Cuando no queden más estrellas que contar

—?Qué verdad, Maya?

—Que tú sigues en el mismo punto en el que estabas hace dos a?os, antes de marcharte de aquí. Sigues siendo esa persona de la que me hablaste en Sorrento y que tan poco te gustaba.

Su expresión cambió. Bajó la mirada como si se encontrara frente a un espejo y su reflejo le hiciese sentir incómodo.

—No es cierto —masculló impaciente.

El timbre de su móvil me estaba poniendo de los nervios. Volvió a rechazar la llamada.

—Sabes que sí. Volviste a esa inercia en cuanto pisaste Madrid y solo tú puedes resolverlo, Lucas. Yo no puedo ayudarte con esto.

—Vale, pues lo haré. Lo resolveré, te lo prometo. Solo dame unos días más, hasta que mi hermana se familiarice con el negocio.

—No puedo.

—?Por qué no? ?Adónde vas?

Me encogí de hombros, como si ese detalle no fuese importante.

—A resolver mis propios problemas.

Parpadeó desconcertado, enfadado y mil cosas más.

—Maya, podemos solucionarlo. Quédate un poco más. Vamos... a alguna otra parte y hablamos... ?Joder! —estalló cuando su teléfono resonó de nuevo.

Descolgó con rabia y se lo llevó a la oreja.

—?Qué?... No es un buen momento... Porque no... Te llamaré cuando pueda...

Parpadeé para no echarme a llorar, pero dejé salir el enfado. La rabia. La indignación contenida. Y me rendí del todo con él.

Me reafirmé en que estaba haciendo lo mejor para los dos.

él debía encontrarse a sí mismo por su cuenta. Ojalá lo lograra.

Mientras, yo lo echaría de menos todo el tiempo, estaba segura. A?oraría al chico que conocí en Sorrento. El que me hizo desear una tarta de chocolate más que nada. El que bailó conmigo una canción de amor mientras me susurraba la letra al oído. El que después me besó bajo una tormenta y me ense?ó que el sexo era otra cosa. Con el que aprendí a hacer el amor y a dejarme llevar. A contar estrellas y so?ar con dos puntitos en el universo.

Me di la vuelta y me dirigí a la mujer que revisaba los billetes. Le mostré la fotocopia, escaneó el código y me pidió que continuara hasta el guardia de seguridad.

—?Maya!

Me volví. La mujer salió al encuentro de Lucas y lo frenó cuando trató de llegar hasta mí.

—Lo siento, sin billete no puede pasar.

—Maya, lo siento. Solo...

Guardó silencio al darse cuenta de que solo iba a justificarse, una vez más.

Al darse cuenta de lo que yo había tratado de explicarle.

De la verdad.

—No te vayas.

—Tengo que hacerlo.

—Por favor, por favor... No puedes cortar conmigo.

—No estoy cortando contigo, Lucas.

—?No? —inquirió confuso.

—Nunca hemos estado juntos de verdad, solo nos dejamos llevar. Nunca hubo un nosotros ni vi que lo quisieras.

—Lo quiero, claro que lo quiero.

Anunciaron la salida de mi tren.

Coloqué todo mi equipaje sobre la cinta del escáner. Después miré a Lucas, que me observaba impotente. Nunca me había entristecido tanto su imagen.

Me obligué a respirar.

—Quédate —dijo una vez más.

Forcé una sonrisa, aunque por dentro me rompía en pedacitos muy peque?os. Dolía tanto. Cada palabra. Cada mirada. Todo lo que nos distanciaba. Todo lo que no sería. Separé los labios y la sentí formándose en mi garganta, ascendiendo, deslizándose por mi lengua. Una sola palabra.

Todo un mundo por lo que suponía para mí.

Porque él conocía su significado.

—Adiós.

Y entonces sí, lo dejé atrás.





62




Nos pasamos la vida deseando cosas. Unas inútiles. Otras grandes. Otras imposibles.

También queriendo olvidar otras muchas.

Sin embargo, lo único que de verdad olvidamos es que solo tenemos una vida. Una sola, y dejamos que transcurra sin hacer nada salvo querer y desear, como si nuestro pensamiento fuese una varita mágica, capaz de solucionarlo todo mientras permanecemos de brazos cruzados.

Y convertimos la vida en una maldita espera en la que no sucede nada, porque la mayoría de las cosas importantes hay que crearlas. No nacen de los anhelos, de los lamentos, de la autocompasión y, mucho menos, de la cobardía y la pasividad. La vida no nos debe nada. Nada.

Así es como me he sentido todos esos a?os, a la espera y desesperando. Siempre frente a una puerta que solo cruzaba cuando me invitaban a entrar. Acercándome de puntillas, llamando sin hacer ruido. Sin entender que hay puertas que no queda más remedio que derribar por nosotros mismos, que atravesar sin pedir permiso. Sin anunciarte.

No basta con desear cambiar las cosas. Tienes que moverlas, darles la vuelta y transformarlas en lo que tú quieres que sean. Asumir que, hagas lo que hagas, el mundo sigue girando. No es un carrusel del que puedas subir y bajar a tu antojo, pero sí puedes elegir qué caballito quieres montar.

?Y sabes qué? Todo parece cambiar cuando tú cambias. Esa es la verdad. Y una vez que comienzas ese tránsito, no te detienes hasta definir quién eres. Hasta aceptar tus contradicciones. Tus miedos. Tus deseos. Que no todo tiene sentido. Y cuando eso ocurra, baila. Lo digo en serio, baila. Lo fácil es rendirse, pero bailar... Bailar te obliga a ponerte en pie.

No recuerdo cuándo comencé a cambiar. En qué momento di el primer paso. Aunque, más que pasos, eran peque?os destellos de claridad que abrían mis ojos con el impacto de un flash y que me fueron despertando poco a poco. Empecé a ser más mía y menos de los demás. Me convertí en mi propio superhéroe y entendí que nadie puede salvarme, eso debo hacerlo yo.

Defenderme es cosa mía.





63




Apoyé la cabeza en la ventana fría y observé las gotas que corrían por el cristal, difuminando el exterior mientras el tren se alejaba de Madrid. Me dolía horrores pensar en Lucas y los remordimientos me aplastaban. No nos merecíamos esa despedida que nos habíamos dado, pero ya era tarde para cambiarla.

Lo hecho hecho está.

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