Cuando no queden más estrellas que contar

—Te han seleccionado. La audición será dentro de tres semanas en Nueva York.

Me recorrió un escalofrío, y no porque las temperaturas se hubieran desplomado los últimos días. Mi sue?o siempre había sido trabajar para Alexei Ratmansky y, desde hacía unos a?os, él coreografiaba para el ABT.

—?Estás de broma?

—No, Maya. Te han elegido. Tienes una oportunidad, cari?o.

Abrí el sobre y saqué la carta. Era cierto. La apreté contra mi pecho y entonces pensé en la compa?ía. Iban a ascenderme a bailarina profesional y había trabajado muy duro para conseguirlo. También pensé en Antoine, y en las pocas posibilidades que una relación como la nuestra tendría con tanta distancia de por medio.

Y pensé en mi abuela...

No, ella no me lo permitiría. Jamás me dejaría marchar.

—No puedo, Fiodora.

—Puedes, Maya. Y debes. Supera esa audición y vete a Nueva York. Vuela, cari?o.

—?Y cómo voy a costearlo todo?

—No te preocupes por eso.

La miré a los ojos, sin disimular la desesperación que se apoderaba de mí al enfrentarme a esa indecisión. Al quiero y no puedo. Al puedo y no sé si quiero. Me aterraba la sensación de caminar pendiendo de un hilo, porque así me sentía ante la simple idea de cambiar algo en mi vida. Y esta vez no se trataba solo de algo. Cambiaría mi futuro y mi vida en su totalidad.

—Pero...

—Pero nada, eso ya está solucionado. ?Tienes el pasaporte en regla?

—Sí.

—Pues ahora solo queda preparar las coreografías que vas a interpretar.





Tres semanas después.

—Lo estás arruinando todo —gritó Olga.

—Solo es una audición, y es casi imposible que me cojan.

—?Y para qué perder el tiempo entonces? Aún podrías ir con la compa?ía a Sevilla. Tu primera actuación como primera bailarina. Por Dios, Maya, recapacita.

Negué con un gesto, suplicándole con la mirada que me entendiera. Que por una sola vez se pusiera de mi parte.

—Natalia está de acuerdo con que haga esto. Se alegra por mí y me apoya.

—Por supuesto, a ella qué más le da. Si no eres tú, encontrará a otra.

—No voy a perder mi trabajo si no sale bien.

Me taladró con sus fríos ojos.

—?Y si sale bien?

No me atreví a responder. No podía decirle que, si me aceptaban en el ABT, me marcharía de Madrid sin mirar atrás. Desaparecería de su vida para siempre y por fin tendría la mía. Solo mía.

Agarré la maleta y me dirigí a la puerta.

—Maya, te prohíbo que salgas de esta casa.

No me volví.

—No se te ocurra marcharte. Lo estás echando todo a perder.

Giré el pomo y abrí.

—Maya, no puedes hacerme esto. Ahora no. Me lo debes.

Cerré la puerta a mi espalda y no me detuve.

Esta vez iba a ser valiente.





Un mes más tarde.

Tres días antes de Nochebuena.

—Acaba de traerla el cartero —dijo Matías al teléfono.

El corazón se me disparó. Me ajusté el auricular. El tráfico a esas horas era muy intenso y casi no podía oír nada.

—?Te refieres a...?

—La respuesta del ABT.

Empecé a hiperventilar.

—?La has abierto?

—Claro que no. Debes hacerlo tú.

—?Por qué no envían un e-mail como todo el mundo? —gimoteé.

—Pues a mí me gustan estas tonterías tan formales. Las cartas, los membretes... Quedan bien.

Esquivé a un tío en bicicleta que se había subido a la acera, y le mostré mi dedo corazón cuando me increpó por cortarle el paso.

—Gilipollas.

—?Acabas de insultarme? —inquirió Matías.

—?A ti no! A un imbécil que casi me atropella. —Doblé la esquina y continué zigzagueando entre la gente—. Estoy muy nerviosa, Matías.

—?Y crees que yo no? Vamos, nena, mueve ese culazo y ven ya. Hoy vamos a abrir ese puto champán que guardo desde la Prehistoria.

Rompí a reír.

—?Vas a abrir tu Mo?t por mí?

—Solo por ti. Eres mi mejor amiga.

Se me encogió el corazón. ?Cómo quería a ese idiota engreído!

Me detuve en la acera, frente al paso de cebra, y clavé los ojos en el hombrecito rojo.

—Estoy llegando a la parada del autobús.

—?Joder, me va a dar un infarto! —exclamó.

—?Nueva York! ?Te imaginas?

La risa de Matías me calentó el pecho.

El semáforo cambió de color y yo empecé a cruzar.

Lo vi venir, pero pensé que se detendría.

No lo hizo.

Oí los gritos. El chirrido de unos frenos. Y sentí el golpe.

Mi cuerpo voló por los aires.

Después, nada.





32




El sábado me levanté temprano. Había pensado en coger el autobús hasta Nápoles y buscar una tienda especializada donde comprar unas zapatillas y algunas prendas cómodas para las clases que comenzaría a dar el lunes siguiente. También era la excusa para hacer algo diferente y conocer otro lugar.

Después de ducharme, me puse una falda larga blanca y un top a juego. Me recogí el pelo en una coleta alta y me maquillé un poco. Solo rímel, polvos bronceadores y un gloss con sabor a fresa.

Al salir del ba?o, me topé con Lucas.

Sus ojos eran dos rendijas, que apenas mostraban una peque?a línea azul, y su pelo, una mara?a que apuntaba en todas direcciones. Solo llevaba puestos unos calzoncillos, que evité mirar a toda costa. Parpadeó al verme, aún medio dormido.

—?Trabajas los sábados? —me preguntó con la voz ronca.

—No.

—?Y qué haces levantada tan temprano?

—Voy a Nápoles.

—?A Nápoles? ?Cómo vas a ir hasta allí?

—En bici.

Sus ojos se abrieron de golpe y me miró muy despierto.

—??En bici?! No puedes ir en bici.

Continuábamos parados en el vano de la puerta y él no se movía. Rompí a reír, no sé si por la expresión de su cara o porque tenerlo tan cerca sin ropa me ponía nerviosa.

—?Voy en autobús, Lucas! ?En serio has creído que iría pedaleando?

—Contigo no sé qué esperar, la verdad.

Lo fulminé con la mirada y lo empujé en el pecho para que me dejara pasar. Me dirigí a la cocina.

—Yo te llevo a Nápoles —dijo él a mi espalda.

Me detuve y lo miré por encima del hombro.

—?No trabajas?

—No vuelvo hasta el lunes. Yo te llevo —insistió.

María Martínez's books