qué quieres decir?
Se encogió de hombros.
—Eso, que nunca dices adiós. Ni siquiera con un gesto. Solo... solo curvas los labios un poquito cuando la gente se despide.
—Pues no me he dado cuenta.
—Yo creo que sí. Es premeditado, te pones tensa en ese preciso momento. Y si lo pienso un poco, llevas aquí meses y nunca te he visto despedirte de nadie.
Coloqué el cartel de cerrado en la puerta y bajé el peque?o estor que cubría el cristal. Me di la vuelta y lo miré a los ojos, un poquito confusa porque no entendía en qué momento Lucas había empezado a conocerme tan bien. A notar detalles de los que nadie más se había percatado.
—No me gusta esa palabra —declaré—. Lo que significa, lo que implica..., no lo sé. Es como muy... absoluta. Definitiva.
—?Definitiva?
—Para siempre. O nunca más, depende.
—?Como si decirla hiciese irremediable no ver nunca más a la otra persona?
—Algo así.
Se me quedó mirando, y vi su esfuerzo por comprenderme. Entonces a?adí: —Nunca le he perdonado a mi madre que desapareciera sin más, que no se despidiera de mí. No lo hizo, huyó. Quizá sea por eso, no lo sé —confesé. Sacudí la cabeza—. Es absurdo y un sinsentido, soy consciente. Ni yo misma lo entiendo, pero no soy capaz.
—Ya veo.
—Siento ser tan complicada.
Se levantó y me tomó de las manos para acercarme a su pecho y abrazarme.
—Me gusta que seas complicada.
—Mentiroso.
—De verdad, intentar desenredarte me encanta. Eres como un acertijo que me muero por resolver.
—?Y si nunca lo consigues?
—No hay nada más sexy que una mujer misteriosa.
Escondí el rostro en su cuello y sonreí.
Y en ese preciso instante, me di cuenta de que me había enamorado.
Por primera vez.
De verdad.
Porque aquello que sentía en el pecho era completamente nuevo.
Y lo había hecho de Lucas.
43
Las personas no somos más que una capa tras otra de secretos. Motivos ocultos, enterrados en nuestros corazones, que nos da miedo compartir. Y, aun así, esperamos que los demás confíen en nosotros sin albergar dudas, como un salto de fe al que te lanzas con los ojos cerrados.
44
A todos nos llegan momentos en la vida en los que se nos escapa de las manos el control. Unas veces lo vemos venir y tratamos de recuperarlo a tiempo. Otras te quedas paralizado y es imposible evitarlo. Yo me encontré de repente en medio de un caos, como un empujón que no esperas y te desestabiliza. No hallas dónde agarrarte y tu cuerpo se precipita. Mueves brazos y piernas, pero no hay nada que evite el golpe.
Entonces, te aferras a lo único que te queda: el miedo. El instinto más caótico.
Yo no lo vi venir. No me fijé en los detalles. Ni en las miradas inseguras.
No vi las dudas.
—El pas de deux final entre Alicia y Jack debe ser apoteósico. Con saltos muy precisos y giros veloces. Y no pueden faltar elevaciones —dijo Giulio mientras volvía a anudarse el cordón de su pantalón de chándal.
Era domingo por la ma?ana y nos encontrábamos en la terraza de la villa, montando la coreografía para la obra. Aún faltaban tres meses para Navidad, pero queríamos tenerla lista lo antes posible para que los ni?os pudieran ensayar sin prisas.
—Las elevaciones deben ser sencillas, les falta seguridad —repliqué.
—Eres muy blanda. —Me reí y él me ofreció la mano para continuar—. ?Vamos allá! Diagonal, tres poses en picada, promenade, pirueta, pirueta y porté... —Me elevó.
Yo me alcé al punto más alto de la subida. Arqueé la espalda sobre la mano que me sujetaba e iniciamos un lento descenso hasta que me recogió en sus brazos.
—Perfecto —suspiró.
Me dio un abrazo y yo se lo devolví con los ojos cerrados. Me separé con un poco de reticencia y me acerqué a la mesa para beber agua. Observé a Dante, que hacía yoga bajo la sombra de un árbol. Parecía muy concentrado. Luego busqué a Lucas con la mirada, había desaparecido de la tumbona en la que dormitaba al sol.
De repente, sonó el teléfono de Giulio. Descolgó y mantuvo una breve conversación, después me miró.
—Tenemos que dejarlo por hoy.
—No pasa nada, seguiremos otro día.
Entré en el edificio y subí las escaleras sin prisa. Empujé la puerta, que casi nunca dejábamos cerrada cuando bajábamos al jardín, y la dejé de nuevo entreabierta al ver las llaves de Lucas sobre la mesa. Fui a mi habitación para coger ropa limpia y darme a continuación una ducha.
—Cosa fai?
Me di la vuelta con un susto de muerte y encontré a Dante en el umbral de mi cuarto.
—Dante, ?qué...?