Durante las semanas siguientes, volvimos a caer en nuestra cómoda rutina como si nada hubiera pasado. No volvimos a sacar el tema de las fotos ni comentamos nada a ese respecto. Aunque, en ocasiones, descubría a Lucas mirando a Giulio con cierta preocupación. Observándonos cuando estábamos juntos, con un montón de emociones desfilando por su rostro que no lograba identificar.
No quise mencionarlo y lo dejé estar. Suponía que, con el tiempo, él dejaría de pensar tanto en ello.
Esa ma?ana, cuando desperté, lo encontré mirándome desde el otro lado de la cama. Había vuelto a dormir en su habitación cada noche. Ahora, un poquito más mía. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Continuamos en silencio, mientras sus ojos se movían por mi cara de la misma forma que los míos por la suya, y sentí como si algo nuevo vibrara entre nosotros. Una emoción distinta que parecía emanar de nuestros cuerpos e inundar el aire a nuestro alrededor. Algo suave y bonito, que casi podía tocar con los dedos.
Una cálida expresión apareció en su mirada, y mis sentimientos se reflejaron en sus ojos en el momento en que se inclinó y me besó.
El mundo desapareció. Aunque el tiempo no se detuvo.
—Llego tarde, llego tarde... —murmuré mientras daba saltitos para subirme el pantalón.
—A una cita muy importante. No hay tiempo para decir ?hola, adiós? —tarareó Lucas desde la cama con una risita.
—?Qué?
—?No es eso lo que dice el Conejo Blanco?
—?El Conejo Blanco?
—Sí, ya sabes, Alicia en el país de las maravillas.
Parpadeé al darme cuenta de qué me estaba hablando.
—Pues no tengo ni idea. No he leído el libro y era muy peque?a cuando vi la película.
—?Y no hay un ballet sobre Alicia en el país de las maravillas?
—Sí que lo hay —respondí al tiempo que me inclinaba para darle un beso—. Me voy.
—Adiós —me susurró.
Yo le dediqué una leve sonrisa y salí de la habitación.
Poco después, bajaba las escaleras como una exhalación. Se me había ocurrido una idea realmente buena y estaba emocionada.
Llamé a la puerta de Giulio.
Dante abrió pasados unos segundos, aún en pijama y con el pelo revuelto.
—Buongiorno —saludé.
—Buongiorno.
—?Giulio está en casa?
—Chi è? —Giulio apareció detrás de Dante—. ?Ah, hola, Maya. ?Todo bien?
Asentí nerviosa.
—?Recuerdas lo que comentaste sobre preparar una actuación para el festival de Navidad en el teatro Tasso? —le pregunté animada.
—Sí, claro.
—Pues deberíamos hacer nuestra propia interpretación de Alicia en el país de las maravillas. Hay muchos personajes y participarían todos los ni?os. Podríamos inspirarnos en la coreografía que Wheeldon preparó para el Royal Ballet, es preciosa y muy colorida. ?Qué te parece?
él se tomó un momento para considerar lo que le estaba proponiendo. Empezó a sonreír tanto o más que yo. Movió la cabeza con un gesto afirmativo.
—Me gusta.
Nos quedamos mirándonos y supe que en su mente ya veía lo mismo que yo: el escenario, los trajes, los pasos...
Mientras pedaleaba camino de la floristería, con el sol en mi piel y la brisa del mar en la cara, no podía dejar de sonreír como una idiota. Me sentía tan bien. Tan llena de alivio y gratitud por la vida que disfrutaba que me costaba no gritárselo al mundo.
Estaba aprendiendo a no hacerme preguntas para las que no tenía respuestas. A no cuestionármelo todo. A no obstinarme en llenar esos huecos que, quizá, debían estar vacíos para lo inesperado. Aprendiendo a dejarme llevar. A dejar que sucediera.
Lucas apareció a media ma?ana en la floristería con café y una caja de pastelitos. No lo esperaba y me hizo ilusión verlo entrar con el pelo revuelto, las gafas de sol sobre la cabeza y la camiseta arrugada. Siempre la llevaba arrugada.
—?Estás sola?
—Mónica acaba de irse con Tiziano. Tienen cita con el médico —respondí.
—?Se encuentra bien?
—Sí, van a hacerle una ecografía para ver cómo están los bebés. Se acerca la fecha.
él forzó una sonrisa y dejó el café y los pastelitos sobre el mostrador. Después sacó de un bolsillo un par sobres de azúcar y unas paletinas. Me percaté de la tensión que, de repente, se había instalado en sus hombros. Un pálpito me hizo pensar que ese cambio tenía algo que ver con el estado de Mónica.
—Te has quedado muy callado, ?va todo bien?
—Sí.
—?Seguro? Porque he mencionado la ecografía y te ha cambiado la cara.
Yo nunca había notado nada extra?o en ese sentido. La actitud de Lucas hacia Mónica siempre me había parecido muy normal. No obstante, ahora que sabía lo que le había sucedido con ese bebé que durante tantos meses creyó suyo, ya no estaba tan segura de lo que Lucas aparentaba.
él inspiró hondo y dejó de remover su café.
—?Sabes? Cuando me dijeron que iba a ser padre, no me alegré. No estaba preparado para algo así y no sabía cómo afrontarlo sin derrumbarme. Todo cambió cuando a Claudia le hicieron la tercera ecografía, una de esas en 3D, y pude ver la cara del bebé. Fue la primera vez que pensé en él como mi hijo y empecé a quererlo en ese mismo instante. Se convirtió en lo más importante.
—?Aún piensas en él?
—A veces.
—Siento que tuvieras que pasar por algo así.
—Y yo —susurró. Soltó el aliento de golpe y su cara se iluminó con una sonrisa al mirarme y se?alar la caja de pasteles—. ?Nata o chocolate?
—Chocolate.
Lucas se quedó haciéndome compa?ía. A ratos, distraído con el goteo continuo de clientes. Otros, con el bajo de mis pantalones cortos o el hueco entre la blusa y mi espalda.
Le di un manotazo con disimulo y sonreí a Lola, una de las clientas habituales, que también era espa?ola y solía pasarse a menudo para conversar.
—Disculpe, ?qué ha dicho?
Lola me miró un poco impaciente.
—Te preguntaba si lo de poner una aspirina en el agua funciona para que las rosas duren más tiempo —contestó.
—Pues no sabría decirle... —La mano de Lucas se coló bajo mi pantalón. Aunque sabía que Lola no podía verlo desde donde se encontraba, me estaba poniendo nerviosa—. Pero tenemos este conservante con el que las rosas le durarán dos semanas sin ningún problema.
Le mostré el sobrecito.
—?Es el mismo que me llevé para los claveles?
—Creo que sí.
—Los claveles no duraron dos semanas.