Me di una ducha nada más entrar y me metí en la cama. Sentí las sábanas frías en contacto con mi piel. La llegada del oto?o había traído consigo un descenso de la temperatura, aunque ese no era el motivo por el que yo las notaba tan heladas.
Lucas llegó poco después. Lo oí trastear en la cocina y luego entró al ba?o. El agua de la ducha comenzó a caer. Minutos más tarde, la puerta del dormitorio se abrió. Solo llevaba una toalla alrededor de las caderas, que dejó caer al suelo antes de meterse en la cama. Contuve el aliento y no me moví, aunque mi cuerpo se moría por darse la vuelta y trepar al suyo, calentarse con su piel. Y es que seguía enfadada. Muy enfadada. Tuviera sentido o no.
—Lo siento —dijo de repente.
El corazón empezó a latirme con tanta fuerza que solo oía mis propias palpitaciones. Me di la vuelta y lo encontré tumbado de espaldas, mirándome.
—?Qué sientes?
—Todo esto. No estar contigo, dejarte sola, no tener tiempo para nosotros... —Se colocó de lado y me rozó la mejilla con los dedos—. Solo serán unos días, te lo prometo. Mi padre se está recuperando.
Se inclinó y posó sus labios sobre los míos. Húmedos, calientes, dulces... No quería devolverle el beso, pero mi voluntad se quebró en cuanto noté su lengua abriéndose paso en mi boca. Gemí con una mezcla de amor y dolor. De enfado y necesidad. Me aparté y él me miró con tanto deseo que temblé ante la intensidad codiciosa que brillaba en sus ojos.
Hundí los dedos en su pelo y apresé sus labios con los dientes. Lo besé, y lo hice con rabia. Necesitaba dar rienda suelta a lo que me quemaba por dentro. A todas esas emociones que bullían en mi interior y que me ahogaban. Sentimientos que me costaba distinguir, separar, nombrar... Que ni yo misma entendía. Solo sentía, y sentía, y no sabía cómo parar. Cómo acallar las voces que repetían en mi cabeza lo que yo no era capaz de pronunciar.
La poca ropa que llevaba puesta desapareció. Lo empujé con las manos en el pecho y lo obligué a tumbarse de espaldas. No dejó de observarme mientras me colocaba sobre él y lo acogía muy despacio en mi interior. Mis músculos, en tensión. Sus dedos, clavándose en mis caderas, guiándome. Lo vi apretar los dientes y contener el aliento cuando comencé a moverme sobre él. Por mí. Para mí. Porque era lo que necesitaba, y Lucas parecía saberlo, porque me cedió el control sin dudar. Entregado, expuesto, dejándome ver cada uno de sus gestos. Dándomelo todo, molécula a molécula. Diciéndome tantas cosas sin necesidad de palabras que yo no supe oír...
Me moví más rápido, más profundo. Busqué su boca en medio de aquel torbellino de sensaciones y un gemido ronco se abrió paso a través de mi garganta cuando comencé a temblar. Noté cómo él se estremecía un instante después y yo me derrumbé sobre su pecho.
Permanecimos en silencio, abrazados. Sus dedos, dibujando formas en mi espalda. Provocándome escalofríos. Cerré los ojos con fuerza y so?é. Imaginé que estábamos en otro lugar, en otra habitación, en otra cama. Allí olía a limón y a sal.
52
Mónica me había escrito.
?Ya están aquí! Te presento a Ezio y Velia. Me encuentro como si me hubiera atropellado un camión, pero los miro y sé que volvería a hacerlo otra vez. Ahora sí que debéis volver pronto, aquí hay dos personitas que están deseando conoceros. Os echamos de menos.
Miré de nuevo la foto de los bebés y tuve que parpadear varias veces para deshacerme de las lágrimas y verla con claridad. Eran preciosos, y tan peque?itos... Ojalá hubiera estado allí. Pero no estuve y dudaba de que algún día lo hiciera.
Me quedé en aquel sofá sentada durante horas.
Fuera, al otro lado de la pared, el mundo seguía girando. Los días pasaban. La vida lo hacía.
53
A veces, la vida se convierte en una gran ola. En apariencia solo ves agua y espuma, nada que deba darte miedo. Nada que pueda hacerte da?o. Y te confías. Permaneces en la orilla, observando cómo se acerca.
En realidad, lo que se aproxima es un muro sólido e impenetrable a cuyo impacto es imposible sobrevivir. Pero así es la vida, ?no? Nada perdura; hasta la ola, por muy grande que sea, desaparece al romper en la playa. Y sucede en un instante.
54
Cuando desperté, Lucas ya se había marchado.
Me quedé en la cama, abrazada a la almohada con la mirada perdida en la pared. Tampoco tenía nada mejor que hacer. Llevaba dos semanas en Madrid y el tiempo comenzaba a pesarme como una losa. Pasaba los días sin hacer nada, sumida en una especie de espera que empezaba a alargarse, y no me quedaba más remedio que tener paciencia.
Se suponía que aquella situación era transitoria. El padre de Lucas había mejorado mucho y en cualquier momento los médicos podrían enviarlo a casa. Cuando ocurriera, Lucas y yo tendríamos que hablar. De mis opciones, de las suyas, de hasta qué punto eran compatibles. Mientras, no había mucho que yo pudiera hacer, salvo pensar. Quizá demasiado. Y esperar.
Al menos, esa noche había quedado con Matías para cenar. Quería presentarme a Rubén. Y era la ocasión perfecta para que él conociera a Lucas, que me había prometido que asistiría.
El teléfono me arrastró fuera de las sábanas. Era Fiodora. Quedamos para comer en un restaurante cercano al conservatorio. Cuando llegué al local, ella ya me esperaba en una mesa. Se levantó para darme un abrazo y nos sentamos una al lado de la otra, con nuestras manos unidas sobre el mantel.
Pedimos el menú y, mientras comíamos, nos fuimos poniendo al día. Yo le hablé de los meses que había pasado en Italia, de Lucas y de Giulio. De lo mal que habían acabado las cosas allí y los motivos de mi inesperado regreso.
Ella me contó que ese iba a ser su último curso como profesora en el conservatorio. También que en unos meses dejaría su puesto como maestra repetidora en la compa?ía. Su cuerpo ya no tenía la misma energía ni la misma agilidad que antes. La jubilación ya no le parecía una idea horrible y pasar tiempo con su familia se había convertido en una necesidad.
—Podría proponerte como mi sustituta. Lo harías bien.
La miré muy seria y sorprendida.
—?Te refieres a ser repetidora en la compa?ía?