Cuando no queden más estrellas que contar

—Sí.

—No tengo formación.

—Tienes todo lo que se necesita y, con un poco de cuidado, tus lesiones no te limitarán. Si yo puedo hacerlo a estas alturas, tú serás mil veces mejor. Podemos intentarlo.

—Es una oportunidad, no te lo voy a discutir.

—Es un trabajo, Maya. Es estabilidad, independencia y un futuro en algo que te gusta.

—No sé, Fiodora...

—Aún tienes tres meses para pensarlo.

Bajé la mirada a las miguitas de pan que salpicaban el mantel y comencé a aplastarlas con la punta del dedo.

—Ni siquiera sé si me quedaré en Madrid. No tengo ni idea de qué voy a hacer.

Ella sacudió la cabeza y estudió mi rostro con una peque?a sonrisa.

—?Puedo darte un consejo?

—Claro.

Cogió mi mano entre la suya.

—No sigas a nadie, y menos a un hombre. Si vuestro camino es el mismo, adelante, hazlo con él. Pero si no es así, por mucho que te duela, busca tu propio rumbo.

Sus palabras me provocaron un escalofrío.

—?Por qué dices eso?

—Porque te mereces una vida que te pertenezca solo a ti. El tiempo pasa, Maya. No vuelve, no se detiene y sigue una única dirección. Siempre hacia delante. Un día llegarás a mi edad y mirarás atrás, ?qué te gustaría ver cuando llegue ese momento?

Recordé las palabras que una vez me dijo, la vehemencia con que las pronunció.

—Que he sido la protagonista de mi propia historia y no solo una secundaria en la vida de otros.

—Eso es. Por mucho que Lucas te importe, no puedes basar tus elecciones dando prioridad al papel que él tendrá en tu vida. En cuanto a Giulio, te digo lo mismo. Solo tú puedes decidir dónde, cuándo y cómo permanecer. Cómo ser. No olvides que tu derecho a saber es tan importante como el suyo a ignorar la verdad. Y lo principal: no tiene nada de malo ser un poco egoísta a veces.

Me la quedé mirando, meditando todo lo que había dicho. Y empecé a verme a través de sus ojos, a escucharme en el eco de mis propias palabras. Todos tenemos nuestro hueco en el mundo y, en lugar de buscar el mío, yo estaba a la espera de que otros me dijeran qué espacio ocupar.

Estaba convencida de que los últimos tres meses me habían cambiado, que ahora era otra persona. Una Maya distinta. Pero no era cierto. La vida que había creído fácil todo este tiempo, a mi alcance y controlable, solo era un espejismo.

Tragué saliva, notando que me faltaba el aire, y continué con esa sensación el resto de la tarde, mientras me movía por la casa incapaz de sentarme o hacer cualquier otra cosa. Solo podía pensar en ese nudo que cada día se apretaba un poco más en mi interior.

Hasta que llamaron a la puerta.

Miré la hora en el reloj. Eran casi las siete. Pensé que se trataba de Lucas y que por algún motivo no llevaría las llaves encima. Llegaba un poco tarde. Aun así, teníamos tiempo suficiente para prepararnos e ir a casa de Matías.

Corrí a la puerta y la abrí de un tirón. La sangre se me congeló en las venas al ver a Claudia en el pasillo.

—?Lucas está aquí?

?Hola a ti también?, pensé.

—No.

Me miró de arriba abajo.

—Bueno, pues lo esperaré.

Hizo el ademán de entrar, pero yo me interpuse sin pensar. Un paso a la izquierda que di por puro instinto. Un impulso de autoprotección.

—Lo siento, pero tengo que salir.

—?Y?

—Pues que no sé si Lucas estaría de acuerdo con esto.

Me dedicó una sonrisa burlona y se apartó el pelo de la cara. Sus manos lucían una manicura perfecta en la que era imposible no fijarse.

—Espero que seas consciente de que aquí solo eres una más que ha conocido. Y que esta fue mi casa.

Solo eran palabras de despecho, pero me dolieron como si una hoja afilada me atravesara el estómago.

—Sí, tú lo has dicho, fue tu casa. Ya no.

Bajó la mirada un momento y las aletas de su nariz se dilataron. Luego se lamió los labios y negó con la cabeza.

—No te acomodes mucho aquí —dijo con voz queda.

Después dio media vuelta y se dirigió al ascensor.

Yo empujé la puerta con manos temblorosas. El corazón me palpitaba con fuerza y me retumbaba en las sienes. Fui al salón y me asomé a la ventana. La vi cruzar la calle y detenerse en la acera de enfrente. Y allí se quedó. Había ido en busca de Lucas y era evidente que no pensaba marcharse sin verlo.

Yo permanecí tras las cortinas, con una opresión en el pecho que me hacía difícil respirar. Y como si mis pensamientos lo hubieran invocado, él apareció momentos después. Caminaba con paso rápido y miraba hacia arriba, al edificio, con la chaqueta colgando de un hombro y el maletín de su ordenador del otro.

Entonces vio a Claudia y frenó en seco. Ella corrió a su encuentro. Comenzaron a hablar y yo no podía apartar la vista de ellos. Lucas parecía tenso y retrocedía un paso cada vez que ella trataba de acercarse. La conversación se alargó y tuve la impresión de que el tono de la misma subía por momentos, al tiempo que los gestos de Claudia se volvían más enérgicos.

De pronto, Lucas alzó las manos en una actitud de derrota y asintió con la cabeza varias veces. Intercambiaron algunas palabras más. Luego, él sacó su teléfono del bolsillo y sus dedos se movieron por la pantalla. Segundos después, el mío vibraba sobre la mesa por un mensaje.

Me quedé paralizada al ver que se alejaban juntos.

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