Enlacé mi brazo con el suyo y tiré de él en dirección contraria a su casa.
—No necesitas ponerte guapo, ya lo eres.
Empezó a reír y me siguió obediente. Con Matías las cosas siempre eran sencillas, cómodas y familiares. No importaba que hubiesen pasado tres meses desde la última vez que nos habíamos visto, el tiempo solo era un concepto ajeno a los sentimientos y las sensaciones que nos unían.
Entramos en un bar de tapas y bocadillos y nos acomodamos en una de las mesas. Pedimos varios platos para compartir y cerveza sin alcohol. El tintineo de los cubiertos y los vasos, junto con las voces de los otros comensales y la televisión de fondo, me resultó tan cercano y conocido que noté un nudo en el estómago. Un nudo agridulce. Me alegraba estar de vuelta, pero me entristecía sobremanera darme cuenta de que ya no lo consideraba mi casa.
—Bueno, cuéntame, ?cuándo comenzáis la gira, ya tenéis fechas? —le pregunté.
Asintió mientras se llevaba el vaso a los labios y daba un sorbo.
—A principios de noviembre. Comenzaremos en Londres y sí, hay muchas fechas. Más de las que se esperaban. Así que vamos a pasar bastante tiempo fuera de Madrid.
—No pareces contento.
Y no lo decía por decir, parecía la fatalidad personificada.
—Estoy contentísimo, te lo aseguro —me rebatió con un asomo de sonrisa. Entonces, se ruborizó como un ni?o, y Matías no solía ruborizarse por nada—. Es que he conocido a alguien y me jode marcharme justo ahora.
Me atraganté con un trozo de espárrago y empecé a toser. Lo miré con los ojos muy abiertos.
—?Qué? ?A quién?
—Se llama Rubén y no tenemos nada en común, absolutamente nada; pero me gusta un montón.
—?Cuándo os conocisteis?
—Hará unas tres semanas.
Fruncí el ce?o, haciéndome la indignada, y le lancé una servilleta arrugada.
—?Tres semanas! ?Y no me has dicho nada hasta ahora?
—?Joder, Maya, es que me da miedo gafarlo!
—Pues sí que te gusta.
—Es perfecto, y está tan seguro de sí mismo que me siento un crío cuando estoy con él. —Rompí a reír, porque era gracioso verlo tan ilusionado—. Te juro que nunca me había pasado nada igual.
—Háblame más de él.
—Tiene veintinueve a?os y es guapísimo. Trabaja en una asesoría, pero lo que le gusta es la música. Ha montado un grupo con unos amigos. Es el bajista.
—?Qué tipo de música hacen?
—Hardcore. —Se me escapó una carcajada y me llevé la mano a la boca—. No te rías. Hace un par de noches fui a uno de sus ensayos y... ?Dios! Me quise morir.
No podía dejar de reír. Matías solo escuchaba música clásica y de relajación, y tenía un montón de listas con sonidos de la naturaleza para poder dormir.
Matías continuó hablando. Me contó cómo había sido su primera cita, y ese primer beso que no llegó hasta la tercera. Se lo estaban tomando con calma, sin prisa, conociéndose primero con la mente y el corazón, y a ratos con el cuerpo. Me encantaba verlo tan emocionado. Era la primera vez que se sentía así de bien con otro chico y yo me alegraba tanto por él... Aunque no podía evitar un poco de miedo. No quería que nadie le hiciera da?o. Era mi ni?o.
Después de cenar, deambulamos durante un rato por las calles. Matías apretaba mi mano entre la suya y deslizaba el pulgar sobre mis nudillos. Sonreí al rememorar otros paseos juntos. Era algo que siempre nos había gustado hacer, caminar en silencio porque no teníamos la necesidad de llenarlo con palabras. Nos entendíamos a niveles que muy poca gente compartía y, a veces, solo nos bastaba el contacto de nuestras manos, una mirada fugaz o una inspiración un poco más brusca para leer en el otro como en un libro abierto.
—?Vas a contármelo? —me preguntó al cabo de un rato.
Lo miré de reojo.
—Tú tenías razón, debí decírselo nada más llegar. Hice mal callándome y ahora se ha estropeado todo.
Matías se detuvo y se plantó frente a mí. Sus ojos se clavaron en los míos. Me estudió durante unos segundos y después me atrajo a su pecho con un abrazo.
—?Joder, mi ni?a, lo siento mucho!
—He metido la pata hasta el fondo, Matías.
—Seguro que puede arreglarse.
—No creo...
A nuestra espalda había un peque?o parque infantil y Matías me condujo hasta un banco. Nos sentamos muy juntos y él me rodeó los hombros con el brazo.
—Venga, cuéntamelo todo.
Y eso hice. Le hablé de Dante y sus celos infundados. De cómo Giulio había aparecido en el piso y oído la conversación. Lo mal que se había tomado todo lo que yo le revelé después. La intensidad de su rechazo y su negativa rotunda a pensar en ello, a considerarlo siquiera.
—Tendrías que haberte quedado allí, Maya.
—?Para qué? él no quiere saber nada.
—?Pues que se joda! —exclamó enfadado—. Se folló a tu madre y nueve meses más tarde naciste tú. Puede que no sea tu padre, pero también puede que sí. La posibilidad existe, que apechugue con ella.
—No puedo obligarlo, y menos a estas alturas.
—Ya sé que no puedes obligarlo, pero... ?Mierda! Tienes derecho a exigírselo y, si finalmente resulta que no, pues nada, cada uno a lo suyo. Y si es que sí...
—No es tan sencillo —lo corté.
—Ya lo sé, pero debiste quedarte allí e intentarlo porque, en el fondo, tú no has hecho nada malo, Maya.
—Es posible, pero me agobié y... —Suspiré—. Tampoco podía dejar a Lucas solo. —Matías frunció el ce?o y luego puso los ojos en blanco—. No es una excusa. Si supieras todo lo que yo sé sobre él, lo entenderías. No te haces una idea de cómo es su familia, y él haría lo mismo por mí.
—?Y qué pasará cuando Lucas solucione sus problemas aquí y decida volver?