Cuando no queden más estrellas que contar

Promesas de amor. De reencuentro.

Romeo se aleja y Julieta permanece, rota de dolor.

Fin del acto.

El aula se llenó de aplausos y Giulio corrió hacia mí. Me levantó del suelo con un fuerte abrazo. Se lo devolví con los ojos cerrados y lo apretujé. Notaba las lágrimas bajo los párpados y una emoción que no me dejaba respirar. Me costó un mundo soltarlo. Quería quedarme allí para siempre, con su corazón latiendo contra el mío.

—Mia cara —dijo Giulio de repente y me dejó en el suelo—. ?Has visto qué maravilla? Tenía razón sobre ella.

Me giré y vi a Dante en la puerta del aula, desde donde me observaba con los brazos cruzados sobre el pecho. Su mirada me abandonó para posarse en Giulio y en su rostro se pintó una sonrisa.

—è stato bellissimo, amore.

—?Has terminado en el restaurante?

—Sì, andiamo a casa.

—Bene, hoy estoy cansado —respondió Giulio, mirándome—. Maya, ?vuelves con nosotros a la villa? Así podremos seguir hablando.

Rechacé su invitación con un gesto tímido. No quería molestarlos. Además, no me sentía muy bien conmigo misma. La sensación de estar haciendo algo malo me perseguía como una penitencia. Entonces, mi mirada se cruzó con la de Dante. Sus labios se curvaron con una peque?a sonrisa, amable y franca.

—Andiamo, ven con nosotros.

—?Y mi bici?

—La colocaremos en el maletero.

—Vale —susurré.





30




Cuando llegamos a la villa, Giulio me propuso pasar un rato más en el jardín. Parecía emocionado por haber encontrado a alguien con quien compartir la pasión que sentía por el ballet. Y yo habría hecho cualquier cosa que él me hubiera pedido.

Nos sentamos en la terraza, con el sol a punto de desaparecer en un horizonte te?ido de naranja. La brisa mecía las ramas de los árboles y entre la hierba comenzaban a cantar los primeros grillos.

Dante nos trajo unas bebidas y algo de picar, y regresó adentro para preparar la cena. Después, Giulio no paró de hacerme preguntas sobre mi carrera y los lugares en los que había estudiado, y yo se lo conté todo.

Le hablé de mis a?os en el conservatorio. De la beca que logré a los catorce para hacer un curso de verano en la Escuela de Ballet de la ópera de París. De la que conseguí a los diecisiete para continuar mis estudios en Londres. De cómo me convertí en aprendiz del Royal Ballet y me gradué en la Escuela Nacional Inglesa a los veinte, tanto en danza clásica como en contemporánea. También de mi regreso a Espa?a y mi ascenso en la compa?ía. De lo importante que fue para mí que el ABT me llamara y lograr esa plaza que nunca pude ocupar.

Por último, le hablé del accidente y del alcance de sus secuelas.

—Es una lástima que una carrera profesional tan prometedora se trunque, pero aún puedes bailar. No has perdido esa libertad —comentó él mientras hacía girar un botellín de cerveza con los dedos.

—Antepuse la danza a todo y sin ella no soy nada. No soy nadie.

Sus ojos volaron hasta los míos y me observó como si intentara ver qué era eso que no funcionaba dentro de mí.

Me había prometido a mí misma dejar atrás ese tema, no darle más vueltas. ?De qué sirve quedarse atascado en algo que no podrá ser? Sin embargo, las palabras habían salido solas. No sé si buscaba consuelo o comprensión. O si solo era una necesidad visceral de compartir con él cada trocito de mí.

—En primer lugar, sigues teniendo la danza, solo has dejado atrás una élite que no siempre aporta cosas buenas. Ahora, simplemente eres tú. Y eso es todo lo que necesitas, Maya. Ser tú.

—Pero es que no estoy preparada para otra cosa.

Giulio alargó la mano y me retiró la melena de la cara. Después puso un dedo bajo mi barbilla y me obligó a mirarlo.

—?Por qué esa obsesión?

Me encogí de hombros, un poco avergonzada.

—Porque cuando bailaba dejaba de ser invisible y... —Se me llenaron los ojos de lágrimas y lo solté sin más—: Me querían.

Giulio suspiró sin dejar de mirarme.

—Maya, si te querían por lo buena que eras en un escenario, esas personas nunca te han querido de verdad. Y no eres invisible, porque yo puedo verte. Eres una chica preciosa con un talento infinito y toda una vida por delante. Has perdido un sue?o, y es horrible; pero la vida está llena de ellos y encontrarás otro. Puede que sea más modesto, pero también puede que te haga mucho más feliz.

—?Y si no lo encuentro?

—Lo harás, pero antes debes aprender que no se puede vivir buscando la aceptación de los demás y, mucho menos, la de personas que miden lo que vales por lo perfecto que sea tu grand jeté o cuántos dobles seguidos puedas hacer. —Enmarcó mi cara con sus manos—. Quiérete por lo que eres hoy, y ma?ana haz lo mismo. Así es como se sigue adelante. ?De acuerdo?

—Sí.

—Vas a encontrar un montón de personas que te querrán sin condiciones. Nosotros ya lo hacemos —dijo con una sonrisa preciosa.

Asentí de nuevo y él se inclinó para secarme las lágrimas con los pulgares. Después me abrazó y yo me aferré a su camiseta con los pu?os. Me separé de él con reticencia y me llevé el botellín a los labios para aflojar el nudo que tenía en la garganta.

El sol casi se había puesto y dentro del edificio olía a comida recién hecha. Los dos gatos que siempre rondaban por allí aparecieron caminando por el muro y saltaron al jardín.

Miré a Giulio, mucho más tranquila.

—?Y qué hay de ti? ?Cuándo creaste la escuela? —pregunté; había tantas cosas que quería saber de él...

—Esa escuela pertenecía a la mujer que me ayudó a descubrir que yo tenía algo de talento para el ballet.

—Yo creo que tienes muchísimo talento.

María Martínez's books