Cuando no queden más estrellas que contar

Y no lo decía por quedar bien, ni como un halago frívolo. Durante esos minutos que había bailado con él, lo vi brillar como una estrella. Sus aptitudes eran innatas, y la simple idea de haber heredado solo un poquito de él me hacía sentir muy especial. Una conexión.

—Gracias, Maya. —Soltó un suspiro e hizo girar su botellín de cerveza entre los dedos—. Fue mi hermana la que empezó a dar clases de ballet en esa escuela, dos días a la semana después del colegio. Yo me encargaba de recogerla. Casi siempre la esperaba en la calle, pero un día entré y... ?todo cambió! —Me miró a los ojos—. Nicoletta, que así se llamaba ella, vio algo en mí. Me ense?ó todo lo que sabía y me ayudó a entrar en la Escuela de Ballet del Teatro de San Carlos en Nápoles, una de las más prestigiosas. Cursé estudios superiores. —Me se?aló con un gesto y alzó las cejas—. Estuve en Espa?a un verano y ese mismo a?o entré en el Ballet de la ópera de París.

—?En serio?

—Oui, mademoiselle; allí trabajé hasta los veintiséis y ascendí a primer bailarín. Después, el Ballet del Bolshói me hizo una oferta y pasé con ellos tres a?os. Luego abandoné mi carrera.

—??Por qué?! —inquirí atónita.

No lo entendía; esas dos compa?ías estaban entre las cinco más importantes de todo el mundo, iba camino de lo más alto. De una consagración.

—?Quieres la respuesta sincera o la que doy a los que me miran como tú me estás mirando ahora mismo? No me volví loco, Maya.

Me ruboricé y bajé la mirada.

—La respuesta sincera.

—Me pudo la presión. Demasiada responsabilidad, mucho trabajo, sin más vida que las clases, los ensayos, las giras... No estaba hecho para eso. —Se puso muy serio y sacudió la cabeza—. Además, aunque pueda parecer lo contrario, ser gay en este mundo tampoco es fácil, y mucho menos en Moscú. Incluso para un extranjero como yo. Por aquel entonces ya conocía a Dante, me había enamorado y él era todo mi mundo. —Su rostro se iluminó—. Lo sigue siendo.

—Entonces, ?lo dejaste todo por amor?

—Fue una parte importante, sí. él estaba aquí, yo allí. No podíamos vernos mucho y mi trabajo no lo compensaba. También estaba cansado. —Suspiró—. Muy cansado.

—Y regresaste.

—Regresé y ayudé a Dante a montar el restaurante. él me ayudó a mí con mi negocio de buceo...

—?Tienes una empresa de buceo? —pregunté sorprendida.

—Sí, ?no lo sabías? —Negué con la cabeza—. Es un proyecto peque?o, solo tengo un par de barcos y cuatro instructores, pero estamos creciendo. La inmersión me ha gustado desde siempre.

—?Y la escuela?

—Cuando regresé, Nicoletta ya estaba enferma. La escuela era su vida y yo sabía que perderla la hundiría. La ayudé a mantenerla abierta, se lo debía. Cuando murió, descubrí que me la había cedido en su testamento. No he podido desprenderme de ella, y no creo que pueda nunca. Sigo amando el ballet, esa es la verdad.

—Me ha gustado bailar contigo.

—A mí también —susurró con una sonrisa. Frunció el ce?o y me observó con más atención—. ?Cuánto tiempo vas a quedarte?

Se me aceleró el corazón por la pregunta.

—No estoy muy segura, depende... ?Por qué lo preguntas?

—No suelo cerrar la escuela durante el verano, porque casi es una guardería. Este pueblo vive del turismo, muchos padres trabajan en la hostelería y no saben qué hacer con sus hijos.

—?En serio?

—Sí, pero a mí no me importa. —Se pasó la mano por la mandíbula y después, por la nuca. Inspiró con fuerza—. ?Te interesaría dar clases en la escuela? Tengo algunos ni?os con buenas aptitudes y mucho potencial, y aprender contigo les ayudaría.

—Pero ya trabajo en la floristería.

—Por las ma?anas —me recordó—. En la escuela solo sería un par de horas, tres tardes a la semana, y te pagaría, por supuesto.

—Nunca he ense?ado, no tengo formación en ese sentido.

—Tienes mucha experiencia y sabes cómo se siente un alumno, es más que suficiente.

—No sé qué decir.

—?Sí?

Rompí a reír y él se contagió de mi risa.

—Vale, podemos probar.

—Podemos —repitió con su mirada enredada en la mía—. Es increíble, ?verdad?

—?Qué?

—?Esto, tú y yo! —Chocó su botellín con el mío—. Que nuestras vidas hayan sido tan parecidas y que nos hayamos conocido. Que estemos aquí y ahora, compartiendo cosas que muy pocos comprenden. ?Esta casualidad!

Forcé una sonrisa y asentí. Empecé a sentirme realmente mal. No estaba allí por una casualidad y no confesarlo me hacía sentir miserable. Mi silencio tenía el mismo peso que una mentira.

—Giulio...

—?Sí?

Tenía las palabras en la boca, pero el miedo se transformó de nuevo en una mordaza que me impedía hablar. Semanas atrás, había llegado allí sin nada que perder. Ahora tenía la sensación de que podía perderlo todo, aunque nada me perteneciera.

—No importa.

Guardamos silencio y contemplamos muy quietos cómo el sol desaparecía por completo en el horizonte.

—Dicen que el pasado está hecho de recuerdos y que el futuro nace de los sue?os —susurró él de repente—. Lo que ya ha ocurrido no se puede cambiar y lamentarse por ello es una pérdida de tiempo. Y quién sabe lo que está por venir. Nadie, te lo aseguro.

Ladeé la cabeza y contemplé su perfil.

—?Y el presente?

Sonrió para sí mismo.

—El presente se compone de instantes, Maya. —Su mirada se cruzó con la mía y me tomó de la mano—. Céntrate en los momentos, en las peque?as cosas de cada día, y vívelas con el corazón. Sue?a con el ma?ana y no te escondas del pasado. Porque estamos hechos de recuerdos, mia cara. Es lo que somos.

Asentí y bajé la mirada. Mis ojos se encontraron con las huellas que me recorrían la pierna. Coloqué la mano en el muslo y la dejé allí. Poco a poco la moví, vacilante y temblorosa. Alcancé el borde de la cicatriz y la rocé con la punta del dedo. Tragué saliva al notar la suavidad de la piel en esa zona. No esperaba que tuviera ese tacto. Estiré los dedos y la toqué con más firmeza, mientras los recuerdos volvían a mi mente como si alguien hubiese vaciado una tina de ellos dentro de mi cabeza.

Y lo hice, me enfrenté al pasado con los ojos abiertos. Sin culpa ni remordimientos que ya no tenían cabida.





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