Entramos en el salón completamente a oscuras. Solo se oía el sonido de nuestras respiraciones y el fragor de la tormenta golpeando el tejado y azotando las ventanas. Me quedé inmóvil sin saber muy bien qué hacer. Menos valiente. Menos atrevida. Como si mi determinación se hubiese quedado a orillas del acantilado. Sin embargo, las ganas continuaban bajo mi piel, y aumentaban mientras contemplaba la silueta de Lucas frente a mí, igual de inmóvil.
Y sin saberlo, las dos gotas de agua que habíamos sido todo este tiempo dejaron de jugar a esconderse y se encontraron sobre el cristal. Se fundieron en una. Tan ciegas, tan necesitadas que no se dieron cuenta de que todo era una ilusión. Que estaban en lados opuestos y un muro invisible las separaba.
Lucas se acercó a mí, despacio. Solté un jadeo mientras me apartaba el pelo de la cara y me rodeaba la nuca con la mano. Su aliento me hizo separar los labios con otra respiración. Un segundo. Dos. Tres...
Me inclinó la cabeza hacia atrás y su boca reclamó la mía. Nuestras lenguas se enredaron y el anhelo aumentó al ritmo de las caricias, hambrientas y salvajes. También tiernas y dulces. Tiré de su camiseta y él me soltó para quitársela por la cabeza.
Me dio la vuelta y me pegó a la pared. Bajó la cremallera del vestido y su pecho se aplastó contra mi espalda, cálido y firme. Me ahogaba, pero no era aire lo que necesitaba. Sus manos se deslizaron entre la tela y mi estómago, provocando a su paso escalofríos. Noté sus dientes recorriendo mi hombro, la curva de mi cuello y la línea de mi mandíbula. Me besó de nuevo y yo me giré entre sus brazos. El vestido cayó al suelo y me quité las sandalias con dos sacudidas. Demasiado ansiosa. Demasiado viva.
Entre besos y caricias bruscas, alcanzamos su habitación. Enredé las manos en su pelo. Llevaba tanto tiempo queriendo hacerlo... Averiguar cómo sería su tacto entre mis dedos...
—Tengo que preguntarlo —me susurró sin aliento—. ?Hasta dónde quieres llegar?
Sonreí sobre su boca. La lamí. Pensaba que era evidente. Desabroché el botón de sus pantalones y tiré hacia abajo.
—Hasta donde me lleves.
Me mordió el labio con suavidad y mis ganas se intensificaron.
—Entonces... voy a llevarte jodidamente alto.
Caímos sobre la cama. Su cuerpo apretado contra el mío, con movimientos que me hacían delirar. Arqueé las caderas, buscándolo. Jadeó y sus manos se perdieron por mi piel. Estaban en todas partes, al igual que su boca. Sus dientes. Su lengua. Recreándose. Sonriendo cada vez que me impacientaba. Gru?endo cuando era yo la que lo provocaba.
Cuando se detuvo para abrir el cajón de la mesita, mi corazón estaba a punto de explotar. Cada pocos segundos, un relámpago iluminaba la habitación y yo podía verlo con total claridad. Su piel brillante, sus músculos tensos, la rigidez en su vientre y esos ojos que tanto me gustaban nublados por el deseo.
Lucas me miró desde arriba, con una mano en el colchón y la otra en mi garganta. Su pulgar dibujó mis labios. Me estremecí y contuve el aliento al sentirlo. Su cuerpo acoplándose al mío. Tuve que obligarme a mantener los ojos abiertos, no quería perderme ningún detalle.
Sus caderas impusieron un lento vaivén y yo solo podía dejarme arrastrar, como lo haría la marea. Arquearme y sentirlo un poco más profundo. Una ola bailando con otra. Rompiendo en la misma orilla, transformándose en espuma.
—?Quieres saber por qué te pedí que te quedaras? —susurró sobre mis labios. Asentí, incapaz de hablar—. Porque me gustas, Maya. Me gustas muchísimo. Eres preciosa...
Cerré los ojos y jadeé.
—Porque me vuelves loco cuando me miras y yo no puedo dejar de mirarte.
—Lucas...
Inspiró hondo y yo me sentí tan llena de él...
—Porque llevo días imaginando cómo sería tenerte así...
Más rápido. Más salvaje. Más arriba antes de susurrar:
—Y es una puta pasada.
Sus labios cubrieron los míos y me llevó alto. Muy alto.
Hasta que me dejó ir.
Nos dejamos ir.
Y temblamos juntos.
Permanecimos en silencio, escuchando la lluvia.
Poco a poco, nos quedamos dormidos, con las piernas entrelazadas y el cansancio envolviéndonos.
En mitad de la madrugada volvimos a sentirnos, como un mar en calma.
Y a la ma?ana siguiente fui yo la que lo miró desde arriba.
La que se adue?ó un poquito más de él.
La que lo hizo volar muy alto con la luz del sol calentándonos la piel.
Y en ese instante, entre sus brazos, yo encontré mis alas.
35
Lucas se durmió con la cabeza sobre mi pecho, mientras yo deslizaba los dedos por su pelo, una y otra vez. Me quedé mirando la ventana, contemplando las motas de polvo que flotaban en el aire. No se oía nada, solo su respiración lenta y profunda.
Incliné la cabeza y lo miré. Observé su rostro, las constelaciones que formaban sus pecas al unirlas con una línea imaginaria. ?Me encantaban sus pecas! Y la forma de su nariz, el arco que dibujaban sus cejas y las sombras que sus pesta?as proyectaban sobre las mejillas. Las arruguitas que se le formaban a ambos lados de la boca cuando sonreía.
Aparté de mi mente todo pensamiento y solo dejé paso a las sensaciones. Me negaba a analizar lo que estaba pasando. Las consecuencias que podría tener. No quería pensar en nada, solo disfrutar de la inercia. Guiarme por el instinto. Conocer un poco más a la persona en la que me estaba convirtiendo. La persona que quizá siempre fui, pero que no me dejaron ser.
Un ruidito escapó de la garganta de Lucas y vibró en mi piel. Inspiró hondo, desperezándose como un gato. Un gato enorme que cubrió mi cuerpo y hundió la nariz en mi cuello mientras ronroneaba. Me estremecí cuando sus labios presionaron mi pulso y pronunciaron un ?Hola? junto a mi oído. Después trazaron un camino de besos hacia mi pecho.
El reloj que había sobre su mesita marcaba las nueve.
Por mucho que lo deseara, por mucho que me tentara la idea de volver a derretirme bajo él, no quería llegar tarde a la floristería. Además, había partes de mi cuerpo que no sabía que podían doler. De un modo dulce, sí, pero dolían.
—Lucas —murmuré en tono resignado.
Se quedó quieto y noté que se ponía tenso.
—No lo digas.
—?Qué?
—Que lo que ha ocurrido ha sido un error. Que compartimos casa. Que es demasiado complicado... ?Yo qué sé! Solo... ?no lo digas!
—No iba a decir nada de eso.
Levantó la cabeza de golpe.