Cuando no queden más estrellas que contar

—?No?

—No. Solo iba a preguntarte si me llevarías al trabajo, no creo que pueda ir en bici.

Frunció el ce?o y me miró a los ojos.

—Sí, claro. ?Qué le ha pasado a la bici? —Todo el calor de mi cuerpo se concentró en mi cara y puse los ojos en blanco. Un instante después, él lo comprendió. Sus pupilas se dilataron y dejó caer la cabeza—. Vaya, lo siento. Lo siento.

Le di un manotazo al notar que sus hombros se sacudían.

—No te rías.

—No lo hago.

Alzó el rostro y me observó con una sonrisa enorme.

—Eres idiota —repliqué mientras trataba de quitármelo de encima.

Se puso en pie y pilló de la silla unos pantalones.

—Dúchate tú primero. Yo preparo el desayuno.

Fui a mi habitación para coger ropa limpia y vi sobre la cama las cosas que había comprado días atrás. Saqué las puntas de la bolsa y me las quedé mirando.

—?Qué estoy haciendo? —susurré para mí misma.

Miré alrededor. Había convertido esa casa en un espacio tan mío como nunca lo había sido el piso de Madrid. Tenía un trabajo por las ma?anas y otro por las tardes, que iban a proporcionarme una peque?a estabilidad. Había encontrado un hueco en la gran familia que formaban todas las personas que habitaban la villa y acababa de enrollarme con un chico que me gustaba muchísimo. Al que yo le gustaba y que me había pedido que me quedara.

?Estaba construyendo una vida!

Y empezaba a asustarme perderla.





36




—?Joder, Maya! No sé qué decirte, ?vale? Fuiste a ese pueblo precisamente para eso, para hablar con él y saber la verdad —me recordó Matías al otro lado del teléfono.

—?Y si abro la boca y lo estropeo todo?

—?Por qué ibas a estropearlo?

—Y yo qué sé, por mil cosas, y no quiero.

Puse las últimas rosas en agua y me apoyé en el mostrador.

Resoplé disgustada, porque se suponía que él debía darme la razón. Al menos en esto.

—Maya, estás hablando de quedarte ahí de forma definitiva. Es muy fuerte. Es como si te hubieras metido en uno de esos programas de cambio radical, pero en lugar de tu aspecto te hubieran cambiado el cerebro.

—No bromees.

—Hablo en serio.

—Es que me encanta estar aquí. Siento que podría quedarme para siempre y ser feliz con esta vida. No necesito más.

—?Esto no tendrá que ver con Lucas y sus polvos mágicos?

Me ruboricé.

—No debería habértelo contado.

Se echó a reír con ganas.

—Sabía que te estabas pillando por ese tío. —Hizo una pausa—. ?Te trata bien? Porque si no lo hace, iré hasta allí y le daré de hostias.

Sonreí y el corazón se me hizo peque?ito dentro del pecho.

—Sabes que te quiero y que te echo muchísimo de menos, ?verdad?

—Y yo a ti, tonta. Pero no me has contestado.

Solté un suspiro y me rodeé la cintura con el brazo libre. Asentí, aunque sabía que Matías no podía verme.

—Lucas es muy bueno, en serio. Se puede confiar en él. Es amable, atento y muy muy generoso.

—De eso no me cabe la menor duda. Dos días sin poder cerrar las piernas...; tuvo que darte mucho.

—?Matías! —chillé.

Sus carcajadas sonaron con fuerza y acabé contagiándome.

—?No puedo creer que hayas tardado una semana en contarme que te lo estás tirando! —exclamó.

—No era yo la que estaba ocupada.

Matías resopló y lo oí moverse por la casa, coger un vaso, abrir el grifo...

—Natalia se ha propuesto reinventar Don Quijote para la próxima temporada y está siendo una locura, pero siempre tengo tiempo para hablar de sexo. Nena, quiero detalles, muchos detalles.

—Pervertido.

—Dada mi inexistente vida sexual, tendré que conformarme con la tuya.

—A ti no te pone el sexo hetero.

—Pero ?qué dices? A mí me pone todo lo que incluya un tío desnudo.

Rompí a reír con ganas, pero me detuve en seco al distinguir a Lucas entre la gente al otro lado del escaparate. Se acercaba con paso rápido y mi corazón comenzó a latir frenético. No habíamos quedado.

—Oye, Matías, tengo que... dejarte, pero prometo llamarte pronto.

—?Va todo bien?

—Sí.

La puerta se abrió y las campanillas sonaron sobre la cabeza de Lucas.

—Hola —me saludó con ese tono ronco y seductor que me hacía hiperventilar.

—Hola.

—?No me digas que es Lucas Potter y su varita mágica! —gritó Matías en el auricular. Me costó no reír—. Pon el manos libres, quiero oírlo. No, mejor FaceTime.

—Ni hablar.

—No seas avariciosa, tengo que verlo.

—Voy a colgar.

—Maya...

Colgué el teléfono y lo dejé sobre el mostrador sin apartar la mirada de Lucas.

—?Interrumpo algo? —me preguntó.

—No, era mi amigo Matías, ya te he hablado de él.

Asintió.

—?Cuándo cierras?

Miré el reloj.

—Ya debería haber cerrado, ?por qué?

Lucas sonrió lentamente y se acercó a mí. Deslizó las manos por mi cintura y se me quedó mirando.

—?Sabes que es viernes y que ni tú ni yo trabajamos esta tarde?

—?Ah, no?

Se mordió el labio y sus dedos juguetearon con el bajo de mi vestido.

—No, y me gustaría invitarte a comer. ?Quieres?

—Me encantaría.

—Después podemos volver a casa y...

Sus manos se colaron bajo mi ropa y su pecho se llenó con una profunda inspiración. El azul de sus ojos se oscureció.

Contuve el aliento.

—?Y?

Inclinó la cabeza y sus labios quedaron suspendidos a pocos centímetros de los míos.

—Seguro que se nos ocurre algo.

Un segundo. Dos. Tres...

Me encantaba ese instante, ese espacio entre nosotros, justo antes de besarnos.





37




Hasta entonces no sabía que se podía ser adicto a otra persona.

Nunca había sentido la necesidad de tener a alguien tan cerca como deseaba tenerlo a él. A todas horas.

Nunca nadie me había hecho sentir esas ganas que me consumían por dentro y me hacían temblar por fuera. Llena de vida.

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