Cuando no queden más estrellas que contar

El teléfono de Lucas no permanecía en silencio más de diez minutos y, a cada rato que pasaba, yo me sentía más y más incómoda. Sobre todo, por Matías y Rubén, que comenzaron a lanzarse miraditas que acababan convergiendo en mí.

Faltaba media hora para que empezase el concierto cuando pedimos la cuenta.

La sala estaba a unos doscientos metros de la plaza y caminamos hasta allí sin prisa. Encontramos a decenas de personas en la puerta y dentro no cabía un alfiler. Rubén nos acompa?ó hasta la barra. Le dijo algo al camarero mientras nos se?alaba y después desapareció entre la multitud en dirección al escenario, donde su grupo preparaba los instrumentos.

El camarero pasó un trapo por la barra y nos sirvió unas bebidas.

La música estaba alta y costaba hablar con tanta gente alrededor. Lucas me rodeó los hombros con el brazo y me dio un beso en la sien. Yo escondí la nariz en su cuello, me encantaba hacerlo y oler su piel. Me gustaba su aroma. Me gustaba su sabor. Me gustaba sentir su pulso en la mejilla.

De pronto, se hizo a un lado y coló la mano en el bolsillo de su cazadora. Sacó el teléfono y pude ver en la pantalla una sola palabra: ?Mamá?.

—Vuelvo enseguida.

—Vale —dije con la boca peque?a.

—?Va todo bien? —me preguntó Matías en cuanto Lucas se alejó hacia la salida.

—Es su madre.

—?Joder, estoy flipando mucho! ?Cuántas veces le ha sonado el teléfono esta noche?

Negué con la cabeza. Ya había perdido la cuenta.

La voz del cantante sonó a través de los bafles y los gritos del público se convirtieron en un murmullo.

—?Qué tal estáis? Somos Bad Sirens y esperamos que esta noche lo paséis de puta madre con nosotros.

Los compases del primer tema tronaron en el local. Matías me cogió de la mano y nos acercamos al escenario. La gente bebía y bailaba a nuestro alrededor. Un grupo de chicas comenzó a tararear el estribillo y Matías puso los ojos en blanco cuando una de ellas gritó el nombre de Rubén.

Me reí con él.

Sentí unas manos alrededor de mi cintura y unos labios en mi mejilla. Apoyé la espalda en el pecho de Lucas y nos mecimos al ritmo de un tema un poco más lento. Me di la vuelta entre sus brazos. Nos miramos y él me regaló una media sonrisa. Posó su frente en la mía y continuamos bailando. Su boca, a escasa distancia de la mía.

Un segundo. Dos. Tres...

Me besó.

Temblé cuando su lengua se enredó con la mía. Cuando sus dedos se colaron bajo mi jersey y me rozaron la piel. Me sostenía con tanta fuerza que nuestros cuerpos habrían podido fundirse si presionaba un poco más. Y allí, en ese instante, todo dejó de importarme. Solo nosotros y las sensaciones que nos hacían dar vueltas.

Hasta que su jodido teléfono vibró a través de la ropa.

Una vez. Dos. Tres...

Resopló y le echó un vistazo a la pantalla. Mis ojos captaron el nombre que aparecía: ?Claudia?.

Lo guardó.

Cuatro. Cinco. Seis...

—Hostia puta —masculló exasperado.

Lo sacó otra vez del bolsillo.

Yo no entendía cómo no lo había apagado todavía. Solo tenía que hacer un gesto. Uno tan sencillo como pulsar un botón. Un maldito botón.

Lo miré a los ojos enfadada, y él me devolvió una mirada suplicante.

—Apágalo —le pedí.

—Puede que me llame por mi padre. Solo... Solo será un momento —gritó por encima de la música.

Se dio la vuelta y se alejó entre la gente.

Esta vez lo seguí.

Me abrí paso como pude hasta alcanzar la calle. Lo busqué con la mirada y lo encontré a una decena de metros, con la cabeza apoyada en la pared de una tienda y el teléfono pegado a la oreja.

—?Y qué esperas que haga yo? —preguntaba—. Joder, Claudia, si tiene fiebre, pilla un taxi y llévalo a urgencias... Llama a tus padres... Lo siento mucho, pero no puedo... Yo no he dicho que no me importe... ?No estoy enfadado con el crío por lo que pasó! ?Cómo puedes decir eso?... No tengo nada contra tu hijo... Tampoco contra ti, ya lo arreglamos. —Empezó a dar golpecitos con la frente en la pared, sin percatarse de mi presencia. A través del auricular podía oír la voz llorosa de una mujer, aunque no entendía lo que decía—. Dios, no llores... Sé que tiene problemas. —Se dio la vuelta y se puso pálido al encontrarme allí—. No soy insensible, es solo que... Sí, dije que intentaríamos ser amigos... De acuerdo... Sí... —No apartó sus ojos de los míos—. Vístelo, no tardo en llegar.

Colgó el teléfono y lo apretó en su mano hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

Una rabia cada vez más intensa me corría por las venas, y ese sentimiento se adue?ó totalmente de mí. Noté un escozor en los ojos que apenas podía contener.

Carraspeé para poder hablar.

—?Te vas?

—Su hijo tiene fiebre alta, sus padres se han marchado al pueblo y ella se ha quedado sola. Está muy nerviosa y preocupada. Le he dicho que no podía, pero...

Alzó los brazos en un gesto de derrota, como si realmente no pudiera hacer otra cosa.

—?Y qué hay del padre de ese ni?o? —inquirí molesta. ?Acaso no se daba cuenta de que toda aquella movida solo tenía un fin? ?De verdad era tan inocente?—. Tiene uno, ?no?

—Se desentendió por completo de él.

—?De verdad vas a ir?

—No quiero, pero...

—Pero ?qué? —exploté sin que me importara parecer insensible.

—?Y si le pasa algo al ni?o?

—No puedes hacerte responsable de todo, Lucas. El mundo entero no depende de ti.

—?Y qué hago, Maya? ?Me lo quito de la cabeza y ya está?

Furiosa, lo taladré con la mirada, y me dolió sentirme así. Enfadarme con él por ser una buena persona. Sin embargo, no era tan sencillo. Al contrario, era una situación complicada. Demasiado compleja.

Nos miramos fijamente en la penumbra de aquella calle, en la que yo solo percibía el temblor de mis manos, el rumor de mi sangre y el ardor que se me agolpaba en las mejillas.

No pensaba pedirle que se quedara.

—De acuerdo, vete.

—Maya... —Me di la vuelta y me encaminé a la entrada del local—. Maya, por favor... Maya, habla conmigo.

Aceleré el paso y me colé a través de la puerta del local antes de que pudiera darme alcance. Casi de inmediato, comenzó a sonar mi teléfono. Era él. Yo sí lo apagué.





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