Dunstan Thorn se dirigió hacia el se?or Bromios y se plantó ante él. Golpeó los pies contra el suelo para calentarlos.
—Buenas noches, se?or Bromios. Buenas noches, Harold —les deseó Dunstan.
—Buenas noches, se?or Thorn —dijo Harold Crutchbeck.
—Muy buenas noches, Dunstan —dijo el se?or Bromios—. Espero que te encuentres bien.
Dunstan Thorn aseguró que sí y hablaron del tiempo; los dos estuvieron de acuerdo en que sería malo para los granjeros y en que, a juzgar por la cantidad de bayas de acebo y de tejo, sería un invierno frío y duro. Tristran estaba a punto de estallar de irritación y frustración, pero se mordió la lengua y se quedó callado. Finalmente, su padre dijo: —Se?or Bromios, Harold, creo que ambos conocéis ya a mi hijo Tristran.
Tristran les saludó levantando nerviosamente su bombín, y entonces su padre dijo algo que él no entendió.
—Supongo que los dos sabéis de dónde vino —dijo su padre.
El se?or Bromios asintió, sin decir palabra. Harold Crutchbeck dijo que había oído historias, pero que nunca había que hacer caso ni de la mitad de todo cuanto se cuenta.
—Bien, pues es todo verdad —dijo Dunstan Thorn—. Y ha llegado el momento de que vuelva.
—Hay una estrella… —empezó a explicar Tristran, pero su padre le hizo guardar silencio.
El se?or Bromios se tocó la barbilla y pasó una mano por sus espesos rizos negros.
—Muy bien —dijo.
Se volvió y habló con Harold en voz baja, diciéndole cosas que Tristran no pudo oír. Su padre le puso algo frío en la palma de la mano.
—Adelante, chico. Ve y trae de vuelta tu estrella, y que Dios y todos sus ángeles te asistan.
Y el se?or Bromios y Harold Crutchbeck, los guardas del portal, se apartaron para dejarle paso.
Tristran cruzó el portal, con la pared de piedra a cada lado, y pisó el prado más allá del muro. Se volvió y contempló a los tres hombres enmarcados por la abertura, con su bolsa en una mano y el objeto que le entregó su padre en la otra, empezó a subir por la leve colina en dirección a los bosques.
Mientras caminaba, el frío de la noche fue perdiendo intensidad, y en cuanto llegó al bosque en la cima de la colina, se sorprendió al darse cuenta de que la luna brillaba intensamente sobre él entre un hueco del follaje: se quedó asombrado porque la luna hacía una hora que se había escondido, y más aún porque la luna que se había escondido era un fino y afilado cuarto creciente de plata, y la que ahora le iluminaba era una enorme y dorada luna de cosecha, llena, resplandeciente y profundamente coloreada.
La cosa fría que llevaba en la mano sonó una vez: un repiqueteo cristalino, como las campanas de una diminuta catedral de cristal. Abrió la mano y contempló el objeto a la luz de la luna. Era una campanilla blanca, hecha de cristal.
Un viento cálido acarició la cara de Tristran; un viento que olía a hierbabuena, a hojas de grosella, a ciruelas rojas y maduras; y la enormidad de lo que acababa de hacer descendió sobre Tristran Thorn: se dirigía hacia el País de las Hadas, a la búsqueda de una estrella fugaz, sin tener idea de cómo iba a encontrar la estrella, ni de cómo iba a salir ileso del intento. Miró atrás y le pareció distinguir las luces de Muro, temblorosas y parpadeantes, como detrás de una cortina de aire caliente, pero aun así incitadora. Sabía que si daba la vuelta y regresaba, nadie se lo tendría en cuenta: ni su padre, ni su madre, ni siquiera Victoria Forester; era probable que ésta, cuando volviera a verle, tan sólo le sonriera, le llamara ?mozo de tienda?, y a?adiera que las estrellas fugaces, una vez caídas, resultan difíciles de encontrar.
Hizo una pausa.
Y pensó en los labios de Victoria, y en sus ojos grises, y en el sonido de su risa. Irguió los hombros, se puso la campanilla blanca de cristal en el ojal de la solapa de su chaqueta —que ahora llevaba desabotonada— y, demasiado ignorante para sentirse asustado y demasiado joven para sentirse sobrecogido, Tristran Thorn traspasó el límite de los campos que ya conocemos…
… Y entró en el País de las Hadas.
Capítulo 3
Donde aparecen unas cuantas personas más,
muchas de ellas aún vivas, interesadas
en la suerte de la estrella fugaz caída