Cuando no queden más estrellas que contar

Iria puso los ojos en blanco y la estrechó con un abrazo. Después se la llevó al encuentro de los sobrinos de Julia.

—Abuela, que me da vergüenza —protestaba Judith.

—Pero si tienen tu edad y son muy simpáticos.

Marco anunció que la cena estaba lista y todos nos sentamos a la mesa, donde había una cantidad ingente de comida.

El ambiente se llenó de voces y risas, del sonido de los cubiertos y el tintineo de los vasos, mientras los platos iban de un lado a otro, pasando de mano en mano. ángela se había sentado a mi lado y no paraba de rellenar mi copa. Cuando descorchó la segunda botella, no me quedó más remedio que alejarla de ella.

Todo el mundo comía, charlaba y contaba anécdotas de gente cuyos nombres ni siquiera me sonaban, pero no me importaba. Me sentía realmente feliz entre todos ellos. Me sentía parte de ellos. Como si aquella hubiese sido siempre mi casa. Mi gente. Mi familia.

Mi mirada se cruzó con la de Lucas mientras terminábamos de comer los postres. Me perdí durante unos segundos en sus ojos y en ese mohín tan gracioso con el que arrugaba la nariz. En la curva burlona de su boca.

Inspiré hondo y traté de prestar atención a lo que me decía Julia. Algo sobre una nueva técnica de corte que le encantaría probar con mi pelo. La miré horrorizada.

Tras la cena, Dante sacó unas botellas de licor y Roi encendió su vieja radio.

Me senté en el sofá de mimbre, entre Julia y sus dos sobrinos.

Catalina bailaba con Dante, y Giulio vino hacia mí con los brazos extendidos. Me resistí todo lo que pude, con una timidez poco habitual en mí, pero acabé cediendo. No podía negarle nada cuando me sonreía de ese modo.

Me dejé arrastrar y me puse en pie. él colocó su mano en mi cintura y con la otra entrelazó mis dedos. Se los llevó al pecho, sobre su corazón. Nos mecimos al ritmo de una melodía y cuando llegó el estribillo me hizo girar varias veces. Sorprendida, me reí con ganas y tuve que sujetarme a sus hombros para no resbalar sobre la hierba.

La canción terminó y yo aproveché la pausa para servirme algo de beber. Hacía calor y el aire húmedo parecía espesarse dentro de mis pulmones. Intenté abrir una botella de refresco, pero el tapón se me resistía. Dante apareció a mi lado y se ofreció a abrirla.

—Gracias.

—Prego —dijo en voz baja—. Ti diverti?

—Es imposible no hacerlo.

Me dedicó una sonrisa y estudió mi rostro con ojos penetrantes.

—Así que trabajarás en la scuola di danza. —Asentí mientras bebía un sorbito, y él a?adió—: Bene, Giulio tendrá más tiempo libre, lo necesita.

Lo miré con curiosidad.

—?Trabaja mucho?

—Sobre todo, en verano. —Suspiró y contempló a Giulio, que daba saltitos con Chiara subida a su espalda—. Nos prometimos que dedicaríamos menos horas al trabajo y más a estar juntos. Il tempo è importante, y más si quieres formar una familia.

Mis ojos volaron hasta él. El corazón me dio un vuelco.

—?Familia?

—Quiero adoptar un ni?o, due, tre... Siempre he so?ado con una familia numerosa.

Se esforzaba por hablarme en espa?ol, cosa que le agradecía. Su acento era un poco diferente al de los demás y a veces me costaba entender ciertas palabras si las decía muy rápido.

—?Y Giulio? —inquirí más seria de lo que pretendía.

—él dice que no tiene... istinto paterno?

—Sí, instinto paternal.

—Ma comincia a cambiare idea.

Tragué saliva, tensa, incómoda y culpable por sentirme así. Porque mi expresión había cambiado y sabía que se me notaba. La idea de que Giulio pudiera tener un hijo me hacía sentir rara. Casi celosa. Y eran emociones horribles.

—Estoy segura de que seréis unos padres estupendos.

—Grazie.

Bebí otro sorbo y observé el jardín.

Todo el mundo se divertía. Unos bailaban, otros reían, y yo trataba de coger aire. De respirar tras la conversación con Dante. Noté un cosquilleo en la nuca. Me giré y descubrí a Lucas mirándome desde el otro lado de la terraza. Nos quedamos atrapados en ese instante. Nuestros ojos enredados. Observándonos con una lentitud mal disimulada.

Comenzó a sonar otra canción. Unos acordes que incluso yo reconocí. Los labios de Lucas temblaron con una sonrisa divertida mientras dejaba su copa en la ventana y venía hacia mí. Mi corazón enloqueció al adivinar sus intenciones. Ni de broma. No sería capaz. ?Acaso no tenía sentido del ridículo?

Empecé a negar con la cabeza y él vocalizó un sí. Me giré para salir corriendo, pero no llegué muy lejos. Me atrapó por la cintura, muerto de risa, y me dio la vuelta. Me reí sofocada cuando mi cuerpo chocó con el suyo.

—No, por favor —gimoteé.

—Vamos, es verano, estás en Italia y suena una canción de Eros Ramazzotti. Algún día echarás la vista atrás y recordarás este momento como uno de los mejores de tu vida.

—Lo dudo.

—Me recordarás a mí.

—Lo dices como si fuese algo bueno.

—?Qué mala eres! —musitó.

Me miró con complicidad. Llevó mis brazos a su cuello y luego su mano presionó la parte baja de mi espalda para acercarme a él. Con la otra mano me acarició la cintura. Empezamos a movernos y mi corazón duplicó su velocidad cuando me estrechó un poco más. Acercó su rostro al mío y sentí la sonrisa de sus labios contra la mejilla. Su aliento en el cuello cuando comenzó a cantar bajito: —Com’è cominciata io non saprei... Ci vuole passione con te, e un briciolo di pazzia... Ricordi la volta che ti cantai. Fu subito un brivido sì...

Eché la cabeza hacia atrás y lo miré, consciente de cada parte de él que se apretaba contra mí. Cada parte de mí que encajaba en él a la perfección. Nos balanceamos, y una cálida tensión se apoderó de mi respiración. Mis ojos se clavaron en su boca.

Era tan ridículo. Tan perfecto. Tan... especial.

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