—No es asunto tuyo.
—?Que no es asunto mío? ?Y una mierda, Maya! Claro que lo es. Porque me has mentido desde el primer momento que llegaste aquí.
—Yo no te he mentido.
Pasó por mi lado hecho una furia. Dejó las fotos con un golpe en la mesa del salón y agarró la cajetilla de tabaco. Prendió un cigarrillo sin dejar de mirarme, tan cabreado que casi podía ver su rabia fluyendo hacia mí en oleadas.
—Yo no te he mentido —insistí—. Simplemente, no te lo dije.
—Es lo mismo.
—No lo es. Te dije lo que necesitabas saber para alquilarme la habitación.
Daba caladas como si su vida dependiera de ese humo que inhalaba.
—No soporto las mentiras, Maya, y mucho menos a los mentirosos. Las mentiras hacen da?o. Hacen sufrir a las personas y rompen vidas. ?Las destrozan! —gritó.
Me encogí bajo su mirada, como si en ese momento me odiara de verdad. Me estaba comparando con Claudia, pude verlo en sus ojos, y me dolió que le resultara tan fácil.
—?Y por qué tendría que habértelo dicho, eh? —me enfrenté a él—. No te conocía de nada para contarte algo que solo me pertenece a mí. ?Entiendes? Solo a mí.
—?Y ahora me conoces? —me espetó con la voz ronca—. Porque tú sí lo sabes todo sobre mí. ?No crees que en todas estas semanas follando podrías haberte sincerado conmigo sobre esas putas fotos en algún momento?
—?Quién te crees que eres para exigirme nada?
—Me has utilizado.
—?No! —clamé con un nudo muy apretado en la garganta—. ?Cómo se te ocurre?
Me fulminó con la mirada, aunque en sus ojos solo detecté desesperación y miedo.
—?Y qué quieres que piense? Yo solo veo pistas que suman, y no a tu favor. —Agarró las fotos de nuevo y las apretó en su mano—. Llegaste aquí con esto. Por Giulio. ?Por qué? —No fui capaz de responder. No me salían las palabras—. ?Sabes qué? Me da igual, no quiero saber nada. Solo... Solo vete.
Dejó caer los hombros, derrotado, y me miró. Donde siempre encontraba una sonrisa, ya no había nada. Solo una máscara fría en la que no lo reconocía.
—?Qué quieres decir?
—Coge tus cosas y lárgate. No te quiero aquí —dijo con voz firme.
Comencé a desmoronarme. Todo había cambiado en un instante y la realidad se desperezó a mi alrededor, ofreciéndome una nueva situación. Una muy amarga que podría haber evitado. Esa era la verdad.
—Tú, él..., que acabara aquí. Fue una coincidencia, Lucas, te lo juro. —él ladeó la cabeza y me miró. Alcé la mano y se?alé las fotos—. Es verdad, vine a Sorrento por Giulio. Creo que puede ser mi padre.
—?Qué?
—Es posible.
La expresión de Lucas cambió. En otras circunstancias, creo que me habría echado a reír, porque resultaba bastante cómica, con la boca y los ojos abiertos.
—Dijiste que no conocías a tu padre.
—Y es verdad. Solo tengo esas fotos, unas fechas y un parecido. —Parpadeé para alejar las lágrimas—. ?Lo has mirado bien?
Me dejé caer en el sofá, buscando un punto de apoyo que me ayudara a no hundirme.
Lucas contempló las fotos durante una eternidad.
—No lo entiendo —susurró.
—Ella me juró mil veces que no sabía quién era mi padre. Que solo se trataba de un desconocido. El mismo día que encontré esas fotos escondidas entre sus cosas, volví a preguntarle y no se molestó en contestar. Giulio pasó un verano en Madrid y conoció a mi madre. Yo nací nueve meses después. Mírame y dime que no es posible.
Lucas me observó sin parpadear durante un largo momento. Muy despacio, se acercó al sofá y se sentó en el otro extremo. Parecía más aturdido que enfadado.
Yo continué:
—Ni siquiera pensaba en lo que hacía cuando me subí a ese avión y vine hasta aquí. Fue un impulso sin vuelta atrás. —Inspiré hondo, con mis pensamientos atropellándose mientras intentaba ordenarlos—. Me topé con Giulio nada más llegar al pueblo, como si fuese cosa del destino. Lo seguí por las calles hasta el mirador y, de repente, lo perdí de vista. No sé, en ese momento creí que lo había imaginado. Entonces vi el restaurante, la terraza abarrotada y esa mesa libre, como si me hubiera estado esperando solo a mí... Después apareciste tú.
Nos miramos fijamente, en silencio. Apartó la vista de golpe, se echó hacia atrás y se apretó el puente de la nariz con los dedos. Permaneció quieto y yo me obligué a continuar.
Se lo conté todo. Le hablé de mi familia y de cómo habían sido siempre las cosas en Madrid. De la relación con mi madre. Me desnudé ante él hasta quedarme en los huesos y le confesé cada miedo, motivo y pensamiento que me habían empujado a ese instante. A ese sofá en el que por primera vez nos sentábamos tan lejos el uno del otro. A ese vacío que ahora nos separaba.
—Desde que llegué, me dormía cada noche prometiéndome a mí misma que al día siguiente hablaría con él, pero nunca reunía el valor y el tiempo pasaba —dije en voz baja. Incliné la cabeza y lo miré—. Jamás he querido hacerte da?o, Lucas. Ni a ti ni a nadie; por eso decidí callarme y dejar las cosas como estaban. Aquí he encontrado mucho más que la familia que buscaba y me asusta arriesgarme y perderlo todo. Era mi secreto, solo mío, y guardarlo no hacía da?o a nadie.
—Solo a ti —susurró.
—Me compensa más de lo que imaginas. Además, ni siquiera sé si es posible. Quizá todo esto sea un cúmulo de coincidencias y no una se?al. Puede que mi madre diga la verdad y mi padre sea un desconocido que nunca sabrá que tiene una hija.
—O puede que Giulio sea tu padre y tampoco lo sabrá nunca.
El corazón se me subió a la garganta. ?Esas palabras significaban que iba a guardar mi secreto?
—Lo que no se sabe no puede hacerte da?o —musité.
—Yo lo sé.
—Pero no tiene que ver contigo, Lucas. Solo conmigo.
—Pero lo sé —insistió.