Cuando no queden más estrellas que contar

Inspiró, y después exhaló.

—Se llama Claudia. Nuestros padres se conocieron en el colegio y se hicieron amigos. Estudiaron juntos, fueron padrinos el uno del otro en sus respectivas bodas, y con el tiempo se asociaron... Ya puedes hacerte una idea de lo unidos que siempre han estado. —Asentí—. Claudia y yo crecimos juntos. No tengo un solo recuerdo en el que ella no esté. Desde peque?os, nuestras familias bromeaban con que algún día nos casaríamos y, no sé si fue porque todo eso nos condicionó, o porque de verdad nos enamoramos, empezamos a salir juntos cuando teníamos unos quince a?os.

Hizo una pausa, como si estuviera ordenando sus pensamientos.

—Nunca tuvimos una buena relación, no era sana. Claudia siempre ha sido muy impulsiva y caprichosa, necesita llamar la atención constantemente. Cuando estaba conmigo, deseaba otras cosas; y cuando rompíamos, solo quería volver. Me dejó muchas veces. Decía que necesitaba conocer a otras personas, que se sentía asfixiada y que no estaba segura de sus sentimientos. Tiempo después regresaba, suplicando que volviera con ella, y yo la perdonaba. Nunca supe negarle nada y no sé por qué. No importaba cuánto da?o me hiciera.

—Dicen que el amor es ciego.

—Eso no era amor, Maya. Dolía. Nos fuimos haciendo mayores y las cosas no cambiaron, al contrario. Ya no es que me dejara plantado cada dos por tres y regresara solo cuando se daba cuenta de que yo pasaba página. Es que, además, me enga?ó con otros tíos y me culpaba a mí escudándose en que yo siempre estaba estudiando o trabajando, y que no se sentía valorada. Y me lo creía, así que me esforzaba más y se lo perdonaba todo.

—A eso se le llama maltrato psicológico y dependencia, Lucas.

—Me ha costado verlo de ese modo, pero ahora lo sé. Por fin lo sé.

—?Y tu familia lo permitía?

—Mi familia no me ayudó nada en ese sentido. Cada vez que reunía el valor para romper con Claudia, intervenían y yo volvía a ceder. Después de graduarme nos comprometimos formalmente. Mis padres organizaron la pedida de mano, compraron un anillo y nos regalaron una casa. Los de Claudia iban a encargarse de organizar la boda y el viaje, y cubrirían todos los gastos.

—Muy... tradicional todo.

—Una auténtica mierda —resopló agitado y se pellizcó el puente de la nariz—. Entonces, Claudia se quedó embarazada y nuestras familias quisieron adelantar la boda... Y es que a mí nadie me preguntaba nada. Si estaba de acuerdo, si me parecía bien, si tenía una opinión al respecto. Ellos decidían sin opción a réplica.

Me quedé sin respiración. ?Embarazada? ?Lucas tenía un hijo? No me atreví a preguntar. Sentía un nudo muy apretado creciendo en mi estómago, ascendiendo a mi garganta.

él continuó:

—Claudia tuvo una amenaza de aborto a las pocas semanas y los médicos dijeron que debía guardar reposo durante todo el embarazo. La boda se aplazó. Fueron unos meses horribles. Le provocaron el parto en cuanto fue seguro y desde el principio notamos que el bebé tenía problemas.

—Lo siento —susurré, y comencé a temer lo peor. Quizá lo habían perdido después de todo.

Lucas clavó sus ojos azules en mí.

Profundos. Heridos. Derrotados.

Y, durante un instante, vi todo lo que escondían.

—Los médicos sospechaban que podía tener el síndrome de Marfan. Es un trastorno hereditario, por lo que a Claudia y a mí nos hicieron unos test genéticos para hacer no sé qué estudio.

—?Y qué pasó? —pregunté al ver que volvía a perderse en sus pensamientos.

—Que el ni?o no era mío.

Me llevé una mano al pecho de forma inconsciente.

—?Y de quién es?

—Ni lo sé ni me importa —replicó con rabia—. Fue un palo muy gordo, no te haces una idea. Aunque eso no parecía importarle a nadie porque, además de confiado y cornudo, pensaron que también era gilipollas y que seguiría adelante con la boda, criaría al hijo de otro y agacharía la cabeza para mantener las apariencias.

—Pero no lo hiciste —constaté.

—No. Reuní el poco amor propio que me quedaba y me largué ese mismo día. No he vuelto a hablar con ninguno de ellos y no tengo intención de hacerlo.

—Siento mucho que tuvieras que pasar por eso, Lucas.

Forzó una sonrisa con la que intentaba aparentar que estaba bien, pero yo sabía que no era así. Había levantado la costra y hurgado en la herida. Una herida profunda que continuaba infectada.

Me dio un beso rápido en los labios. Se puso en pie y salió de la ba?era.

—Paso a buscarte luego, ?vale? —me dijo mientras se cubría las caderas con una toalla.

—Vale.

Continué un rato más en la ba?era después de que Lucas se marchara, y pensé en todo lo que me había contado. Me resultaba difícil entender cómo alguien que parecía tan seguro de sí mismo, tan entero y fuerte, había permitido esas relaciones abusivas. A mis ojos lo eran. Lo habían manipulado, enga?ado, condicionado y hasta amenazado, y lo había aguantado todo sin respirar. Hasta que no tuvo más remedio que reaccionar para no desaparecer por completo.

Pero ?quién era yo para juzgar?

Había estado igual de ciega con mi propia familia. Con mi abuela. Matías siempre había insistido en que ella no me trataba bien. Que no era una cuestión de ser más o menos amable o cari?osa. Autoritaria o severa. Según él, Olga me humillaba con sus desprecios y me hacía sentir insignificante sin ningún motivo.

Y nadie merece que lo traten de ese modo. Nadie.

En ese preciso momento, me di cuenta de que Lucas y yo éramos como dos espejos, y había tenido que ver mi reflejo en él para aceptar que el amor que duele, el que da?a, no es amor.





39




Eran poco más de las nueve cuando llamaron a la puerta. Dejé a un lado el bol de palomitas y bajé el volumen de la tele. Después fui a abrir.

—?Hola! —exclamé con efusividad al encontrar a Giulio al otro lado.

—Hola, perdona si te molesto...

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