Cuando no queden más estrellas que contar

La decepción clavó sus garras heladas en mi pecho. Y lo sentí. El amor. El dolor. Una ansiedad horrible y una inseguridad que me hizo sentirme muy sola.

La respiración de Lucas se volvió profunda, tranquila. Sus manos se quedaron flojas sobre mi cuerpo. Las mías se aferraron al suyo y así me quedé dormida.





48




Pasé quince minutos debatiéndome entre abrir el mensaje de Mónica o no abrirlo. Me daba miedo lo que pudiera encontrar. La culpa y los remordimientos que sentía tampoco me ayudaban. Había hecho las cosas mal. Había metido la pata hasta el fondo con Giulio y Dante. Había huido de todo y de todos sin dar la cara ni mirar atrás.

?Qué decía eso de mí? ?Que eres humana?, me repetía Lucas siempre que yo sacaba el tema.

No me consolaba. Sentía que la vida me había puesto a prueba y que yo no había dado la talla. No había asumido las consecuencias de mis decisiones, y es que las personas sufren por las cosas que decimos, pero también por las que callamos. Incluso por las que no hacemos y evitamos, así que abrí el mensaje.

Se me hizo un nudo de emoción en la garganta. Solo encontré las palabras de una amiga preocupada por Lucas y por mí, que esperaba que todos los problemas se solucionaran lo antes posible para que pudiéramos volver a casa.

Casa.

Esa palabra me dolía como si algo punzante me atravesara el pecho.

También me enviaba saludos y buenos deseos de parte de Catalina, Marco y todos los demás. Me sequé las lágrimas con la manga de mi jersey. Supuse que entre todos esos saludos no se encontraban los de Giulio y Dante. Albergar esa esperanza era infantil por mi parte. Aunque sí me llevó a pensar que lo ocurrido entre nosotros tres no había trascendido. No sabía si esa posibilidad me tranquilizaba o no. Una parte de mí deseaba que todo explotara, que todo se supiera para quitarme de encima el peso que me aplastaba. Sin embargo, era incapaz de dar el paso yo misma.





49




Acababa de salir de la ducha cuando oí que llamaban al timbre. Descolgué el albornoz que colgaba de la puerta y me lo puse a toda prisa. Lucas aún dormía y no quería que se despertara. Giré el pomo y la voz de una mujer llegó hasta mí.

—Solo he venido a verte.

—Claudia, te he pedido tiempo —dijo Lucas en tono nervioso.

—Lo sé, pero han pasado dos a?os, ?no crees que es tiempo suficiente?

—No puedes hacer esto, seguir imponiéndote así. No pienso permitírtelo.

—No es lo que estoy haciendo. Solo... solo quiero que hablemos. No puede resultarte tan difícil, Lucas.

Abrí un poco más la puerta, con el corazón latiéndome con fuerza en la garganta. Esa chica se había presentado en su casa sin avisar y él parecía muy alterado.

—Pues lo es, en este preciso momento lo es. Mira, tendré esta conversación contigo, pero no ahora, ?de acuerdo?

—No lo entiendo —insistió ella—. Por favor, Lucas, hazlo por mí, por todo lo que hemos compartido... Dame la oportunidad, salgamos a comer y... escúchame. No te estoy pidiendo un imposible.

—Es que no tienes derecho a pedirme nada.

—Sé que no me porté bien contigo. Lo que hice fue horrible y no he dejado de arrepentirme ni un solo día. Te juro que aprendí la lección. Perderte... perderte ha sido lo más...

—No puedo volver a hacer esto —la cortó él—. No puedo dejar que vuelvas a mi vida e intentes que mi mundo gire a tu alrededor.

—No es eso lo que pretendo, sé que sería inútil.

—?Y qué pretendes, entonces?

—Que me perdones. Que volvamos a ser amigos como antes o, al menos, lo intentemos. He cambiado, Lucas, y quiero demostrártelo.

—No necesito que me demuestres nada, solo que respetes lo que te digo.

—Y lo hago. Lo he hecho durante estos dos a?os, acepté que te fueras y asumí mis errores. Sin embargo, ahora estás aquí y... ?Si supieras cómo me emocioné cuando tu madre me llamó para decirme que habías vuelto! Llevo esperando esta oportunidad mucho tiempo.

—Entonces, no te importará esperar un poco más.

Oí cómo se abría la puerta principal y solté de golpe el aliento que estaba conteniendo. Quería que esa mujer se fuera. Dejar de escuchar su voz empalagosa y suplicante. La quería lejos de Lucas.

—?Por qué te resulta tan difícil complacerme en esto? —insistió ella. Era tan irritante que me entraron ganas de gritar.

—Porque ya no te quiero —respondió él con voz queda, y a mí se me paró el corazón. ?Sí!—. Ni siquiera sé si lo que hice durante tantos a?os fue quererte.

—Por supuesto que me quisiste, y sé que una parte de ti...

Salí del ba?o. La situación me superaba y no podía permanecer al margen por más tiempo. Esa tía no cedería aunque Lucas le gritara ?Déjame en paz? en sus narices.

Con paso seguro avancé por el pasillo y, al doblar la esquina, mis ojos se detuvieron en una chica alta y delgada, con una melena rubia y lisa, que le enmarcaba la cara con un flequillo. Tenía los ojos del color de la miel y hoyuelos en las mejillas. Llevaba un vestido rosa, corto y ce?ido, a juego con unos zapatos de tacón alto que la hacían parecer una espiga. Era muy guapa, más de lo que podría haber imaginado, y, de pronto, fui consciente de mi propio aspecto. Del albornoz tres tallas más grande que me cubría y de mi pelo húmedo y enredado.

Ambos me miraron al percatarse de mi presencia. Claudia me observó de arriba abajo y giró el rostro hacia Lucas, como si yo no mereciera más atención por su parte.

—Me voy, pero llámame, por favor. Sigo teniendo el mismo número, seguro que te acuerdas. —Levantó la mano y la apoyó en su pecho desnudo. él dio un paso atrás—. Te he echado de menos, mucho.

Después salió del piso y sus pasos se alejaron resonando con fuerza.

Lucas cerró la puerta y me miró. Tenía las mejillas rojas y por su rostro desfilaba una miríada de emociones. Se pasó las manos por la cara y las llevó hasta su nuca, donde las entrelazó.

—Esa era Claudia —resopló.

Yo asentí con un fuerte malestar en el estómago.

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