Cuando no queden más estrellas que contar

—No, tranquilo. ?Necesitas algo?

—Estaba en el jardín, a punto de irme, cuando he visto la luz encendida. —Enfundó las manos en los bolsillos de sus vaqueros—. Oye, todos se han marchado al pueblo para ver los fuegos. ?No quieres venir?

—Sí, ya he quedado con Lucas. Vendrá a buscarme cuando acabe su turno.

—Para eso aún faltan un par de horas. ?Por qué no te vienes conmigo? Voy al restaurante, nos reuniremos allí con los demás para tomar algo.

Asentí con una sonrisa enorme y creo que hasta di un par de saltitos.

—Sí, so-solo necesito un minuto.

Corrí al ba?o y me lavé los dientes a toda prisa. Después me cepillé el pelo, me apliqué un poco de perfume y troté hasta mi habitación para ponerme las sandalias. Las busqué por todas partes, hasta que recordé que me las había quitado en el cuarto de Lucas. Regresé al salón y encontré a Giulio mirando a su alrededor con ojos curiosos.

—No tardo nada.

—Sin prisa —dijo él.

Entré en el cuarto y vi las sandalias junto a la cama. Metí los pies dando trompicones y salí.

Giulio me contempló con una sonrisita.

—?Qué?

—Nada —respondió mientras se encogía de hombros.

Le sostuve la mirada y me eché a reír.

—Es justo lo que parece.

—Hace días que lo sé —respondió entre risas.

—?Sí?

—Me fijo en los detalles.

—?Y te parece bien? —No sé por qué se me ocurrió hacerle esa pregunta. No tenía ningún sentido, y menos para él.

—?Que Lucas y tú estéis juntos? —Encogió un hombro—. No tiene por qué parecerme mal.

—Sí, claro. —Cogí mi bolso del perchero y guardé dentro las llaves—. Ya podemos irnos.

Había tanta gente en la terraza del restaurante que nos costó unos minutos abrirnos camino hasta el interior. Giulio fue en busca de Dante y yo me quedé en la puerta. Vi a Lucas mucho antes de que él se percatara de mi presencia. Iba de un extremo a otro de la barra, sirviendo copas, abriendo botellines y recogiendo vasos. Su cara mostraba una sonrisita perenne y yo me descubrí con ganas de mordérsela.

Una chica se acercó a pedirle algo, él se inclinó hacia delante para escucharla por encima del bullicio y, en ese instante, sus ojos tropezaron con los míos. Entornó los párpados y un mohín travieso curvó su boca. Mi cuerpo se agitó como si estuviera lleno de burbujas, que explotaban una tras otra.

Lucas le dijo algo a su compa?ero y se?aló a la chica.

Luego abandonó la barra y vino hacia mí.

—Hola, Giulio ha aparecido por casa y me ha...

Las palabras enmudecieron en sus labios. Su lengua rozó la mía y el resto del mundo se desdibujó alrededor. Mis sentimientos por él crecían como las olas de un mar enfurecido y me atrapaban, me engullían y me dejaban sin fuerzas para resistirme a su corriente. Lo miré mientras recuperaba la respiración.

Se inclinó y su boca rozó mi oreja mientras me tomaba de la mano.

—Ven, te llevaré con los demás.

Lo seguí hasta la balaustrada del mirador, junto a la que habían colocado una mesa. Todos los habitantes de la villa se encontraban allí, incluso los sobrinos de Julia. Catalina me saludó con la mano nada más verme y me pidió que me sentara a su lado.

—?Tienes hambre? —me preguntó Lucas. Asentí. El aire olía a comida y mi estómago gru?ó—. Voy a traerte algo.

El tiempo voló entre risas y conversaciones.

Giulio apareció con una bandeja de pasteles y se unió a nosotros. Poco después, Lucas se sentó a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo. Me atrajo hacia él y me dio un beso en los labios. Era la primera vez que nos comportábamos con esa intimidad delante de todos. Como algo más que compa?eros. Como algo más que amigos. Sentía sus miradas sobre nosotros, las risitas de los más peque?os y el codazo que Julia le dio a Roi en las costillas.

—Te lo dije —le espetó en un tono orgulloso.

Me reí, no pude evitarlo, y en ese momento comprendí mejor que nunca las palabras que Lucas me dijo aquel primer día: ?La gente que vive en esta villa es como una gran familia. No son de esa clase de personas que se saluda por educación o compromiso al cruzarse en el rellano. Aquí se convive y se comparten los días?.

Y yo me sentía muy agradecida de tenerlos a todos en mi vida.

Dante apareció cuando apenas quedaban unos minutos para la medianoche y se sentó junto a Giulio. Los observé con disimulo. Cómo se miraban, cómo se sonreían, cómo parecían fundirse el uno con el otro cada vez que se tocaban. Era bonito verlos juntos. Ser testigo del amor que se profesaban, tan real y verdadero.

Aparté la vista y contemplé la luna, que brillaba sobre el agua cálida de ese mar que tanta tranquilidad me daba. El cielo estaba plagado de estrellas y el ambiente olía a flores y a sal. Todo era precioso.

Casi sin darme cuenta, mi atención volvió de nuevo a Giulio. Dante y él conversaban en voz baja. Dante dijo algo y la expresión de Giulio cambió. Intercambiaron unas palabras, sus gestos reflejaban tensión. Giulio comenzó a negar con la cabeza y retiró su mano de entre las de Dante. Este levantó la vista y me pilló observándolos.

Percibí cómo su cuerpo se tensaba y sus ojos se volvían fríos.

Los sentí sobre la piel. Bajo ella. Y una sensación muy incómoda se apoderó de mí.

Rompí el contacto y me incliné por puro instinto hacia Lucas. Su brazo me rodeó con más fuerza y noté la presión de sus labios sobre mi pelo. Solté el aire que había estado conteniendo.

De repente, un agudo siseo rompió la noche. Una estela luminosa ascendió y explotó sobre nuestras cabezas. El cielo se iluminó con los primeros fuegos artificiales y yo silencié la ansiedad que ese momento me había provocado.

Me dejé envolver por mi olor favorito.

Por el abrazo perfecto.

Por el chico que estaba haciendo realidad todos mis imposibles.





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