Cuando no queden más estrellas que contar

—Voy a vestirme —fue lo único que dije, cuando en mi mente los pensamientos se atropellaban unos a otros.

Entré de nuevo en el ba?o. Me senté en el borde de la ba?era y tragué con esfuerzo el nudo que se me había hecho en la garganta.

Ahora no dejo de preguntarme si hice lo correcto al mantenerme en un segundo plano. Si las cosas habrían pasado de otro modo si yo hubiera dicho todo lo que pensaba en lugar de guardar silencio.

Ahora pienso en todos los detalles que decidí ignorar. En que lo dejé caminar solo, sin rumbo, cuando quizá me necesitaba como brújula. Pero ?cómo podía guiarlo cuando yo misma estaba tan perdida?

Ahora me doy cuenta de que debía suceder. Ilusos, creíamos que caminábamos en la misma dirección, cuando en realidad solo nos movíamos de forma paralela. Y hay una gran diferencia. La perspectiva no nos dejaba ver nuestro verdadero rumbo, ese que nos alejaba, que nos empujaba a extremos opuestos.





50




Al contrario de lo que en un principio parecía, el padre de Lucas empezó a recuperarse. Pocos días después de nuestra llegada a Madrid, abandonó la UCI y lo trasladaron a una habitación en el área de cardiología. Aún debía seguir monitorizado y con vigilancia continua; necesitaba ayuda para casi todo, y Lucas comenzó a pasar más tiempo en el hospital.

él no hablaba mucho sobre su familia. Al menos, no conmigo.

En realidad, creo que ni siquiera hablaban entre ellos de casi nada. Era como si hubieran llegado a un acuerdo tácito para dejar atrás el pasado y empezar de nuevo. Sin embargo, comenzar desde cero cuando las heridas aún escuecen y las palabras queman, cuando los errores pesan y la confianza no es más que un conjunto de sílabas, es peligroso.

Las partes feas no desaparecen si miras a otro lado. Las equivocaciones no se borran con goma. Lo que se guarda ocupa un espacio limitado y acaba por desbordarse. O puede que no, y esa posibilidad es aún peor. Entregarte a la inercia. Cerrar los ojos, taparte los oídos y morderte la lengua, hasta que olvides cómo funcionan esos sentidos y los otros terminen por diluirse como niebla en el viento.

Hasta que tu vida deje de pertenecerte y otros la dicten.

Entonces, desapareces.

Yo podía verlo, los bordes de Lucas desdibujándose, un poco más cada día.

Y me quedé mirando cómo se desvanecía. Inmóvil. Con mi propio cuerpo deshaciéndose como un dibujo de tiza bajo la lluvia.





51




Intentaba cerrar sin mucho éxito la cafetera italiana cuando Lucas apareció en la cocina. Se detuvo a mi espalda y noté sus labios en mi hombro.

—?Te ayudo con eso?

Me hice a un lado para dejarle espacio.

—Sí, por favor.

La última palabra casi se me atragantó al ver cómo iba vestido.

Llevaba un traje gris oscuro con camisa azul y se había peinado con algún tipo de fijador que mantenía sus ondas rebeldes a raya. No parecía él, eso fue lo primero que pensé; y, al mismo tiempo, llevaba esa ropa con tanta soltura como si hubiera nacido con ella.

Lo observé mientras él ajustaba la cafetera y la ponía al fuego. Por lo que me había explicado la noche anterior, esa ma?ana iba a acudir a una notaría con el abogado de su padre, para firmar unos poderes que le permitirían llevar a cabo en su nombre unas gestiones relacionadas con la empresa que no podían esperar.

Iba a ser algo puntual, solo por unos días. Asistiría a un par de reuniones, firmaría algunos documentos y se aseguraría de que todo seguía funcionando correctamente en la empresa. Su padre se lo había pedido y él no había podido negarse al verlo en un estado tan delicado. Ya conocía el funcionamiento del negocio y era la opción más sensata.

—Deja de mirarme así —habló de repente, sobresaltándome.

—No te miro.

Se volvió y apoyó la cadera en la encimera. Sonrió.

—?Tan raro estoy?

—Llevas la ropa planchada, es antinatural.

—A mi madre le daría un ataque si te oyera.

—Imagino que a tu madre le daría un ataque solo con verme.

Se echó a reír y me abrazó. Yo me dejé hacer. Me encantaba tenerlo cerca. Tocarlo. Besarlo... Todas esas cosas que últimamente casi no hacíamos, porque apenas nos veíamos. Y cuando conseguíamos algo de tiempo juntos, nada era como antes entre nosotros. No era como en Sorrento. Lucas hablaba menos, reía menos. Su carácter se enfriaba poco a poco, se volvía más introvertido.

Y yo...

Yo solo podía pensar que echaba de menos lo que habíamos sido.

No era capaz de ver lo que seríamos.

Y no tenía ni idea de lo que éramos.

Me dolía sentirme de ese modo. Tener tales pensamientos. No hacer nada al respecto. Porque no lo hacía y no tenía ni idea de cuál era el motivo que me frenaba.

Horas más tarde, Lucas me escribió para avisarme de que comería fuera con el socio de su padre y que después iría al hospital. Una parte de mí se enfadó con él. Sabía que era injusto, pero las emociones no se pueden controlar. Nacen, crecen, se extienden como raíces que se alimentan de ti y te rodean. Puedes fingir no sentirlas. Convencerte de que no existen, pero eso no las hará desaparecer. Son sombras con vida propia. No importa cuánto corras, cuánto trates de alejarte, siempre estarán ahí, pegadas a tus pies. Las proyectarás incluso en los días nublados.

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