Cuando no queden más estrellas que contar

—Quizá no quiera volver —dije en voz baja.

Lo miré a los ojos sin ocultar mi desazón. Tampoco podría haberlo evitado, porque ya no era capaz de esconder lo que sentía, y menos a él. Ya casi no me reconocía. Ya no era la misma persona que tres meses atrás. Me había acostumbrado a dejarme llevar. A permitir que sucediera. A que mi instinto tomara las riendas y los deseos marcaran mi ritmo. Me movía por impulsos y se me olvidaba pensar en el ma?ana. Me limitaba a vivir los instantes. A volar alto. Puede que demasiado.

—?Sabes? —susurré. Matías me miró de reojo—. Encontré mis alas.

—Nunca las perdiste.

Se me escapó una peque?a risita al comprobar, una vez más, que no había nada que él no supiera de mí. Que recordaba todas las locuras absurdas que le había ido contando a lo largo de los a?os.

—Ahora siento que se rompen.

—Tú volarías hasta con las alas rotas, Maya. Pero si te sirve de algo, todo lo que se rompe puede remendarse.

—?De verdad?

—Claro que sí, tonta. Mi punto de cruz es la hostia, yo me encargo.

Me miró y yo lo miré. Rompimos a reír. Así de fácil. Porque sabía que lo decía en serio, él nunca permitiría que yo me estrellara contra el suelo. Sus brazos siempre estarían allí un segundo antes.





47




Me desperté al notar su cuerpo deslizándose entre las sábanas. Su mano se coló bajo mi camiseta y la posó en mi estómago. Tiró de mí hacia él y mi espalda encajó en su pecho. Inspiró con la nariz entre mi pelo y dejó salir el aire muy despacio.

—Hola —susurré.

—Hola.

—?Qué hora es?

—Casi las nueve.

Cerré los ojos otra vez y su abrazo me ci?ó más fuerte.

—?Cómo sigue?

—Igual. —Suspiró—. Una enfermera me ha dejado entrar a verlo en el cambio de turno. No... no esperaba encontrarlo así, ?sabes? Tan... tan hecho polvo. Parece que ha envejecido diez a?os.

—?Tú estás bien?

—Se ha emocionado al verme.

Me di la vuelta y lo miré en la penumbra. Deslicé el pulgar por su cara, como si así pudiera borrar las ojeras que le oscurecían la mirada.

—Eso es bueno, ?no?

—Supongo que sí —musitó.

Me abrazó y apretó los labios contra mi frente. Yo disfruté de su cálido roce y del latido de su corazón en la palma de mi mano. Una sensación plácida, que me hacía sentirme adormilada. Cerré los ojos.

—He visto a Claudia, se ha pasado por el hospital.

Mis párpados se abrieron de golpe y contuve la respiración. Sus palabras me habían provocado un escalofrío y una punzada en el estómago. El silencio se alargó y yo no sabía qué decir, ni si él esperaba que comentara algo al respecto. Entonces, Lucas a?adió: —Ha sido muy incómodo. Se ha puesto a llorar y a pedirme perdón delante de todo el mundo. No me ha quedado más remedio que salir con ella al pasillo para que dejara de molestar. Aunque allí ha continuado dando un espectáculo y al final he tenido que prometerle que hablaríamos.

—?Y vas a hablar con ella?

—Le he puesto como condición que me dé tiempo.

Eso era un sí. Lucas solo me había hablado una vez de su ex. Lo hizo una tarde de julio, dentro de una ba?era llena de agua fría. Un relato escueto y conciso, pero no necesité más para darme cuenta de que esa chica se había pasado la vida manipulándolo, forzando sus sentimientos. Aprovechándose de él en tantos sentidos que al final lo había consumido. Lo había roto.

Dos a?os después, solo había necesitado un poco de drama para conseguir que él cediera a sus ruegos. Esa facilidad me asustaba.

—Si es lo que quieres...

—Es lo último que quiero, Maya, pero quizá mi hermana tenga razón y hablar con Claudia sea lo correcto.

Otra luz de alarma se iluminó en mi cerebro.

—?Tu hermana te ha dicho eso?

—Dice que Claudia y yo nunca rompimos en realidad, porque yo me negué a verla después de saber que el ni?o no era mío, y luego me largué. Piensa que ambos necesitamos quitarnos ese peso de encima, y es posible que tenga razón y este sea el momento.

Me costaba respirar. Me ahogaba. De repente, perder a Lucas se convirtió en un miedo real y ese pánico me hizo darme cuenta de lo mucho que había llegado a importarme.

—Visto así, tiene sentido.

—?De verdad lo crees?

—Bueno, solo quiere disculparse y pedirte perdón. Puedes escucharla y después reafirmarte en la decisión que tomaste hace dos a?os, si eso te hace sentir mejor. Porque... ella ya no te importa, ?verdad?

—Claro que no, Maya —dijo sin vacilar. Se inclinó y me besó en los labios—. No tengo ninguna duda, y menos ahora que la he visto. No siento nada por ella. Nada.

—?Nada de nada?

Sonrió y se colocó de espaldas, arrastrándome consigo. Yo me acurruqué con la cabeza sobre su pecho, mientras él deslizaba los dedos por mi pelo.

—Enfado, resentimiento... Eso aún lo siento, pero no como antes, y perdonarla puede que me ayude a deshacerme también de ese malestar. Me lo quitaré de encima y entonces ya no quedará nada.

—Vale.

Y quise creerlo de verdad, que fuese tan sencillo como él lo hacía parecer. Sin embargo, una vocecita había aparecido en mi cabeza, susurrándome cosas que no quería oír.

—Me alegro de que hayas venido conmigo —musitó poco después, con el sue?o enredándose en sus palabras.

—Cómo iba a dejarte solo, somos amigos.

Dejé caer esa piedra a sus pies. Lo hice a propósito, porque necesitaba ver si tropezaba o saltaba por encima. Porque no sabía qué era yo para él, qué significaba, y mi cobardía me impedía preguntarle directamente. Si lo hacía, podía ser que su respuesta se convirtiese en un disparo directo a mi corazón. Podía ser que me viera obligada a confesar mis propios sentimientos y la simple idea de exponerme de ese modo me paralizaba.

—Lo somos —respondió.

María Martínez's books