Cuando no queden más estrellas que contar

Cerré los ojos con fuerza, esa imagen me había hecho da?o. Respiré hondo y aparté mis miedos. Sabía que podía confiar en Lucas. Aunque nunca habíamos hablado de nuestra relación ni la habíamos etiquetado, el respeto y la exclusividad estaban implícitos entre nosotros desde el primer momento.

No obstante, tenía el presentimiento de que lo estaba perdiendo de igual modo. Solo conocía de su pasado lo poco que él me había contado, pero creía tener una visión muy clara de cómo había sido. Ahora sospechaba que la inercia que siempre lo había arrastrado hacia su familia tiraba otra vez de él en esa dirección. Esa gente tenía un don para manipularlo y habían logrado, en solo dos semanas, que Lucas volviera a su antigua vida. A respirar y pensar solo por ellos y para ellos.

Se estaba convirtiendo en esa persona que había jurado no volver a ser.





55




El mensaje de Lucas era escueto y no daba detalles.

Me ha surgido algo, adelántate tú. Envíame la ubicación y yo iré en cuanto pueda.

Y eso hice, le envié la dirección sin más. No a?adí nada, ni bueno ni malo, aunque había muchas cosas que me moría por decirle y ninguna era amable. Quizá porque una parte de mí pensaba que él no las merecía realmente. Quizá porque yo también vivía dentro de mi propia inercia, en la que había aprendido a guardar silencio, a no quejarme y a darlo todo por los demás. A soportar cada revés sin respirar. A aceptar las cosas como venían y conformarme.

Llamé al timbre. La puerta se abrió y me recibió el rostro alegre de mi mejor amigo. Su sonrisa se borró en cuanto miró por encima de mi hombro y comprobó que no había nadie más.

—?Vienes sola?

—A Lucas le ha surgido algo, vendrá más tarde —respondí en tono despreocupado. Sus cejas se unieron al observarme. Odiaba que me conociera tan bien—. No sé si va a venir, ?vale? Su ex pasó a buscarlo y...

Matías me abrazó y las palabras murieron en su pecho.

—él se lo pierde, y a mí solo me importas tú. Que le vayan dando.

Le solté un manotazo por hablar de ese modo y él rompió a reír. Aún entre sus brazos, atisbé el salón y vi a Antoine en el sofá.

—?Qué hace Antoine aquí? Me dijiste que no estaría —susurré.

—Se suponía que había quedado con algunos amigos, pero han cancelado los planes. Además, vive aquí. No puedo echarlo.

—Está bien, no importa.

—?Seguro?

—Hablamos durante el cumplea?os de Rodrigo y fue bien. No te preocupes.

—?Genial! Entonces pasa de una vez, que me muero por que conozcas a Rubén.

Matías estaba en lo cierto cuando dijo que no tenían nada en común. Rubén y él eran polos opuestos; y al mismo tiempo, si te detenías a observarlos con un poco de interés, podías ver dos mitades que encajaban sin esfuerzo. Sus diferencias se complementaban como partes de un todo y acababan por fundirse.

Verlos juntos, compartiendo miradas, sonrisas y caricias, me hizo darme cuenta de que eran perfectos el uno para el otro.

—Hacen buena pareja, ?verdad? —me preguntó Antoine mientras sacaba de la nevera una tarta de limón.

—Matías parece muy feliz.

—Yo creo que lo es. ?Me pasas unos platos?

Abrí el armario donde guardaban la vajilla y saqué unos platos de postre. Los puse en la mesa, donde Antoine ya cortaba la tarta en porciones.

De pronto, el timbre de la puerta sonó y a mí se me subió el corazón a la garganta.

Escuché a Matías, y luego me llegó la voz de Lucas. Su sonido familiar me recorrió de arriba abajo.

Rodrigo entró en la cocina a toda prisa.

—Acaba de llegar tu chico. Antoine, ?queda alguna cerveza en la nevera?

—En la parte de abajo hay un pack de seis —respondió. Alcé la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos. Me dedicó una peque?a sonrisa, con la que me dijo que todo iba bien. Se la devolví—. ?Me ayudas a sacar la tarta?

Asentí y los tres abandonamos la cocina. Lucas conversaba con Matías y Rubén en la mesa, a la que habían acercado una silla plegable del balcón. Nuestras miradas se enredaron mientras yo dejaba los platos.

—Hola —me dijo con una peque?a sonrisa.

—Hola —soné cortante, lo admito, pero me dominaba la tensión, la incredulidad y el enfado.

él lo percibió, porque me conocía bien pese al poco tiempo que llevábamos juntos.

Porque había aprendido a ver más allá de mi piel.

Porque quizá su conciencia le hacía estar algo más alerta.

—Hola, soy Antoine. —Alargó el brazo por encima de la mesa y le ofreció su mano—. Me alegro de conocerte, Maya me ha hablado de ti.

Lucas la contempló un instante. Luego lo saludó con un apretón firme, al tiempo que sus ojos volaban hasta los míos.

—Gracias, yo soy Lucas.

Pese a mi malestar, el resto de la velada transcurrió en un ambiente tranquilo y relajado, divertido. Lucas derrochó su encanto natural y no tardó en ganarse a mis amigos. Encandilaba a la gente con su sencillez y sin ningún esfuerzo. Su magnetismo era casi mágico y su presencia llenaba la habitación. Tan seguro de sí mismo. Tan seductor. Y verlo siendo de nuevo él me desconcertaba aún más. No lo entendía. No comprendía qué hacía que con su familia y Claudia fuese de un modo y con el resto del mundo, de otro. Dos personas completamente distintas dentro de un mismo cuerpo.




—?Quieres que pida un taxi? —me preguntó al salir del edificio.

—Prefiero andar, no estamos lejos.

Cruzamos la calle desierta y nos dirigimos hacia su piso. Lucas llevaba las manos enfundadas en los bolsillos de sus vaqueros y me miraba de reojo. Se había cambiado de ropa antes de aparecer por casa de Matías, pero decidí no comentar nada al respecto. No tenía intención de forzar la conversación, ni preguntarle sobre lo que había pasado esa tarde. Si quería mencionarlo, ya lo haría.

—Pensaba que no querías saber nada de él —dijo de pronto.

—?De quién?

—De Antoine.

Ladeé la cabeza para mirarlo. Sonreí, y no porque me hubiera hecho gracia. Había percibido el tono celoso y me parecía tan fuera de lugar, dadas las circunstancias...

—Las cosas cambian. Tenemos amigos en común y lo mejor era limar asperezas.

—?Y eso cuándo ha ocurrido?

—Poco a poco, cuando hemos coincidido.

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